En anterior colaboración (El Universal, 08/09/24) abordaba el problema de los jubilados en Argentina, que están siendo asfixiados económicamente por el ajuste del presidente Javier Milei. Vale señalar que no es la primera vez que los jubilados y jubiladas cargan con la presión del ajuste. No se trata de un “déjà vu”, sino de la reedición de la tragedia vivida durante el gobierno de Carlos Saúl Menem. Sí, de ese presidente que, desde la perspectiva del presidente Milei, "Aunque les duela, Menem fue el mejor presidente de la historia argentina". Esta insistencia en una historia local, en el fondo se sustenta en que forma parte de la ofensiva de la derecha continental (las elecciones en Estados Unidos de América están a la vuelta de la esquina), como en su momento la política de Menem tuvo correspondencia con lo que estaba pasando en México con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
Hagamos un recorrido en la historia, aprovechando nuestro archivo periodístico. El martes 15 de septiembre de 1992 (publicábamos Mónica Portnoy y yo en esos años en nuestro espacio editorial en el periódico El Día, “Generaciones y ciudad. Los viejos y el derecho a la dignidad”), se consignaba en un diario argentino el suicidio de dos ancianos, jubilados, cuya motivación principal para la última y definitiva acción en su vida fue el abandono. El contexto, muy a modo de lo que estaba (y está) pasando en Argentina: Menem empujaba la privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, argumentando que, con esa acción, los capitales que provendrían de la privatización permitirían recuperar en parte los deteriorados ingresos de los jubilados. “Primero mato, después averiguo”, en la expresión popular.
Avancemos en el calendario, recordando las palabras de J.L. Borges, que decía que vivir es una mala costumbre. El 8 de octubre de 1992, ya se tenían registrados 17 casos ligados a suicidios de viejos que demandaban una jubilación justa. Al reflexionar sobre esto apuntábamos que “Trabajaron durante muchos años para vivir. Con su trabajo fortalecieron al país. Muchos de ellos, a pesar de ser hijos de emigrados, jamás pisaron otras tierras”. Más allá de sus orígenes (italianos, turcos, ucranianos, el crisol en su esplendor), se descubrieron del sur, de esa reivindicación de M. Benedetti de que “el sur también existe”.
Esos viejos trataban de olvidar el miedo, de sacarlo. Las marchas de los miércoles se inauguraron en esos años, en ese país, por los jubilados, mientras que los jueves marchaban en Plaza de Mayo las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo (sí, una sociedad que “hace camino al andar”). Para los jubilados, su demanda sistemática de algo para poder vivir (ya no un poquito mejor, sencillamente vivir), lo único que generaba eran respuestas vacías. Apuntaba en esos ya 32 años que el suicidio de los jubilados argentinos no era un caso para el psicoanálisis, sino básicamente que las jubilaciones no cumplían con lo mínimo para vivir. Sobre esto, Menem, frente a una pregunta sobre el tema, dijo que él no era psicólogo para analizar eso. “Lo que pasa es que en nuestro país hay una gran sensibilidad y entonces cualquier anciano que se suicida ya inmediatamente se hace referencia al tema de los salarios de los jubilados”. Ni psicólogo ni con sentido común para entender que “no sólo de pan vive el hombre, pero sin pan no vive”. ¿Algo parecido al presente? Sí, mucho.
En este ejercicio de acudir a la historia, escribía en una saga que tenía como propósito hacer un seguimiento de los jubilados, sobre una persona que no conocí, que no le di la mano (ojalá lo hubiera hecho, en toda la extensión de la palabra). Se llamaba Florencio Albani, viejo jubilado de 68 años que decidió quitarse la vida de un balazo en la cabeza. En ese momento, en mi registro el 27 de octubre de 1992, con su suicidio se elevaban a 24 casos en un breve (e intenso) período de tiempo, de agosto a octubre. Quizá sintió en carne propia lo que apuntaba Juan Goytisolo en sus Palabras para Julia: “te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido”. En fin, la desventura de vivir.
Menem no advertía ninguna relación entre los suicidios y el deterioro económico creciente. Algo parecido sucede en el presente argentino, dada la invisibilidad para el gobierno del sufrimiento de los viejos y de su angustia porque no les alcanza el dinero para pagar los servicios básicos (agua, luz transporte), para la comida, para los medicamentos. Aderecemos este menú de la miseria con el gas pimienta, los empujones, los golpes, motos policíacas dirigidas a los viejos, para generar miedo. Carlos Saúl Menem señalaba en octubre de 1992, frente a legisladores mexicanos: “cuando alguien quiere tocar algunas empresas del Estado y se levante la voz soberanía, lo único que hemos conseguido en la Argentina por culpa de esta actitud es hacer una realidad la soberanía del hambre, de la miseria, de la desesperación”. El desmontaje del Estado como tarea, de cualquier hecho que le relacione con un carácter interventor, dado que el Estado en su tamaño era cuestionado como “elefantiásico” -casi pareciera escuchar a Milei, con más ex abruptos, eso sí-. Esto pasaba el 16 de octubre de 1992; cinco días después Albani refutaría con un hecho brutal las palabras del entonces mandatario argentino. Y en este juego de destiempos y contratiempos, cómo eludir el argumento de Milei de que "Menem nos inspiró a quienes creemos en la libertad a seguir su ejemplo", cueste lo que cueste.
Para refrescarnos, porque no todo está perdido, en esos días se le preguntaba a Diego Armando Maradona sobre los jubilados. Simplemente decía: “Yo defiendo a los jubilados ¿cómo no los voy a defender?”. (28 de marzo 2024, In Crónicas Maradonianas). ¡Cómo pasa el tiempo, fue hace tres décadas! Albani, en su piel, dejó la huella de su dolor. Ahora, otra generación de jubilados, con sus pies cansados, siguen empeñados porque se les reconozca que no están pidiendo un plan social ni limosnas, sino que se les retribuya lo que durante toda una vida laboral aportaron. Frente al ajuste implacable, en este tiempo de canallas y acciones siniestras, los jubilados están contra el despojo de su dinero y de su vida. Quizá en la burbuja de la casta reciclada esto es algo difícil de entender.
(Profesor UAM)