Roger Chartier, en entrevista (“El universo digital abre nuevos horizontes a la escritura, que parecía caduca”, The Conversation, 13 de septiembre, 2022), apuntaba: “La idea más extendida es que con el mundo digital se pierde la escritura, el texto. Es una concepción absolutamente errónea. En el mundo digital se necesita leer, intercambiar, escribir; es un mundo saturado por la escritura. Es una escritura que necesita otros soportes, otros códigos y tiene otros efectos”. R. Chartier, académico francés de alto nivel, sabe de lo que habla, pues en su acervo destaca su trabajo como riguroso historiador del libro y de la lectura. En el Módulo sobre Lectura 2022, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), se informa que los mexicanos leemos en promedio 3.9 libros por año, distinguiendo mayor consumo en hombres, 4.2 libros, mientras que las mujeres llegaron al 3.7 (el viejo planteo del “cuarto propio”, de V. Woolf, sigue presente).

Pero esta es una lectura incompleta, pues se debe agregar la caída de lectura de periódicos (no solamente en papel, también en formato digital) y el ascenso en el consumo de páginas de internet. Con base en información de INEGI, Expansión política resalta: “El internet ya es el soporte preferido para la lectura de los mexicanos, pues el 57.6% de los mexicanos declaró leer páginas de internet, foros o blogs en la web. La proporción era de solo el 45.2% en 2016” (20/04/2022). Otro aspecto a incorporar es que a más grados de escolarización, más acceso a la lectura. En el confinamiento más extremo hubo más lectura de libros, pero concentrada en la población históricamente más lectora, que no se aparta del triunfo de Netflix et al.

Remata Chartier el argumento citado con la señalización de que es “fundamental reconocer esta proliferación de la escritura en el siglo XXI, en el mundo digital; hasta el punto de que se puede interpretar que existen hoy muchas formas de comunicar”. Ahora, se imponen preguntas sobre lo que se lee, en general, sin adjetivos, sobre sus alcances y límites, sobre la precariedad de la cultura, en la dimensión que estamos reflexionando.

Frente al relieve de la digitalidad, y en particular del abanico mutívoco de formas de comunicar, Umberto Eco (La Stampa, 2015) afirmaba: "Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas". Puede sonar rudo y antidemocrático, pero la inmersión en las redes deja ver el caudal de “fake news” y de construcción de odio que al menos debe servir de alertas en los usos de la tecnología. Sobre esta posición crítica, también Chartier se posiciona: “En la sociedad digital hay ruido, confusión, lectores-escritores y escritores-lectores… Se desarrollan nuevas formas de textualidad y de escritura que tienen como paradigma la velocidad, la desatención y, por tanto, han perdido también la capacidad crítica. No existe una autoevaluación en esta nueva relación lector-escritor y eso da pie a la generación de las teorías más absurdas y a las manipulaciones más evidentes, en particular en el polémico campo de la política”. Para no ir lejos, un ejemplo reciente: en Argentina, como señalaba en una colaboración anterior, hicieron lo suyo las musas sobre el gatillero que intentó asesinar a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Navegar en el contexto de las redes de este hecho político deja ver la “desatención”, la “velocidad” de vértigo, el ideario de lo absurdo y de la manipulación a toda marcha. Rehacemos la pregunta sobre la precariedad de la cultura.

Como plantea Chartier, “No debemos olvidar que las tecnologías son lo que los humanos hacen de ellas y no lo hacen de forma inconsciente, sino en el marco de tensiones y de conflictos”. Empero, aludir a los humanos, sin distinguir ni reconocer las intervenciones distintas en las tecnologías, en su diseño y desembocaduras, deja ver a un Chartier sin el filón crítico que exige el peso del contexto histórico y, en él, del capital (quizá es injusta esta apreciación, pues se trata simplemente de una entrevista). Los principales ganadores en esta historia en que se deshoja el libro y se encuaderna lo digital, los principales ganadores, insistimos, son las grandes corporaciones en general, y en particular las ligadas a las Tecnologías de la Información, sus dueños y accionistas. Bill Gates (Microsoft), Jeff Bezos (Amazon), Marc Zuckerberg (Facebook, WhatsApp, Oculus e Instagram), Larry Page y Sergey Brin (Google) no son cualquier humano en un “marco de tensiones y de conflictos”: ¡por sus finanzas -y la búsqueda ordinaria en google, más de 3 mil millones cada 24 horas, p. ej.- los conoceréis! Asimismo, en los usos políticos hay que poner atención, lo que es muy claro en la recomendación de que para dirigirse a la población juvenil, el uso del tiktok es lo más recomendado; en este caso, las organizaciones políticas no son equivalentes a los individuos y sus posiciones políticas.

Sin soslayar lo enunciado por Chartier, sobre la algoritmización de la sociedad, señala de que “Si nos queremos resistir a la lógica que convierte a los individuos en bancos de datos, es imprescindible evitar las prácticas y los lugares que permiten una alternativa a esta idea de sorpresa ante lo inesperado”. Empero, no es cualquier disputa, bajo la premisa de que “en el capitalismo, después de la era del carbón y del acero, la del ferrocarril y la electricidad, y la del petróleo, llega la hora de los datos, la nueva materia prima dominante en la era postpandémica. Bienvenidos al capitalismo digital” (Ramonet, 2020).

Para alguien, como el que escribe, formado en el siglo XX, el tiempo de la digitalidad inmensa sorprende cada día. Dice Chartier: “El momento presente exige tomar conciencia de las posibilidades que ofrece el universo digital, más amplias, más allá de los condicionantes que existían en la cultura impresa o manuscrita: propiedad intelectual, paginación… Es un reto a la imaginación”. Fui educado para acudir como lector al libro, y lo que me parecía importante del texto volcarlo en el cuaderno. Este proceso se quiebra, parcialmente, pues lo digital tiene que ver “con la relación entre quien escribe y quien lee. Se escribe para leer y se lee para escribir. Es el fenómeno de las redes sociales, como paradigma” (Chartier). Me miro en el espejo, me autoevalúo, y de plano es necesario reeducarme en este trajinar en el que “todas las hojas son del viento” (Spinetta).

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Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana 


 

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