Hace pocos días, el 8 de junio 2023, se publicaba en Telemundo una nota con el siguiente encabezado: “Sorprende un robot con IA (Inteligencia Artificial) que resuelve el trabajo de 30 personas en una granja”. En el cuerpo de la nota se planteaba “Un robot con inteligencia artificial conquistó el corazón de un granjero en California, quien asegura que hace el trabajo de 30 personas”. El creador de la máquina dice que la inversión se recupera en un año, ahora el reto es encontrar trabajadores. En esto último, no se aclara si es por el éxodo rural o por las exigencias de calificación para manejar la tecnología. Como desafío en el uso de nuevas tecnologías, esto forma parte de la historia del trabajo, si recordamos el argumento de que “la dificultad principal no consistía tanto en la invención de un mecanismo automático…La dificultad estribaba sobre todo en la disciplina necesaria para hacer que los operarios renunciasen a sus hábitos irregulares dentro del trabajo y para identificarles con la regularidad invariable del gran autómata” (Marx).
Al platicar sobre esta nota con jóvenes estudiantes de Administración, comentaban sobre el impacto en el empleo y los daños sociales que esto acarrea, a la par que destacábamos la frivolidad de la nota; imaginábamos la escena, si es que realmente el granjero californiano fue conquistado por esta tecnología, a la par de que platicábamos colectivamente sobre la irresponsabilidad empresarial de pensar que el desempleo es una solución, con efecto directo en la cohesión social.
Vale señalar que el sentido de la nota periodística no hace referencia, desgracias aparte, a nada nuevo. J. Rifkin, un economista del que hemos hablado en este espacio, señalaba (El fin del trabajo. Nuevas tecnologías contra puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva era): “Las revoluciones mecánica, biológica y química en la agricultura han hecho que millones de trabajadores del campo se hayan quedado sin empleo. Entre 1940 y 1950 la mano de obra en las granjas descendió en un 26%. En la siguiente década se redujo de nuevo, esta vez en algo más del 35 %”. En los sesenta, aparte del rock, el hippismo y Vietnam destacan los avances tecnológicos y la desocupación. El capítulo donde se reseña el impacto de las tecnologías en la desocupación, fue titulado por Rifkin como “El declive de la fuerza de trabajo mundial”, con un subapartado sugerente: “No más agricultores”.
¿Qué pasa con los desplazados, la población sobrante, con el éxodo rural? Ahora sí que ¿a dónde van los expulsados por los avances tecnológicos? Un destino es el empobrecimiento, la calle y pequeños espacios como monoambientes. No hay generación espontánea en la configuración del paisaje urbano: la imagen de las ciudades precarizadas es lo cotidiano. Se asocia esta degradación con el incremento de hechos delincuenciales y de procesos de anomia. Se trata de hechos sociales que se influyen mutuamente: más tecnología, más desempleo tecnológico; avances en la tecnología de punta, nuevas formas de relación del hombre con la naturaleza, mediada por la tecnología (con la tierra y con los animales), que se decanta en procesos de descalificación-recalificación laboral y una profundización de la alienación, es decir, un sentido de pertenencia a la naturaleza quebrado. Por otro lado, los sectores industrial y de servicios pueden recibir a una parte de los condenados a emigrar, siempre que se revistan de calificaciones. La informalidad, con tareas legales e ilegales, es otra vía de escape. En fin, algo a documentar.
En la nota se celebraba el incremento en la productividad, lo que realmente es una historia sin fin. De nuevo recurramos a Rifkin para poner luces de alerta: “En 1850 un solo agricultor producía suficientes alimentos como para poder alimentar a cuatro personas. En la actualidad (Rifkin publica su trabajo en los noventa del siglo pasado), en los Estados Unidos, un simple agricultor es capaz de alimentar a más de setenta y ocho personas”, lo que se asocia a crecimientos en la productividad agrícola por el uso de software especializado, la aplicación de la “robótica”, senda que está presente en el conjunto de la economía. A veces nuestra vista se dirige más a los servicios y a ramas de punta industriales, pero los cambios tecnológicos en la producción de alimentos son un asunto de frontera: Tomemos con prudencia el argumento de Rifkin, y sin bajar la guardia de sus efectos, convirtamos su argumento en una pregunta de investigación: ¿“conducen hacia un mundo sin agricultores”?
Como una película de terror, varias generaciones humanas han sido objeto del desplazamiento de las actividades rurales, viviendo el cambio de estafeta por la musculatura tecnológica de sofisticados robots controlados (desde su diseño hasta su aplicación ordinaria) informáticamente. A estas alturas, con evidencias concretas de fracturas societales y la erosión de zonas de cohesión social, ¿es pertinente repensar el Estado y marcos regulatorios? ¿O el mercado seguirá construyendo la trama de la historia humano-robótica, inclinando la balanza por la productividad a costa del despojo de la condición trabajo, al fin y al cabo en un año se recupera la inversión? Recordemos, aceptando como cierta la narración, de que a algunas personas esta historia conquista su corazón.
(Profesor de la UAM