Alejandro Espinosa Yáñez

El reconocimiento de la ONU a la economía social y solidaria

No es hechizo, pero no hay que bajar la guardia

Alejandro Espinosa Yáñez. Foto: EL UNIVERSAL
15/04/2023 |03:55
Alejandro Espinosa Yáñez
Autor de opiniónVer perfil

La Organización de las Naciones Unidas (ONU), en Resolución aprobada por su Asamblea General (16 de diciembre de 2021), da un espaldarazo a “Las cooperativas en el desarrollo social”. De distinto alcance son los argumentos: las cooperativas “promueven la máxima participación posible en el desarrollo económico y social de las comunidades locales y de todas las personas”, sin exclusión por género, grupos sociales, condición étnica o edad. Destaca su papel principal frente a la marginalidad y grupos socialmente vulnerables, dada la exclusión de segmentos poblacionales, ignorados por las empresas tradicionales. Por el relieve de su transversalidad, “las cooperativas y otras organizaciones sociales pueden ser decisivas” en lo referente al cambio climático, y frente al hambre -con mayúscula-, tareas en las que las grandes corporaciones están reprobadas, más allá del discurso verde edulcorado de responsabilidad social empresarial. La mirada hacia las cooperativas genera un exhorto de la ONU a los gobiernos, para que trabajen en colaboración con las cooperativas. Aunque aquí puede colarse lo que se planteaba en el periódico Spectator (siglo XIX), cuando “descubre como el principal defecto de los Rochdale Cooperative Experiments, el siguiente: ‘Estos ensayos demostraron que las asociaciones obreras podían manejar con éxito tiendas, fábricas y casi todas las formas de industria, y mejoraron extraordinariamente la situación de aquellos hombres, pero ¡no dejaban sitio visible al capitalista!’ Quelle horreur!” (Marx, 1976).

Adelantemos hojas al calendario, y ubiquemos el 27 de marzo de 2023. Nuevamente la ONU fija su atención en las cooperativas y en organizaciones sociales que han ganado un lugar en la realidad social mundial. Nada de concesiones gratuitas, sí la expresión de una correlación de fuerzas y de un avance de expresiones populares organizadas. Hay que ponderar con cuidado lo que indica, la lectura pragmática del tamaño de la crisis y la necesidad de encararla por diversos flancos, desde la lectura institucional de la organización mundial.

La ONU apunta en ese sentido a “Promover la economía social y solidaria para el desarrollo sostenible”. Bajo el argumento de que el planeta no aguanta más, lección de la pandemia incluida y de una consciencia real del hecho menor a la magnitud del problema vivido, la ONU alienta al espectro organizacional (multinacionales, empresas con distinto tamaño y en diferentes giros), a que “contribuyan a los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la acción climática, incluso adoptando modelos de negocio acordes con los esfuerzos por replantear la forma en que se miden el progreso y la prosperidad”. Es un llamado débil, justo, pero sin fortaleza institucional, pues ninguno de sus exhortos es vinculante. Cuando recorremos el telón para apreciar las actividades económicas, por ejemplo, las actividades mineras que degradan la naturaleza, la afectación de la pesca industrial que en sus redes gigantes recolectan ciegamente las especies que habitan los mares, daños colaterales aparte; o la preminencia del negociado inmobiliario sobre la condición de la vida humana en las ciudades, en fin, ilustraciones de lo no hecho.

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Dejemos la breve digresión para seguir con los reconocimientos: la Organización Internacional del Trabajo (parte de la ONU), reconoce que la economía social y solidaria [ESS] engloba a empresas, organizaciones y otras entidades que realizan actividades económicas, sociales y medioambientales de interés colectivo o general, que se basan en los principios de la cooperación voluntaria y la ayuda mutua, la gobernanza democrática o participativa, la autonomía y la independencia, y la primacía de las personas y el fin social sobre el capital”. Sumemos que la ESS, abanico complejo en lo organizacional (cooperativas, mutualidades, asociaciones gremiales, entre otras), “puede contribuir a la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y su adaptación al contexto local”, en ámbitos sociales variados, con prácticas de inclusión social, que fomentan la horizontalidad y el trabajo decente, que promueven esquemas dialógicos en este mundo en el que prima el egoísmo y la individualización, con impacto en lo local (comunidades rurales y las mujeres que allí habitan y trabajan, por ejemplo), y lo global.

Como se señalaba líneas arriba: es un reconocimiento, no concesión. Por ello traigo a la memoria algo apuntado en una anterior colaboración a propósito del “Currículum Global de la Economía Social Solidaria”, aceptando que “Muchas de esas iniciativas son reconocidas y apoyadas por la UNESCO”. Se inquiría en ese momento: “¿acaso la UNESCO no forma parte del diseño organizacional ligado a la hegemonía del gran capital?” El mismo interrogante para la OIT y la ONU. ¡Qué bueno que existen!, pero vale reconocer sus alcances y límites. Y allí citaba a A. Nuncio (Frente a la naturaleza. Una discusión inicial, El Universal, 02/07/2022): “Si las agendas de la ONU y sus organismos especializados tuvieran cierto margen de concreción no seríamos testigos del mundo en que vivimos. Pobreza –al grado de causar hambrunas en algunas regiones–, violencia, emigración, racismo, discriminación social y, junto a ello, destrucción de recursos naturales”.

Reconocimiento merecido, precaución extrema, lo que quizá implique una rendija analítica que dé seguimiento a la evolución de las cooperativas y en general de la ESS. En esta coexistencia tensa de organizaciones capitalistas y de la ESS, algunos autores hablan de “sociedades poscapitalistas”. Para no dejar en el tintero, K. Marx (1976) describe que “el proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser uno: el proceso de disociación entre el obrero y la propiedad sobre las condiciones de su trabajo, proceso que de una parte convierte en capital los medios sociales de vida y de producción, mientras de otra parte convierte a los productores directos en obreros asalariados”. Como metáfora, pensando en el abrigo de la ONU a la ESS, analicemos la complejidad que se enuncia en que “una parte convierte en capital los medios sociales de vida y de producción”. En lo doméstico, si hacemos el ejercicio de mapear nuestro hogar (los artefactos de uso cotidiano) y mirarnos al espejo, quizá nos dejemos llevar por la sorpresa.

P.S. Luz en el proceso de diálogo en la UAM, para reencontrarnos pronto, por este esfuerzo, en una universidad (más) abierta.

Profesor de la UAM

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