Alejandro Espinosa Yáñez

“De la explotación a la inutilidad en el trabajo”. La Inteligencia artificial avanza

Alejandro Espinosa Yáñez. Foto: EL UNIVERSAL
20/05/2023 |04:39
Alejandro Espinosa Yáñez
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Sidney Willhelm, citado por Jeremy Rifkin, es el autor de la premonición “de la explotación a la inutilidad en el trabajo”. Como un hecho social, se trata de un proceso que alude a la descalificación y, en su desembocadura, a la exclusión. No se opone a lo enunciado por M.Foucault: “El poder disciplinario, en efecto, es un poder que, en lugar de sacar y de retirar, tiene como función principal la de ‘enderezar conductas’; o sin duda, de hacer esto para retirar mejor y sacar más” (Foucault, 2003).

En la anterior colaboración, con base en Wiener, alertábamos sobre la decantación tecnológica del “Uso humano de seres humanos”. Pero, asimismo, destacamos que este hecho no es ahistórico, alejado de bases materiales específicas. Por ello, jalábamos a Panzieri para subrayar que las máquinas condensan un “uso capitalista, no sólo las máquinas, sino también los “métodos”, las técnicas organizativas, etc., son incorporados al capital, se contraponen a los obreros como capital: como ‘racionalidad’ extraña”. Esto porque "Las máquinas reflejan y consolidan la división del trabajo: son productos de la tecnología y la ciencia, pero materializan relaciones sociales" (Zibechi, 2006), dado "que las tecnologías de gestión utilizadas por las empresas privadas no tienen un carácter neutral” (Bauni y Fajn, 2010). No es ciencia ficción, las máquinas se hicieron con un diseño tecnológico que busca seguir teniendo beneficios económicos y capacidad de dominación –el olor de la plusvalía-. Rematábamos que el futuro no será nada simple, no seremos “agasajados por nuestros esclavos robot” (Wiener). Seguimos esta línea de reflexión.

H. Braverman (1987), en el subtítulo de su obra clásica, hablaba de “La degradación del trabajo en el siglo XX”. Un argumento central, en su crítica al ingeniero F. Taylor, alude al principio de Babbage: “es fundamental para la evolución de la división del trabajo en la sociedad capitalista. Da expresión no al aspecto técnico de la división del trabajo sino a su aspecto social. En la misma medida en que el proceso de trabajo puede ser disociado, puede ser separado en elementos, algunos de los cuales son más simples que otros y cada uno es más simple que el conjunto”. Simplificación, monotonía, descalificación por el vaciamiento poco a poco de las habilidades. Podemos estar en desacuerdo con Braverman, pero esto es lo que plantea a partir de su lectura sobre las obras de C. Babbage y Taylor. Ahora veamos lo enunciado por Taylor (1961) sobre los atributos del trabajador en el sistema sociotécnico de la Administración Científica del Trabajo: “ha de ser tan estúpido y flemático, que en su conformación mental ha de parecerse más a un buey que a ningún otro tipo de ser. El hombre mentalmente despierto e inteligente resulta, justamente por ello, inadecuado para lo que para él sería la agotadora monotonía de un trabajo de este tipo”. El genial director de cine, el italiano Elio Petri, retomando esta discusión, revive a Taylor en la boca de Lulú Massa, al dirigirse a dos obreros de reciente ingreso y a los que va a capacitar: “Este trabajo puede hacerlo hasta un mono, o sea que puedes hacerlo tú” –minuto 10.23 segundos-, “La clase obrera va al paraíso”.

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Por su parte, J. Rifkin, en el subtítulo de su obra clásica El fin del trabajo, avanza en las “Nuevas tecnologías contra puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva era”. En el primer caso, degradación del trabajo (como antesala), en el segundo, desaparición de puestos de trabajo (la inutilidad).

Tomemos un ejemplo de los muchos que se plantean en el libro. Rifkin comentaba, a mediados de los años noventa (siglo XX), que la corporación “AT&T ha anunciado que está sustituyendo a más de 6.000 operadoras de llamadas interurbanas por tecnología informatizada de reconocimiento de voz. Además de suprimir un tercio de sus operadoras de larga distancia, la empresa comunicó que iba a cerrar treinta y una oficinas en once estados y recortar 400 puestos directivos. La nueva tecnología de los robots, de la que fue pionero el AT&T Bell Laboratories en Nueva Jersey, es capaz de distinguir palabras clave y responder a peticiones de la persona que efectúa la llamada”. Todos hemos vivido esto, lo mismo al comunicarnos al banco que al solicitar una cita médica en las instituciones de seguridad social.

Encontramos explícitamente un doble movimiento: desvalorización del trabajador, por un lado, desplazamiento de fuerza de trabajo, por otro. Se trata de una nueva era de la tecnología, con un patrón estricto ligado al capital (la desvalorización y el desplazamiento del trabajo), al simplificar la tarea (la aportación de Babagge al planteo de Taylor, exponencialmente presente con las nuevas tecnologías): “el valor de su trabajo se ha hecho virtualmente nulo debido a las tecnologías de automatización que han producido su desplazamiento en la nueva era de la economía mundial basada en las altas tecnologías”.

El capital como relación social que degrada, desplaza e inutiliza. Por eso, como dice Rifkin, a Weiner (autor que estamos intentando comprender) “le asustaba tanto el futuro basado en la alta tecnología que él y sus colegas habían creado, que escribió una extraordinaria carta a Walter Reuther, presidente de la United Auto Workers, solicitándole una audiencia. Advertía a Reuther que la revolución cibernética «llevaría, indudablemente, a la fábrica sin trabajadores». Braverman y Rifkin han sido criticados por su determinismo tecnológico pero, en su descargo, la desvalorización y el desplazamiento de la fuerza de trabajo continúa.

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