Enero 2009. En ese momento todavía vive mi amigo Rafa Montesinos (al que sigo extrañando). De golpe me hice viejo, producto de circunstancias en las que antes y ahora poco o nada puedo (yo) hacer. Todavía se publicaba la revista Topodrilo, y allí salió el texto que publico sin miedo a la memoria o que haya perdido vigencia. Lo más jodido es que se mantiene, y con él el dolor en la panza. No es solamente que uno tenga un mal día (esto a veces es de orden cotidiano), es que los días no abren espacios de esperanza, ¡no en Gaza!

Basta con atender lo planteado por Thalif Deen (Aplastante nueva estimación de 186 000 muertos en Gaza reaviva acusación de genocidio, Inter Press Service, 10/07/2024), al que cito de manera amplia: “La abrumadora cifra de 186 000 muertos en Gaza -frente a la oficial de más de 37 000- ha resucitado las acusaciones de genocidio y crímenes de guerra en la devastadora guerra de nueve meses entre Israel y el grupo islamista Hamás, sin señales de alto el fuego.

Según el artículo, titulado ‘Counting the Deaths in Gaza: Difficult but Essential (Contar las muertes en Gaza: difícil pero esencial, The Lancet)’, las muertes indirectas oscilan entre tres y quince veces el número de muertes directas.

‘Aplicando una estimación conservadora de cuatro muertes indirectas por cada muerte directa a las 37 396 muertes registradas, no es inverosímil calcular que hasta 186 000 o incluso más muertes podrían atribuirse al actual conflicto en Gaza’, según The Lancet”.

El dolor es perenne, “Si Israel continúa con sus bombardeos indiscriminados y hambreando al pueblo palestino, podemos esperar que la cifra real de muertos supere los 200 000, por no hablar de los cientos de miles de heridos y traumatizados que sufrirán durante décadas” (Sarah Leah Whitson, directora ejecutiva de Democracia para el Mundo Árabe Ahora). Ojo, para documentar el pesimismo, expertos calculan en “casi 8 % de la población de Gaza asesinada”. Y no paran de bombardear o de alentar a los colonos israelíes a que continúe el despojo; en el cinismo desbordante, se reparten el botín.

Me echo un clavado en mi historia personal y encuentro una reflexión de ese lejano -y presente- 2009 (Topodrilo, No. 10), cuyo título fue Israel versus Palestina. Los números de la ocupación.

Las tropas de Israel, de ocupación, bajo la campaña fascista del Plomo endurecido, se han retirado de la Franja de Gaza. Esto es un decir, pues desde la frontera vigilan los movimientos palestinos, en el entendido de que cualquier cosa que desde la arbitrariedad impuesta resulte peligrosa a la mirada israelí, recibirá rápida y contundente respuesta. A la entrada de los soldados israelíes, belicosa como postura ordinaria en una sociedad en la que el miedo se ha incrustado, a esa invasión a Gaza le acompañó el desencuentro del mundo árabe, la complicidad activa del gobierno de G. Bush, el silencio de la Autoridad Nacional Palestina, y un entramado diplomático que actúa con una lentitud intensa y débil que no tiene correspondencia con el desplazamiento rápido de las tropas y la velocidad con que las bombas se esparcían sobre una tierra históricamente herida.

Un día después, ¿con qué se quedan los palestinos?; ¿cuál es la cantidad de odio por sus muertos?; ¿qué sensación queda por el despojo, por la entrada a su casa sin permiso, de aprender en la piel que su vulnerabilidad es más grande de lo que pensaban? Creo que, como apuntaba M. Benedetti, “los que quedan llorando rabian, seguro piensan en el desquite”. Y esto no es un desliz para el gobierno de Israel, es un correlato intencionalmente buscado para preservar bajo la piel el miedo, manteniendo vigente el consejo de Maquiavelo al príncipe, de que vale más ser temido que amado. No es una contradicción que esta parafernalia del terror se encadenara al odio para que no quedara nada, nadie. Los saldos de la invasión, no de un enfrentamiento, son contundentes: de los 1205 palestinos muertos –cifra que va a crecer por los heridos-, el 34.02% eran chicos menores de 16 años. Estaban algunos en su casa, dormidos a pesar de los ruidos de mierda de las bombas, huyendo del hambre con que recostaron sus cabezas para desconectarse de la realidad del bloqueo, y jamás despertaron. Otros estaban en la escuela haciendo soportable su vida, distrayéndose con las clases, aprendiendo las grafías, y de nuevo se oscureció para siempre su vida. Perdón, eso es profundamente injusto. Con los viejos pasó lo mismo, no por ser más viejos tenían que morir, no así como murieron. Ni los niños ni los viejos eran milicianos, pero les cayeron las bombas. Estaban viendo pasar la vida y la muerte al mismo tiempo, en el juego peligroso de vivir en un país invadido, ultrajado, y se cegó su vida.

Sigamos con los números, para ver el tamaño de lo que somos como civilización, y de la desproporción en el enfrentamiento: del lado de Israel murieron trece personas (es terrible, para la condición mexicana se trata de una jornada cotidiana, como un día ordinario en Sinaloa o en Chihuahua), que también son llorados por su gente, no podemos minimizar el hecho. Como tampoco podemos minimizar ni ocultar el dato de que cada israelí que moría, al mismo tiempo, del lado palestino morían 100 personas. El poderío militar y tecnológico está detrás de lo demográfico, de ese cien a uno. Del lado de Israel cayeron sobre todo soldados; del lado de la Franja de Gaza cayeron sobre todo civiles, y algunos médicos (con las herramientas de su trabajo, gasas, vendas, hipodérmicas, ningún arma), y algunos periodistas (con las herramientas de su trabajo en las manos, con evidencias que no podrán ser reveladas por ellos) y algunos profesores (con las herramientas de su trabajo, con libros, tizas y un borrador que nos les sirvió para borrar la muerte). En este contexto no es casual el bloqueo a la ayuda humanitaria, las bombas a ambulancias, la votación en Naciones Unidas de Estados Unidos o de Canadá ni la expulsión de Richard Falk (representante de la Organización de Naciones Unidas) de Israel, para evitar que hiciera su monitoreo sobre la situación de los derechos humanos en Palestina.

Los palestinos, para la clase política de Israel, valen más muertos que vivos (y si son de Hamas, también para algunos segmentos políticos árabes). Por un lado son más de mil potenciales enemigos menos que no van a llorar ni a pensar en el desquite; pero además (¡ay, la vida no vale nada!) juegan un papel en el calendario político, pues los que iban atrás en las encuestas para las próximas elecciones en Israel, por su vínculo con la guerra han aumentado las preferencias electorales: dime cuántos muertos palestinos hay (sin distinción de género o edades) y te diré cuántas preferencias electorales obtienes, parafrasean las casas encuestadoras en Israel y se regodean los militaristas.

El encadenamiento de Egipto, Líbano antes, Sabra y Chatila (la responsabilidad directa del gobierno de Israel al apoyar a los falangistas libaneses para que asesinaran a refugiados palestinos), Líbano después, en 2006, y en estos días oscuros la Franja de Gaza, son todos indicadores del odio y la estrategia de intolerancia y genocidio que está impulsando hacia los palestinos el gobierno de Israel y sus aliados (los que se abstienen en las votaciones, los que votan en contra de las propuestas de Paz, como el multicultural Canadá, los que continúan haciendo prósperos negocios con los empresarios más prósperos de Israel; con matices, los que mantienen una política exterior pasiva bajo la máscara del respeto y la soberanía).

Estando en casa, mis dos hijos, dos jovencitos de quince y doce años, se tropezaron con las fotos de la tragedia. Es real, no veían pies ni cabeza en las fotos, no las entendían, porque eran fotos que parecían mutiladas, pero no, era la mutilación de los cuerpos lo que dejaban ver las imágenes. Mis hijos se conmovieron y yo de plano lloré. Me imaginaba como el papá de unas de las niñas a la que le veía los ojos cerrados, lo que sentiría si algo así pasará con la gente a la que amo, y de plano tuve muy clara la articulación de odio e impotencia. No hay que hacernos la pregunta ingenua de si esto estará esto presente en los palestinos. Mucho odio acumulado en esta historia de despojo al pueblo palestino (no es una historia de santos, hay que hacer un balance de la resistencia palestina, en otro momento). Qué bien le quedan las palabras que dirigiría León Felipe a Franco, al falangista israelí que no reconoce las fronteras de la dignidad humana: “Tuya es la hacienda, la casa, el caballo y la pistola. Mía es la voz antigua de la tierra. Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo...”.

En mirada retrospectiva, no es historia pasada, es presente.

¡ALTO AL GENOCIDIO QUE SUFRE EL PUEBLO PALESTINO!

(Profesor UAM)

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