Los bolsillos del capital ligado a la industria farmacéutica se han ensanchado. De acuerdo a datos del 2021, en el período 2020-2021 se duplicaron las ventas de ansiolíticos y antidepresivos. Una sociedad más empastillada que nunca, en la que en los recetarios médicos abunda la recomendación del uso de antidepresivos (paroxetina y sertralina) y/o ansiolíticos (clonazepam, alprazolam). Es un dato, pero muy significativo: el rivotril (clonazepam) ha comenzado a escasear en las farmacias, por su alta demanda (agosto 2022).

Es cierto, antes del confinamiento se consumían, en crecimiento tendencial, estos medicamentos, pero los efectos del encierro, en una sociedad dominada en su abecedario ordinario por angustia, ansiedad, incertidumbre, miedo y soledad, multiplicaron la demanda: “En sus caras veo el temor, ya no hay fábulas, en la ciudad de la furia” (G. Cerati/Soda Stereo).

El empastillamiento masivo no es un hecho aislado de otros fenómenos sociales. Es el caso del incremento en la ingesta de alcohol. En estudios que aluden a su consumo, se señalan algunas “causas”: aburrimiento (50.4%), sentirse encerrado (16%), inactivo (10.7%), temor y por gusto (11.5%). Solamente un poco más de uno de cada cuatro (26%) indicó que consume diariamente. Estos son resultados del sondeo “Consumo de alcohol durante la emergencia sanitaria COVID-19”, realizado por el Instituto para la Atención y Prevención de las Adicciones (organismo descentralizado de la administración pública de la Ciudad de México), entre el 19 de abril y el 4 de noviembre de 2020.

Pensando en C. Dejours, ansiolíticos durante el día, somníferos en la noche, psicoestimulantes en la mañana -la dieta para soportar las tensiones-. Algunos tragos para reducir éstas. Agreguemos a estos consumos lo planteado por J. Veraza, respecto a los riesgos de comer en el capitalismo: exceso de azúcares, harinas y carne (la dieta para la explotación). Pero no es suficiente para ilustrar parte de la problemática presente en las sociedades. Byung-Chul Han alude a los atracones de series (Netflix mediante). Atracones por todos lados, por cierto nada ajenos a la lógica del capital: industria farmacéutica, industria de bebidas alcohólicas, plataformas televisivas.

Chul Han también pone atención en otra faceta de la problemática actual: la explotación. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo que culmina en el síndrome del trabajador quemado”, plantea Chul Han. Así, podemos atisbar que las personas entran en una dinámica de autoexplotación, de autoexigencia, de constante optimización que acaba generando afecciones, como la depresión. Y volvemos al atracón de calmantes, pastillas, tés, pociones mágicas, prácticas esotéricas, gimnasios, alcohol, y muchas, muchas, horas frente a la pantalla.

Pero regreso a una obsesión, todo lo anterior no está escindido del capital. El síndrome del trabajador quemado, el burnout, lo asociaban claramente V. de Gaulejac y N. Aubert (1993) al “coste de la excelencia”. En la narrativa gerencial dominante “La empresa pasa a ser así generadora de la identidad: se habla de ella como la ‘nueva parroquia’”. La base de esta atracción fatal pasa por el enamoramiento hacia la institución, la personalización de ésta y la desterritorialización de preocupaciones y conflictos, es decir, recursos con los que se pretende construir un nuevo sujeto pedagógico (Chul Han alude a los móviles como los nuevos rosarios, p.ej.).

Esta cuestión del control y la explotación pinta canas. Sin ir muy lejos, J-P de Gaudemar (1981) alertaba sobre “una voluntad de disciplinar la fábrica disciplinando su exterior, a una voluntad de reducir toda resistencia obrera mediante una doble estrategia de modelamiento, en el taller y en la casa y mediante una estrategia de moralización social”. La materialización de esto se aprecia, parcialmente, en la época de Ford: “marca el principio de la cooperación entre expertos de formación universitaria (sociólogos, psicólogos, psicotécnicos, etc.) y hombres de negocios. Ford se rodea muy pronto de un ‘departamento de sociología’ y de un cuerpo de inspectores y controladores… Su misión esencial: controlar, desplazándose a los hogares obreros y a los lugares que frecuentan, cuál es su comportamiento general y, en particular, de qué manera se gastan el salario ” (Coriat, 1982). Digo parcialmente, porque la otra cara de la moneda del control se encuentra en el piso de la fábrica, dada la extrema división del trabajo y la fragmentación de la tarea.

Finalmente, traigamos a esta discusión a Dejours, por sus sugerentes apuntes sobre la explotación: “Lo que es explotado por la organización del trabajo no es el sufrimiento en sí mismo, sino más bien los mecanismos de defensa desplegados contra este sufrimiento […] el sufrimiento proviene de la organización del trabajo “robotizante” que expulsa el propio deseo del sujeto. La frustración y la agresividad que resultan, así como la tensión y el nerviosismo, son específicamente explotados para aumentar el ritmo de producción”.

Autoexplotación y empastillamiento (síntesis metafórica de todos los atracones), como formas de control social. ¡¡Uff, necesito un trago!!

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