A Ino, sin inocencia

Regreso a una preocupación sistemática, agudizada por el avance de la ultraderecha mundial. Para intentar comprender esta historia acudo a Harry Braverman (1974), cuando de manera simple registraba el avance inefable del capital: “durante los últimos cien años el capital industrial se abrió paso entre granja y mantenimiento de casa y se apropió de todas las funciones de ambos, extendiendo en esta manera la forma- mercancía a la comida y sus formas semi-preparadas o incluso totalmente preparadas”. La forma de hacer las cosas dentro de los hogares se modifica abruptamente, afianzando los niveles de dependencia al capital, para comer, vestirnos y acercarnos a la cultura, por ejemplo. Coincidiendo con Braverman, en la importancia y presencia del capital en el mantenimiento de la casa, Franco Ferrarotti (pensando la vida social de los sesenta del siglo XX) también apunta el relieve de esta revuelta de lo ordinario en la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, invadiendo el capital todos los resquicios de la vida social. Ferrarotti (2007) apuntaba que “el hombre no es un dato, sino un proceso, y que las ‘leyes’ que tienen que ver con él, no pueden ser timeless y spaceless, válidas en cualquier contexto e intemporales”; sin embargo, hay procesos que con sus tiempos y destiempos acompañan la experiencia social, como lo enunciado por Braverman de la invasión del capital en todos los resquicios de lo social, con las diferencias en el crisol de realidades específicas.

En el campo de los procesos de trabajo, se trata de una historia de cambios y “adaptación” sin fin (ahora, con la inteligencia artificial, tremendos desafíos). De nuevo Braverman nos acompaña, pues más allá de los cambios tecnológicos y organizacionales (cambios en la composición y atributos de la fuerza de trabajo, lo mismo que en las gerencias), la “transformación de la humanidad trabajadora en ‘fuerza de trabajo’, en un ‘factor de producción’, en un instrumento del capital, es un proceso incesante y sin fin”. Sumemos a lo anterior la cadena en el proceso de sometimiento electrónico digital imparable y, las más de las veces, ilegible.

Cambios en los mundos y modos de vida, en los procesos de trabajo, en nuestra aproximación a las tecnologías y las nuevas formas de socialización. Para ejemplificar, un punto en el que coinciden diferentes analistas es que en las redes hay una vida de derechas, individualista, monológica, que adjetiva y descalifica como norma, pues como señala Stefanoni (2021), “La ‘incorrección política’, como se ve, puede llegar lejos. Los neorreacionarios defienden la libertad personal, pero no la libertad política”, incluso de manera tajante se puede señalar que las derechas son enemigas de la democracia. Se sirven de ella para alcanzar sus fines, lo que se aprecia en la escalada de la eliminación del “control democrático sobre los poderes concentrados” (Jorge Alemán, 2023), lo que ha puesto en evidencia los límites de los partidos políticos en la regulación de la democracia.

Ahora acerquemos a Marcos Roitman (08/12/2022, La Jornada), y sus apuntes en relación con la guerra de las emociones. Señala Roitman que “la neuropolítica, la sociobiología y la etiología se han unido para hacer posible la manipulación de las emociones. Es el principio del fin de la política tal como la entendemos, desechando los valores éticos, cuya fuerza se evapora en beneficio de ganar elecciones y hacerse con el poder, sin principios ni dignidad. De allí que la nueva derecha agite el odio, el miedo, el desprecio o la ira como estados nerviosos propicios para su nuevo proyecto totalitario. La guerra por el control y manipulación de las emociones es ya una realidad” (y aquí aparecen en escena D. Trump, J. Bolsonaro, G. Meloni, V. Zelensky y J. Milei, por destacar algunos).

Agrega Roitman que “A medida que la economía de mercado se trasforma en sociedad de mercado, las emociones se han colado al campo de la política”. De esta manera, la reflexividad (más próxima al pensamiento crítico) se ve avasallada por el campo de las emociones (esmeradamente cultivado por la ultraderecha).

Hagamos un añadido más, aunque seguro faltan muchas más cosas de considerar. En el caso de la realidad argentina, los cambio en el mercado de trabajo, en una tendencia decreciente de la formalidad laboral (con efecto directo en los bolsillos de los trabajadores, y en la imposibilidad de construir horizontes). En la década de los noventa, la aplicación de prácticas neoliberales se tradujo en un industricidio, que generó distorsiones en el empleo y vaciamiento recurrente de empresas, lo que a su vez devino en la experiencia de empresas recuperadas por los trabajadores, inaugurándose más ampliamente el siglo XXI con este problema.

Según se consigna en distintos estudios, las tasas de informalidad vivieron una reducción en los gobiernos nacional populares de Néstor Kirchner y posteriormente de Cristina Fernández de Kirchner (2003-2015). Es con el gobierno de Mauricio Macri que vuelve a ensancharse el fenómeno de la informalidad. En la pandemia asciende el cuentapropismo, a pesar del diseño de políticas para encarecer el despido, así como el apoyo del gobierno para el pago de nómina de trabajadores formalizados. A pesar de ello, un segmento del mercado laboral vivió el proceso de uberización, es decir, trabajadores sin derechos (lo que en México es catalogado como la Tasa de Condiciones Críticas de Ocupación: sin contrato de trabajo, sin prestaciones ni seguridad social).

En datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), Jorge Paz, investigador del Conicet -en México el equivalente es el Conahcyt- en el Instituto de Estudios Laborales y del Desarrollo Económico, afirma que el es considerado trabajador informal, lo que sumando a cuentapropistas y trabajadores no registrados (informales), llegaba en 2022 al 47.6% de los trabajadores. Por otro lado, en la Universidad Católica Argentina, para ese año, 2022, se planteaba que “el ingreso medio de los trabajadores informales fue un 48,9% inferior al de los trabajadores del sector privado, y un 39,3% respecto de los trabajadores públicos”. Trabajadores precarios en ingresos y en seguridad en el empleo.

Es en este caldo de cultivo, que en su articulación se decanta en procesos de anomia, que estratégicamente se genera un sustento para nuevas formas de acción política, por fuera de los partidos, con énfasis en la crítica a la acción estatal que pocas veces les abrigó -esa es una de las lecturas-, con visiones utilitarias y en las que destaca la destrucción de zonas de cohesión social, dando paso a la narrativa de que “La vida se volvió de derecha porque desde hace rato la convivencia se tramita con los códigos de la jungla. La lógica individualista —guiada por la necesidad de supervivencia y las ansias de superación personal— impregna ese día a día en la calle, en los codazos para subir al subte, en las historias de Instagram, en el trabajo, en la familia. Nos empujan al narcisismo pero ese narcisismo está lleno de heridas que nunca terminan de supurar” (Fernando D’Addario, Página 12, 11/12/2023).

Con lo enunciado he tratado de pensar en lo señalado por Alemán, respecto a la identificación de un sector de la población argentina con la ultraderecha, pues responde a “algo más estructural de fondo”. Alemán argumenta en dos sentidos, uno que puede ser criticado desde los Diálogos de Saberes, pues señala que “Está pasando algo en el mundo: no hay un exterior, algún otro país con el que identificarse. Es la primera vez que Occidente está sobre sí mismo, sin ningún exterior, y entrando en una especie de colapso de sus fuerzas políticas”. Un segundo argumento, que podemos pensar como subordinación consensada de manera no formal con los grupos concentrados del capital, apunta a que “hay un sector de la población argentina que ve y no ve”. "Lee que no hay plata, se le propone un ajuste brutal y quedan emplazados en algo así como ‘César, los que van a morir te saludan’, pero no lo ven”.

Sin ataduras con las convenciones sociales, Feliz Año Nuevo.

Profesor de la UAM

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