En una entrega anterior aludíamos a la fortaleza y la debilidad al mismo tiempo de “la propuesta del Currículum Global de la Economía Social Solidaria”, subsumidas en el argumento de que “Muchas de esas iniciativas son reconocidas y apoyadas por la UNESCO”, bajo el sustento de una pregunta: ¿acaso la UNESCO no forma parte del diseño organizacional ligado a la hegemonía del gran capital? Muchas de las acciones desde los colectivos de la economía social y solidaria han avanzado sin reverenciar las convenciones sociales, ahora sí que en ese empeño porque “la gente viva feliz, aunque no tenga permiso” (Benedetti dixit).
Creo que A. Nuncio, referente teórico por sus aportaciones a los estudios sobre empresarios en México, en particular el empresariado norteño, avanza en un sentido similar, concentrando su energía principalmente en la UNESCO: “Si las agendas de la ONU y sus organismos especializados tuvieran cierto margen de concreción no seríamos testigos del mundo en que vivimos. Pobreza –al grado de causar hambrunas en algunas regiones–, violencia, emigración, racismo, discriminación social y, junto a ello, destrucción de recursos naturales”, enfatizando la importancia del análisis crítico y de la distancia frente a la complicidad que tenga “efectos contrarios a la vida y la naturaleza”, en lo que juega un papel clave la educación, lo que exige repensar el papel de la universidad (La universidad necesaria para América Latina, La Jornada, 30/07/2022).
Es una tarea ineludible, en nuestro momento histórico, harto compleja. Algunos botones de muestra. Citábamos a E. Dusell, reflexionando sobre el Buen Vivir, al argumentar que se trata de “un proyecto de vida que unifica la existencia humana y le permite dar sentido a lo que acontece”. En un sentido similar, V. Toledo señala, en torno a “La espiritualidad y la defensa de la tierra” (La Jornada, 14/07/2022), que “Una cosa es pregonar la recuperación del equilibrio de los ecosistemas y otra muy diferente asumir la defensa de la Madre Naturaleza. Lo primero domina los discursos que brotan de las élites académicas, las organizaciones empresariales y los organismos de Naciones Unidas. Lo segundo está cada vez más presente en las resistencias de los pueblos campesinos e indígenas y en las luchas ambientales más radicales y avanzadas. Sólo la espiritualidad logrará detener el camino al colapso”. La recuperación del equilibrio es parte de las metas de los organismos de la ONU, la resistencia está en otro lado (en las fábricas recuperadas, en la crítica agroecológica, en la relectura de la conquista, en las acciones de los pueblos originarios y sus reivindicaciones, p.ej.).
Por el tono de la discusión, y el colapso documentado al que hemos como civilización sometido a la naturaleza, en estas condiciones no es difícil afirmar que estamos en una condición histórica de brechas y fragmentaciones sociales en las que están presentes diferentes formas de entender y accionar sobre la naturaleza y lo humano. No es un asunto estrictamente de “Iglesias contestatarias”, como argumentaba G. Sheridan (El Universal, 20/10/2020) a B. de Sousa, cuando éste señalaba sobre la Naturaleza y la cultura: “Es una espiritualidad que no se entiende desde el punto de vista científico que no ve que la naturaleza es un ser viviente: la Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Madre Tierra”, contesta ya en poeta, dice Sheridan.
Es clara la crítica, y muy pertinente si se documenta, siguiendo a Nuncio, en la necesidad en el espacio universitario, y social en general, de “alentar el debate, la duda (No nos enseñan a dudar, se quejaba Ortega y Gasset), el análisis de los problemas reales”, sin el peso de confesionarios ni de los abusos conceptuales (A. Cirese, 1987). La pregunta es pertinente: ¿la naturaleza nos pertenece? No es un asunto menor, ni se aparta de una discusión científica muy densa. Así como cuando se alude al Quijote, y se recuerdan las primeras palabras: “En un lugar de la Mancha…”, en el caso de la obra cumbre de Darwin (El origen de las especies) casi al comienza se enuncia: “La gran mayoría de los naturalistas cree que las especies son producciones inmutables y que han sido creadas separadamente […] Pero hay otros naturalistas que opinan que las especies pasan por modificaciones y que las formas de vida que hoy se conocen descienden por generación directa de formas preexistentes”.
Recordemos que casi un 50% de la población norteamericana joven y adulta, en ese país con alto nivel científico y tecnológico, paradojas incluidas, en este nuestro presente no cree en la teoría de la evolución. A este respecto, bien vale recordar la reflexión crítica frente al argumento de la inmutabilidad en la naturaleza, de F. Engels en la Dialéctica de la naturaleza, en sus primeras páginas, formando parte del segundo grupo de teóricos, críticos de la “absoluta inmutabilidad de la naturaleza”
Que se ha tratado de sacar raja mercadotécnica del Buen Vivir, del Vivir Sabroso, hay bastantes evidencias, al mismo tiempo que destaca la ausencia de un abordaje más riguroso en lo teórico y la documentación histórica de los alcances y límites en los espacios en que se defienden la epistemología del sur y el diálogo de saberes. Esta superficialidad era alertada por Ignacio López Moreno, en un chat del 1er Foro de la UAM de Economía Social y Solidaria -conformado en la UAM recientemente-, al señalar que “los conceptos contienen esencias, sentidos y anhelos que no debemos obviar al usarlos”. La inteligente contribución a este debate de E. de la Garza Toledo (profesor de UAM Iztapalapa, fallecido en 2021), por su crítica a B. de Sousa, es parte de las tareas a abordar en esta tarea que comienza.