En 1966 se publicaba, en castellano, Introducción e historia de la cibernética (coordinado por A.V. Jramoi). En este documento, entre otras cosas, se señala que el fundamento teórico de la cibernética integra disciplinas ligadas a las teorías de la información, la programación, de sistemas, dirección, algoritmos y aparatos automáticos. Todo esto se encuentra en la escena actual, claro, en condiciones tecnológicas más avanzadas.
Asimismo, más allá de la discusión técnica, aunque está sin duda asociada, se planteaba que “la introducción en el capitalismo de la técnica cibernética da lugar al paro masivo y al traslado de los trabajadores a puestos menos cualificados y peor remunerados […] Los capitalistas, al introducir la automatización, labor que efectúan de forma muy desigual, persiguen la obtención de superbeneficios”. El conjunto de autores se apoya en los trabajos de N. Wiener, al que ubican como referente por su trabajo pionero.
100 años antes, K. Marx apuntaba cosas emparentadas, aunque vale anotar que las condiciones científicas y tecnológicas eran, de nuevo, notablemente diferentes, pero en la esencia, el avance sin pausas de las tecnologías recorre una traza configurada desde la dominación: “La máquina no desplaza, como veíamos, a la herramienta. Ésta, creciendo y multiplicándose, se convierte de instrumento diminuto del organismo humano en instrumento de un mecanismo creado por el hombre. En vez de hacer trabajar al obrero con su herramienta, el capital le hace trabajar ahora con una máquina que maneja ella misma su instrumental”. Así se expresa Marx, al establecer la relación entre trabajo muerto (trabajo objetivado en máquinas, en herramientas, en lo instrumental que en su ensamble sirven para echar a andar un proceso productivo) y trabajo vivo (como la fuerza de trabajo, la capacidad humana para realizar actividades de trabajo).
Como se aprecia en la cita, el trabajo vivo está subordinado al trabajo muerto, que le imprime ritmos y exigencias puntuales. De este proceso, en la lógica argumental que estamos siguiendo, deviene la producción de plusvalor: “Si comparamos el proceso de creación de valor y el proceso de valorización de un valor existente, vemos que el proceso de valorización no es más que el mismo proceso de creación de valor prolongado a partir de un determinado punto. Si éste sólo llega hasta el punto en que el valor de la fuerza de trabajo pagada por el capital deja el puesto a un nuevo equivalente, estamos ante un proceso de simple creación de valor. Pero, si el proceso rebasa ese punto, se tratará de un proceso de valorización” (Marx).
En síntesis, para que haya valorización (explotación) una condición necesaria es la dominación, por lo que podemos nuevamente subrayar que el trabajo vivo está subordinado a la dictadura tecnológica de las máquinas –en algún momento se alude al “presidio atenuado”, en general del régimen-. Traigamos nuevamente a Marx, por tratarse de una discusión en la que es pionero: “Nota común a toda producción capitalista, considerada no sólo como proceso de trabajo, sino también como proceso de explotación de capital, es que, lejos de ser el obrero quien maneja las condiciones de trabajo, son éstas las que le manejan a él; pero esta inversión no cobra realidad técnicamente tangible hasta la era de la maquinaria. Al convertirse en un autómata, el instrumento de trabajo se enfrenta como capital, durante el proceso de trabajo, con el propio obrero; se alza frente a él como trabajo muerto que domina y absorbe la fuerza de trabajo viva” (Marx, 1976: 350).
Como se apuntó, la máquina como concreción de las herramientas, crece, se multiplica, genera formas de cooperación inéditas. Es el producto de la creación del hombre y, al mismo tiempo, como concreción del capital, contribuye en la subsunción del trabajador a los dictados del proceso productivo.
Amplifiquemos este proceso de la extensión de la musculatura e ingenio de la sociedad humana –manifiesta en el trabajo de tecnólogos, claustros científicos, laboratorios tecnológicos-, para pensar en el presente la Inteligencia Artificial (IA). La relación entre el concepto de trabajo muerto de Marx y la IA puede ser entendida en términos de la automatización y la transformación de la producción, una parte. Estamos partiendo del supuesto de que en el contexto de la inteligencia artificial y la automatización, el trabajo muerto puede comprenderse como el conjunto de las máquinas y herramientas, es decir, de la infraestructura tecnológica y los sistemas de inteligencia artificial utilizados en los procesos productivos, en los que participan activamente, en el lenguaje que aludíamos en 1966, los alcances teóricos de la información, la programación, de sistemas, dirección, algoritmos y aparatos automáticos, es decir, en palabras actuales, la presencia de software, robótica y algoritmos, un “bricolaje” en el que, al mismo tiempo, pueden articularse, oponerse, complementarse y/o coexistir.
Un filón de la discusión que solamente exponemos, sin la pretensión de encontrar respuestas, apunta a la sustitución del trabajo vivo por el trabajo muerto, y con ello a la necesidad de repensar sobre la producción del valor y la explotación. Tenemos claro que la presencia de la IA y de la automatización ha generado implicaciones en el mercado de trabajo, propiciando “población sobrante”, es decir, sustituyendo franjas de trabajadores, lo que puede implicar la sustitución del trabajo vivo por el trabajo muerto. Vale las preguntas, como preocupación: ¿A medida que la inteligencia artificial y la automatización se vuelven más avanzadas, el trabajo muerto, en forma de tecnología, puede generar y contribuir en la apropiación de una parte cada vez mayor del valor generado en el proceso de producción?, esto es, ¿puede la IA “como capital, durante el proceso de trabajo, con el propio obrero”, alzándose “frente a él como trabajo muerto que domina y absorbe la fuerza de trabajo viva”, no solamente dominarla y absorberla, sino incluso sustituirla?
En un resumen apresurado, la IA puede contribuir en la recalificación, en la ampliación de las capacidades intelectuales de los trabajadores, permitiendo la realización de tareas complejas. No nos apartamos de la lógica del capital hasta aquí. Pero en su filón más agresivo que apunta a procesos de descalificación, exclusión y la búsqueda intencional de que pueda haber procesos de creación de valor sin que intervengan directamente las manos humanas. Las grandes corporaciones que, como decía D. Korten, dominan al mundo, ¿tendrían empacho o límites éticos para avanzar en este proyecto?
(Profesor de la UAM)