El siempre sugerente Carlos Fazio (La Jornada, 01/06/2020) hace referencias al “capitalismo de la vigilancia”, el que estaría “desarrollando un proceso totalitario de reingeniería social, cuyo objetivo fundamental sería desencadenar una restructuración económica, social y política global […] regida por un nuevo ‘gobierno mundial’“. Ese nuevo capitalismo, de la “maquinaria invisible”, hace su aparición espectacular en esta coyuntura. Pero respirando tranquilamente, vale señalar que su debut en la cartelera del control mundial lleva más de un decenio. No en balde las burbujas cibernéticas comandando procesos de teletrabajo, y reorientando formas de gestión, por un lado, así como el peso de los grandes capitales y las multinacionales, por otro (Oxfam y Piketty mediante). Más todavía, hablar de capitalismo de la vigilancia es una redundancia, dado que la vigilancia es parte inherente del capital.

Capitalismo es vigilancia, encauzamiento, castigo, “normalización”, con las materializaciones históricas respectivas. “Google lo sabe todo de ti” -, planteaba hace algunos años I. Ramonet, así como en una entrevista –ambas elaboraciones en 2016- sobre su último libro aludía al “imperio de la vigilancia”, en el que afirma que las empresas vigilaban mejor que los Estados, pero funcionan articuladamente): “Antes la vigilancia era un fantasma, un temor paranoico porque era imposible vigilar a todo el mundo. Hoy la vigilancia es posible”, señala Ramonet. Imposible “vigilar a todo el mundo”, pero en los espacios de la ordenación cotidiana esto transcurre por otros rieles.

En los espacios organizados, a esos que concretamente se refiere Foucault en Vigilar y castigar, como una metáfora que alude a la escuela, el destacamento militar, el convento, la prisión, el hospital psiquiátrico o la fábrica, el control y la vigilancia están presentes. El reticulado (Poulantzas), la sociedad disciplinaria (Foucault) y la sociedad de control (Deleuze) son planteos analíticos que abordan y develan el tránsito de las formas de control del cuerpo al control del alma; de los five dollars de Ford, a la economía de las emociones; de la oficina pensante que respalde la separación entre concepción y ejecución, del ingeniero F. Taylor, a los laboratorios de pensamiento (think tanks) modernos; de los reglamentos de trabajo a la par de la exigencia de plegarias, a los manuales de procedimientos más los códigos de ética, como ha descrito V. de Gaulejac. En este espacio no es posible abordar su complejidad, simplemente lo enunciamos.

Para no dejar en el tintero, citemos en extenso a Foucault: “…mismo movimiento en la organización de la enseñanza elemental: especificación de la vigilancia, e integración al nexo pedagógico […] los ‘observadores’ deben tener en cuenta quién ha abandonado su banco, quién charla […] los ‘admonitores’ se encargan de ‘llevar la cuenta de los que hablan o estudian sus lecciones’ […] los ‘visitantes’ investigan, en las familias, sobre los alumnos que no han asistido algún día […] los ‘intendentes’, vigilan a todos los demás oficiales. Tan sólo los ‘repetidores’ desempeñan un papel pedagógico: hacen leer a los alumnos de dos en dos en voz baja”. Este escenario inspiró al Dickens de los Tiempos difíciles, en una crítica implacable a la escuela y la producción de sujetos escolarizados como si fueran muebles, y en tiempos más recientes a P. Freire y la educación bancaria.

El capitalismo no ha dejado de vigilar los espacios centrales. El panóptico ocupa un lugar visible –sin ironías- en la propia ciudad, y en la edificación de ésta y su ordenación, no se apartan de la lógica del capital. Parte de ello es expuesto por M. Foucault en su reflexión sobre cómo se encararon la peste y la lepra (algo parecido a lo que vivimos en el presente), con un plan de cuarentena que “representó el ideal político-médico de la buena organización sanitaria de las ciudades en el siglo XVIII. Hubo fundamentalmente dos grandes modelos de organización médica en la historia occidental: uno suscitado por la lepra, el otro por la peste”. Siempre hay porosidades donde se cuela la disidencia, pero el autoritarismo en la concepción urbana y en la edificación de las ciudades está presente, materializando la tesis de M. Castells de que la ciudad es la materialización de la sociedad en el espacio.

Tomando distancia del encorsetamiento de la coyuntura, reflexionemos en lo apuntado por Marx hace más de un siglo: “Lo que diferencia unas épocas de otras no es lo que se hace, sino cómo, con qué medios de trabajo se hace. Los medios de trabajo no sólo son escalas graduadas que señalan el desarrollo alcanzado por la fuerza de trabajo humana, sino también indicadores de las relaciones sociales bajo las cuales se efectúa ese trabajo”. Asistimos entonces, siguiendo estos trazos, desde hace algunos años, ahora de manera intensa, a cambios en los medios de trabajo, como quizá lo más visible, a la par de modificaciones en los “indicadores de las relaciones sociales bajo las cuales se efectúa ese trabajo”. No hay desperdicio en el apunte de Marx. Y allí, yéndonos desde principios del siglo XX, la Administración Científica del Trabajo –y el fordismo y la Escuela de las Relaciones Humanas-, y las Nuevas Formas de Organización del Trabajo, hasta el presente, tendrán como tarea central el control, la mantención de un esquema de orden-obediencia, lo que implica, retomando a Gasparini, la emergencia de un nuevo género de prisión y de un nuevo género de carcelero (el taller y el cronómetro, Coriat dixit), ahora re-configurados en las redes, sus aplicaciones y aparatos: “Esta mutación se ha extendido y amplificado más durante la gestión de la crisis de la Covid-19: nuestras máquinas portátiles de telecomunicación son nuestros nuevos carceleros y nuestros interiores domésticos se han convertido en la prisión blanda y ultraconectada del futuro” (P.B.Preciado, https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html).

Los teóricos de la Administración –siguiendo los paradigmas gerenciales en su historia-, con todas las diferencias que pueda haber entre ellos, coinciden en la necesidad de incrementar la producción y la calidad en los procesos, sin que se desborden los cauces del orden, de la “normalidad”. La vigilancia indiscreta de Taylor, la vigilancia discreta de Mayo, la autovigilancia y el asociacionismo gerencial –vía los círculos de calidad, los equipos de trabajo y/o la flexibilidad y el involucramiento- son correlato del capitalismo (o imperio) de la vigilancia; no se aparta de parte de sus propósitos centrales, de devenir en enriquecimiento y, por ello, del control.

Sin ingenuidades, el capitalismo no ha dejado de vigilar y controlar. Hay un perfeccionamiento continuo de los mecanismos de sometimiento, ahora el turno de la maquinaria invisible -el capitalismo ilegible, plantea Sennett- para el sometimiento corporal (con un entrenamiento-confinamiento previo para engancharse a las redes), y psíquico. Vale también reconocer que asistimos a un nuevo estadio de la lucha de clases. ¿Cuáles son las fortalezas de los trabajadores y sus organizaciones para encarar estos desafíos? Ese es otro capítulo de esta misma historia.

UAM Xochimilco

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