1. Con un dejo de ironía, César Aira, escritor argentino, señalaba en Cumpleaños: “[...] una de las ideas que en mi juventud me entraron en la cabeza fue la de la indignidad del trabajo en la sociedad capitalista [...] el clamor popular no pide otra cosa que trabajo, y las buenas conciencias, a cuyas filas yo había creído pertenecer, lo ponen por las nubes como una panacea. Me habían convencido de que los sometidos no tenían otra cosa que perder que sus cadenas, y ahora resulta que las reclaman con desesperación”. Desde otro ángulo, con los pies en la historia actual, se encuentra la reflexión de De Gaulejac y Tablada: “Cuando se es desempleado, se vive de la asistencia social, no se cuenta con domicilio fijo, se es joven de la calle o inmigrante, la principal reivindicación no es cambiar el orden social, sino encontrar un lugar dentro de dicho orden”.

Todo esto por la reflexión del Papa Francisco, de que “Los obreros han pasado de un estatus de explotados al de desechos”.

No es una historia nueva. Como señalaran Pizzi y Brunet, "La crisis económica y social de Argentina en 2001 y 2002 fomentó los incentivos sociales en una franja de los trabajadores para que recuperaran sus empresas en crisis y las autogestionasen, como estrategia para enfrentar la amenaza de la desafiliación social". En ese momento, pero es algo que se resignifica en el presente, se trataba del temor de engrosar las filas de los desocupados, de ensanchar la población sobrante, y de formar parte del estatuto de los desafiliados, esto es, de fracturar el estatuto social alcanzado, pues esos trabajadores vivieron la desposesión de sus condiciones objetivas como trabajadores. Un poco pinta el escenario en este sentido.

2. Aludamos a la anatomía del odio y la exclusión: “El éxito de Milei es lo que deseamos todos los argentinos de bien”. "Los argentinos de bien sentimos vergüenza por este Gobierno". En un programa de concursos, para saber quién se expresó así, fácilmente ganaría el concursante: ¡Macri, el ex presidente!

Pero atención, Macri no está solo en esta agresiva mirada, que de manera excluyente y exclusivista primero que autodefine quiénes son los argentinos de bien, apartando de esta condición a más del 44% de la población que ejerció su voto distanciándose de Javier Milei (el presidente que asume en pocas horas). También Milei impulsó el corrillo popular: al llamar a “todos los argentinos de bien” a sumarse a la “reconstrucción de Argentina”. Tengo la sospecha que levantar a ese país es obra de todos (es un ejemplo parcial, pero ejemplo al fin. Recordemos a B. Brecht, en parte de las Preguntas de un obrero que lee: “César derrotó a los galos. ¿No llevaba siquiera un cocinero? Felipe de España lloró cuando se hundió su flota, ¿nadie más lloraría?).

Para engrosar esta anatomía del odio, el periodista J. Viale (así se le cataloga, distanciado de La Nación+, poderoso medio de comunicación, por su falta de prudencia en el manejo de la información), comentaba que “los kirchneristas te quieren burro, pobre y sometido”.

Pero siempre hay lugar para más sorpresas, pues se trata de un agresivo y amplio abecedario, muy amplio: “los orcos van a tener que medir muy bien cuando quieran hacer desmanes en la calle” (Macri). En la rendija de la bronca, comentábamos en colaboración anterior, azuzando a los jóvenes a salir a la calle para confrontarse civilmente. Recordemos otras palabras, de gente cercana a Milei, que señalaban que en una guerra los que mueren son los que van enfrente, no los que poseen el medallero.

Ahora, deteniéndonos en lo de los “orcos”, son retratados como brutales, salvajes, enemigos, con la mente fija en el mal, sin personalidad individual, deshumanizados (y feos, recordemos eso de que estéticamente son superiores los afiliados y afines a La Libertad Avanza, la fuerza propulsora de Milei), lo que en el abuso conceptual y la práctica política, formal e informal, justifica la discriminación y la violencia. Este tipo de caracterización ha sido objeto de críticas debido a sus implicaciones en la forma en que se percibe a ciertos grupos de personas en la realidad. Este escenario construido por la derecha, en su batalla cultural perenne, resalta el binomio amigo-enemigo, agreguemos a la función lo de “El bueno, el malo… (y el feo”, como apuntábamos en la anotación de la fealdad y la estética superior), no el reconocimiento de la diversidad y la construcción del reconocimiento de la diferencia y la tolerancia.

El uso intencional del término es una presencia cultural clara del autoritarismo, al promover estereotipos y prejuicios que tienen implicaciones en la vida social. Como edificación con el sentido de propósito de la deshumanización, alienta al racismo y la exclusión social.

La tentacular derecha argentina sigue la saga de negar la otredad, parecido a lo que pasaba –guardadas las distancias- en la época del nazismo, en el que la deshumanización hacia lo diferente era recurrentemente significativo. Los judíos como subhumanos, con influencia siniestra, los gitanos porque eran, desde la perspectiva nazi, racialmente inferiores. Los discapacitados por débiles, carga para la sociedad (los mogólicos, se llegó a plantear –como descalificación a un periodista-, lo que generó una ola de críticas, en particular de ASDRA –Asociación Síndrome de Down de la República Argentina). Los homosexuales, criminalizados, estigmatizados, victimizados. Recordemos lo de Carlos Rodríguez, asesor económico de Milei: "Si veo dos hombres besándose, me duele la barriga" o a Ricardo Bussi, al comparar a personas con discapacidad e integrantes de la comunidad homosexual, al decir que estos últimos “merecen respeto como los rengos, como los ciegos, como los sordos”. Ay, leer esto sí hace que me duela la panza. Cerremos estas notas con los comunistas, la izquierda, la zurdería (zurdos de mierda, no hace falta señalar a un repetidor sistemático de esta frase).

La deshumanización selectiva, en una batalla del desierto, al deshumanizar al otro, invisibilizarlo, para imponer las buenas costumbres. Sin embargo, la terquedad se asoma en la historia, en procesos de resistencia, en poner el cuerpo, en doblarse pero no quebrarse, porque vale recordar que “aunque no lo veamos, el sol siempre está”.

(Profesor UAM)

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