A Camilo, en su cumple
En información periodística se señala que el gobierno de Israel ha despojado a la población palestina de 1200 hectáreas, todo esto durante 2024 -¡y lo que falta en el almanaque!-, ubicándose este hecho como el despojo más grande desde 1993 a la fecha (desde los Acuerdos de Oslo). Cisjordania es el centro de operaciones.
Es la historia de los palestinos. Como citábamos al emblemático periodista argentino Rodolfo Walsh en colaboración anterior, refería que cuando se le preguntaba a Golda Meir sobre los palestinos, decía: “¿Palestinos? No sé lo que es eso”. Mi amigo Miguel Galante, que gran parte de su formación escolar la hizo en escuelas judías, recordaba que siempre le enseñaron que los palestinos no existían, que eran jordanos o egipcios, en concordancia con lo planteado por Golda Meir.
No es una broma ni ocurrencia o falta de conocimiento de geografía humana, sino una política de Estado, como materialización de la geografía deshumana, concretamente en los usos y abuso del territorio, sin que juegue papel alguno, hasta ahora, el derecho internacional. Como lo documenta el citado Walsh, “Desde hace un cuarto de siglo la política oficial del Estado de Israel consiste en simular que los palestinos son jordanos, egipcios, sirios o libaneses que se han vuelto locos y dicen que son palestinos, pero además pretenden volver a las tierras de las que se fueron voluntariamente en 1948, o que les fueron quitadas no tan voluntariamente en las guerras de 1956 y 1967”.
Si no los nombramos no existen, pareciera ser la consigna histórica de los invasores. Desde otro ángulo, podemos catalogarlo como exclusión por su identidad.
En la maniobra se declaran como tierras estatales -ése es su bautismo de legitimidad-, para proceder a expulsar a la población palestina. Las toneladas de bombas, la entrada del ejército israelí a cualquier espacio, sean escuelas, hospitales, centros de refugiados; les importa un cuerno si hay niñas y niños, mujeres embarazadas, médicos, docentes, discapacitados o población de la tercera edad. O quizá sí les importa, para romper la línea de aprovisionamiento de vida y recursos palestinos, para borrar cualquier vestigio de memoria, de vida ahora en el vientre, de chavitos que han envejecido a fuerza del terror de balas y bombas, de la memoria de los viejos.
La propia sociedad israelí está dividida, al reconocer que esta operación tiene como destinatarios que se benefician a los colonos, verdadero ejército de ocupación (están incrustados en ellos fuerzas paramilitares), aparte de las propias fuerzas armadas de Israel. Los efectos de esta política agresiva son múltiples. Por un lado, como señala la ONG israelita Peace Now, "Está claro que el objetivo principal del gobierno actual (de Netanyahu), desde sus decisiones hasta sus acciones, es desmantelar cualquier posibilidad de una solución política entre israelíes y palestinos". Por otro lado, pone claridad en el escenario de los actores a quienes les conviene la guerra: las fuerzas más conservadoras en Israel, las corporaciones militares, así como al gobierno de Estados Unidos, del signo que sea, para intervenir sistemáticamente en el Medio Oriente.
Esta violación de la vida y del derecho internacional ha desatado reacciones diversas. Es el caso de la respuesta oficial mexicana: “México condena la expropiación de tierras en Cisjordania aprobada por el Gobierno de Israel, dada a conocer recientemente y la expansión de los asentamientos en clara violación al derecho internacional. Esta medida contribuye al aumento de las tensiones en el terreno y atenta contra la viabilidad de la solución de dos Estados". Importante posicionamiento en el que destaca la postura consensada del actual gobierno con el próximo gobierno, marcando el territorio de parte de lo que será la política internacional.
La ONU, por su parte, acusa a Israel de "abuso sexual" y de "deshumanizar" a prisioneros palestinos. Se trata de una historia vieja; ya hace muchos años la Histradut, central sindical judía, prohibía a las empresas judías que compraran materiales hechos por los árabes, nos recuerda Walsh, así como la prohibición a las mujeres judías de comprar productos a los árabes, limones, huevos, tomates, nada, alimentando el odio hacia el otro. Si se sorprendía a una “mujer judía que ha comprado huevos a un árabe […] se los rompe en la canasta”, inoculando el odio y la desconfianza.
El proceso sistemático de despojo y represión tiene distintas repercusiones: impide a la población palestina hacer uso de las tierras de las que fueron despojados, apartándolos de las condiciones objetivas que permitan su reproducción. Intenta destruir el sentido de pertenencia, la “terra patrum”, incidiendo en las condiciones subjetivas, destruyendo las raíces culturales. La destrucción física planeada forma parte de la destrucción de las condiciones objetivas que permitan su reproducción poblacional, sumándose a la destrucción de las raíces históricas. Así, una sociedad que no veía a los judíos como enemigos, a fuerza de la represión, odio inoculado y despojos sistemáticos, ha construido sus armaduras para mantenerse en la historia.
Hace años, cuando Camilo (mi hijo) era un niño, en una foto de la revista Proceso aparecía material gráfico de cuerpos mutilados por la intervención de las fuerzas militares en territorio palestino. Sus ojos de niño fueron asaltados por la violencia sin límites. Sí, eran fotos casi ilegibles, casi como si se asistiera a la obra Guernica de Pablo Picasso. La sorpresa y rabia continúa frente a la historia sin fin de derramamiento de sangre del pueblo palestino, del despojo programado, de “Los mismos hombres, las mismas guerras, los mismos tiranos, las mismas cadenas” (León Felipe).
(Profesor UAM)