En la colaboración anterior, citando a M. Giraldo, se aludía al “chip del capitalismo que nos impide trabajar en colaboración”. Lo del chip es una expresión, muy usada y, las más de las veces, abusando del término. Para llenar de contenido este argumento acudimos a Marx, sobre los procesos de sometimiento en el que se forma la clase obrera: “a fuerza de educación, de tradición, de costumbre, se somete a las exigencias de este régimen de producción como a las más lógicas leyes naturales”.
Siguiendo esa veta, recordemos a H. Braverman: “la adaptación de los obreros al modo capitalista de producción debe ser renovada con cada generación, tanto más que las generaciones que crecen bajo el capitalismo no están formadas dentro de la matriz de la vida del trabajo, sino que caen en medio del trabajo desde fuera, para expresarlo así”. Este proceso rebasa las fronteras de los espacios de trabajo.
Atendamos ahora a L. Althusser (1989): “en la escuela se aprenden las ‘reglas’, los usos habituales y correctos, es decir, los convenientes, los que se deben observar, según el cargo que está ‘destinado’ a ocupar todo agente de la división del trabajo: normas morales, normas de conciencia cívica y profesional, todo lo cual quiere decir, en una palabra, reglas del respeto a la división técnico-social del trabajo; reglas, en definitiva, del orden establecido por la dominación de clase”.
Baudelot y Establet (1975), por su parte, señalaban: “Para comprender hasta qué punto familia y escuela forman una pareja, era necesario y suficiente restablecer el término que los une realmente: las relaciones sociales de producción, las leyes de su reproducción y la lucha de clases que emanen de ellas”.
Bowles y Gintis (1981), poniendo atención en las condiciones de la escuela en Estados Unidos de América, apuntan que “Un cuerpo político estable y una fábrica que funciona perfectamente, por igual, requieren que los ciudadanos y los trabajadores hayan abrazado y hecho propios, valores y objetivos de quienes detentan la autoridad. Las escuelas pueden hacer mucho más que inculcar obediencia: pueden favorecer el autocontrol”.
La selección breve de las fichas del rompecabezas parte de la premisa de que esta disputa de sentido tiene relación con la economía social y solidaria, por hechos sociales recurrentes, tales como la policéntrica “degradación del trabajo”, la deshumanización en los espacios laborales, la proliferación de tecnologías diseñadas para la subsunción del trabajo, la erosión de lo ciudadano y la democracia, es decir, conjunto de construcciones sociales articuladas que generaron múltiples respuestas sociales. Se presentan como piezas fragmentadas, pero tienen correspondencia. Establezcamos, pues, el vínculo con las experiencias de las fábricas y empresas recuperadas por sus trabajadores (ERT), recuperadas desde la narrativa de los propios trabajadores, preguntando ¿qué son las ERT?
Sobre esto, Gracia (2011) señala que la fábrica recuperada no es microemprendimiento. Para Rebón y Salgado (2007), no se trata de una estrategia de supervivencia de grupos sociales desfavorecidos, que ven en el microemprendimiento una posible ancla de salvación frente al naufragio y la ambigüedad.
Guelman (2012) apunta, por su lado, que se trata de la "existencia de una empresa anterior que funcionaba bajo el modelo de una empresa capitalista, cuyo inviabilidad o vaciamiento los llevó a luchar por su puesta en funcionamiento bajo formas autogestivas", a lo que agrega A. Ruggeri (2012) de que es el paso de la gestión del capital a una gestión colectiva, que mediada por la lucha obrera persigue el no perder la fuente de trabajo, entendiéndole siempre como un "…proceso social y económico que presupone la existencia de una empresa anterior, que funcionaba bajo el molde de una empresa capitalista tradicional”.
Pragmáticamente, pero siempre hay algo más, sobre todo porque se trata de procesos de aprendizaje, "es la posibilidad de resolver el desempleo de manera colectiva" (Palomino, 2008).
A pesar de plantarse frente al capital, y de resaltar la epopeya obrera, retomando a D. Kasparian (2017) de que “Las cooperativas representan una forma organizativa orientada a la resolución de necesidades sociales con base en la asociación voluntaria de personas, la propiedad colectiva y el control democrático”, es sin romanticismos muy pertinente la reflexión de D. Kasparian: Lucha ¿sin patrón? Un estudio sobre la configuración de la conflictividad de trabajo en empresas recuperadas y cooperativas del Programa Argentina Trabaja (tesis de doctorado y ahora libro publicado). Es una pregunta que se ha ido abordando, y obliga seguirse trabajando.
Personalmente he documentado que debajo de la gorra del obrero está el cerebro del obrero, con toda su complejidad. Este interrogante, Lucha ¿sin patrón?, vale confrontar con los argumentos de la subsunción del trabajo al capital, de la sociedad al capital. Y aquí viene parte de lo que motivó este texto: el argumento de Federico Manchón, colega de la UAM, de la exigencia desde la Economía social y solidaria de acelerar “el parto en el marco de una crítica de la economía política cuestionando desde adentro las instituciones sociales privadas y públicas del capitalismo”, con la precaución de evitar posturas paliativas hacia un “ejército industrial de reserva de ciudadanos desciudadanizados inútilmente confortados por improbable”. La tarea de la crítica es fundamental, para “denunciar la fantasía de la neutralidad y tomar partido”. Es una de las rutas posibles.
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