Las fuerzas armadas estadounidenses utilizaron el napalm (acrónimo de los productos con que se fabrica, ácido nafténico y ácido palmítico) en Japón, Corea y Vietnam. Para los amantes del cine, recordemos la escena de Apocalipsis Now -F.F. Coppola, 1979-, y el monólogo enloquecedor de, después de usar el napalm, el olor fascinante, “no encontramos ni un cadáver de esos chinos de mierda” “aquella colina olía a victoria”.
Metiéndole color, llegaron al agente naranja, un defoliante químico usado extensa e intensamente de 1962 a 1971, destructor del follaje de árboles y plantas y de todo lo que se encuentra, cuerpos incluidos. El sentido militar era visibilizar al enemigo, descubrir las rutas y escondites del enemigo, de dónde provenían sus suministros y la destrucción de vínculos con la población civil (algo similar a lo que pasa con la invasión israelí en Gaza, destruyendo todo lo que se encuentra en el camino, acción de defoliación en toda la extensión de la palabra).
En la numeralia, se calcula que los invasores estadounidenses en Vietnam tuvieron más de 6 mil incursiones militares usando distintos tipos de defoliantes, destacando el agente naranja, con una cifra de terror de aproximadamente 45 millones 677 mil 937 litros derramados. Se señala en información pública la siguiente estimación, de que las cantidades totales de dioxina liberadas en Vietnam varían entre 106 y más de 300 kg. O sea, que es deporte favorito de las fuerzas armadas estadounidenses, sus satélites y sus socios (incluyamos las corporaciones productoras de armas y químicos) el uso del napalm, el agente naranja, y podemos ampliar la acción de devastación al uso del folidol y del glifosato, entre otros.
Vale recordar que el fósforo blanco se utilizó también en Vietnam, ampliando el catálogo de destrucción masiva. No es paradójico que este ethos de muerte esté presente en las fuerzas armadas de Israel, las que están usando fósforo blanco, en este año 2024 manchado de sangre y destrucción, lo que aumenta el carácter criminal al diseminarlo en áreas densamente pobladas. La Organización de Naciones Unidas (ONU) documenta que en Gaza el 70% de fallecimientos son de niños y mujeres. Por ello una pregunta se impone: ¿no es un genocidio? Se trata de crímenes de lesa humanidad: 44% son niñas y niños, en tanto 26% son mujeres (las mamás, las abuelas, tías, generaciones desdibujadas del mapa). Se señala que, de 8 mil cadáveres reconocidos, más de 7 mil de estos casos fueron en edificios residenciales (no cuarteles, ningún destacamento militar cercano, los niños y las mujeres asesinados no eran milicianos): ¿no se trata de crímenes de guerra?
Recordemos la pregunta que hace años se le formulaba a Margaret Mead, antropóloga estadounidense: ¿en su experiencia académica, cuál consideraría fue el primer signo de civilización en la Humanidad? El primer signo de civilización en una cultura antigua fue un fémur atendido por una fractura, que en la evidencia aludida apareció sanado, como una demostración civilizatoria, de cuidado, de atención. Pensando en la acción militar israelí, ante tantos huesos rotos, quebrados, la muerte sistemática en Gaza (y Líbano, Yemen, Siria, etc.), siguiendo a Mead y a Joaquín Giannuzzi, cuando escribe minuciosamente la condición moderna, “...vértebra sobre vértebra, crujido a crujido, el espinazo innumerable sigue cargando el peso del sueño y la podredumbre de los señores”, ¿no asistimos a un retroceso civilizatorio?
Netanyahu echó a su ministro de Defensa, Y. Gallant, que en la discusión doméstica deja ver claramente el peso de la disciplina partidaria, no el conocimiento militar, por un lado, así como, por otro lado, las diferencias políticas: el ex ministro ponía la seguridad de los rehenes por encima de las necesidades del gobierno de Israel, lo que para Netanyahu es una carta de acción y de seguridad, a la par de que Gallant demandaba la incorporación de los judíos ortodoxos a las filas del ejército israelí, a lo que Netanyahu se ha opuesto. Señalaba Gallant: “Primero, el reclutamiento de soldados debe ser para todos los grupos sociales. Todos los aptos deben ir al ejército […] No es justo que solo los reservistas se rompan el alma”.
En la "capital de la América árabe" (en Michigan, Estados Unidos de América), los electores castigaron a K. Harris por las guerras de Gaza y Líbano. Parte del electorado de Michigan se convirtió así en disidente del Partido Demócrata. En fuentes periodísticas se señala que 54% de los 110.000 habitantes de Dearborn se identificaron en el censo de 2020 como personas con ascendencia de Oriente Medio o del norte de África. H. Clinton y J. Biden ganaron en los respectivos procesos electorales en que participaron, no fue el caso de K. Harris: Trump ganó los 15 votos de Michigan.
El emblemático líder Bernie Sanders señaló, después del tsunami trumpista: “No debería ser una gran sorpresa que un partido demócrata que ha abandonado a la gente de la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora le ha abandonado”. Agreguemos a esto la opinión de la comunidad árabe estadounidense, en palabras de Layla Elabed, cofundadora del Movimiento Nacional de No Comprometidos: "Es culpa de los demócratas que dejaron esta ventana abierta para que Trump entrara en una comunidad que está de luto, que está frustrada, que se siente traicionada. Realmente culpo a la campaña del vicepresidente Harris y a los demócratas que permitieron que esto sucediera".
Enzo Traverso, en entrevista a El Universal, señalaba entre otras cosas: “Me parece que los grandes medios de comunicación de México (EL UNIVERSAL es uno de ellos) no reaccionaron al 7 de octubre de la misma manera que The New York Times o Le Monde. Hay sensibilidades y miradas distintas. Hay un capital moral de confianza que Israel siempre utilizó para justificar su política. Israel es el país que nació de las ruinas del judaísmo en Europa, que nació del Holocausto. Es el país de las víctimas del antisemitismo y del Holocausto. Y entonces Israel puede beneficiarse de una especie de inocencia ontológica”. Una imagen reciente ilustra lo planteado por Traverso. Acudamos a los Países Bajos, a partir de un juego de futbol en donde participaba un equipo de Israel: anotemos que en el minuto de silencio solicitado en el estadio en recuerdo de las víctimas en Valencia, España, los hinchas israelíes no lo respetaron. Ya en las calles de Amsterdam, quitaron banderas de Palestina que estaban colgadas en casas y departamentos, con canticos de burla de lo que acontece en Palestina, por ejemplo, para que se quieren escuelas en Gaza si ya no hay niños. En ese contexto, población pro-palestina encaró a los hinchas israelíes, y se generaron situaciones de violencia. Situación condenable, sin duda. Empero, los medios caratularon esto al momento: violencia antisemita. Frente a lo inmediatamente descrito de ofensas a los palestinos, y del minuto de silencio (ruidoso y sin sentido para los hinchas), de un taxi golpeado por llevar una bandera palestina, de sus cantos inhumanos, ni una palabra. Tanto es así que se señaló por el gobierno neerlandés “Que esto pueda ocurrir en 2024 es desproporcionado”. ¡Las ofensas previas no fueron cuestionadas! ¿El genocidio en curso, que ha sido planteado de esa manera por la propia ONU, no es desproporcionado? ¿Qué es lo que hace que un calendario sea valorado de manera distinta? ¿Está presente la inocencia ontológica?
Las víctimas del Holocausto en la primera mitad del siglo XX no son inocentes del uso de fósforo blanco en Gaza, en este 2024, a punto de cambiar de almanaque. ¿Es desproporcionado afirmarlo?
(Profesor UAM)