El jueves 14 de julio 2022 se realizó en la UAM Iztapalapa (en formato híbrido, presencial y virtual), el Seminario de Investigación sobre Estudios Críticos Organizacionales. ¿Una segunda ola? En esta ocasión expusieron Magali Pérez (Voces del ecologismo. Ante la emergencia de formas de organización) y Fernando Gaona (Gobierno, poder y regímenes políticos en América Latina). Dos exposiciones brillantes, provocadoras.

Me detengo en la exposición de Magali Pérez, para a su vez engancharme a otras ideas. En su rigurosa y amplia presentación, uno de sus ejes fue la discusión a propósito del imperialismo ecológico, apoyándose en la reflexión de A. Crosby, al tiempo que hizo anotaciones de las Voces ecologistas (Permacultura, Buen vivir, Ecoaldeas, Huertos comunitarios). Al referirse a la experiencia de los huertos urbanos, y en general de estos esfuerzos por establecer una relación distinta con la naturaleza, subrayó la importancia, para los colectivos que en esto participan, de “sembrar mi propia comida”. Suena sencillo, pero es el correlato de una historia larga a propósito del imperialismo ecológico y, como apuntan J.B. Foster y B. Clark (Imperialismo ecológico: la maldición del capitalismo, Socialist Register, 2004), algo casi no destacado por Crosby, que se trató/trata de un proceso de colonización en donde la violencia juega una importancia de primer plano, violencia que a estas alturas del siglo XXI permanece, por lo que la categoría imperialismo tiene capacidad explicativa. Destrucción, sí, pero también respuestas sociales organizadas, va a plantear M. Pérez.

Destrucción de cultura, del “medio ambiente indígena”, destrucción de flora y fauna –frente a esto, subraya Yanga Villagómez, de El Colegio de Michoacán (Los circuitos cortos en Michoacán, una estrategia productiva de inserción en los mercados locales de productos agrícolas, 2019) que “la cosmovisión indígena ha permitido generar técnicas agrícolas para proteger el recurso tierra”-. Si aceptamos esta crítica de Foster y Clark a Crosby, por la desvinculación del imperialismo ecológico de las relaciones sociales de producción, también es posible aceptar la crítica al proceso, pensando en “América”, del “Encuentro” de dos mundos.

El historiador P. Salmerón Sanginés (en distintas entregas periodísticas publicadas en La Jornada en 2020 y sobre todo 2022), apoyándose en E. O’Gorman, silenciado en los circuitos oficiales del poder, destacará del autor incómodo el lado violento de la conquista, criticando a M. León-Portilla (deviene de su elaboración una visión “funcional al poder en México”). Asimismo, coincidiendo con Rozat, señala: “Hemos mostrado, siguiendo a Rozat, que la mal llamada visión de los vencidos es en realidad la visión de esos padres franciscanos, y que Miguel León-Portilla (por otro lado, académico cultísimo, valiente, sagaz, que puso el pensamiento, la filosofía náhuatl en el universo académico del mundo entero) se equivocó al atribuirle a esas fuentes, la voz de los mexicas derrotados”. Es una gran discusión que tensa las lecturas que tenemos sobre nuestra historia.

No nos apartamos del imperialismo ecológico y de su fuerza destructiva, y del otro lado, de la capacidad de resistencia de los pueblos originarios y de nuevas iniciativas sociales (a saber, la Permacultura, el Buen vivir, Vivir sabroso, los huertos comunitarios, entre otros).

Vuelvo a la importancia de “sembrar mi propia comida”, necesidad producto del despojo ordinario. Recordemos a H. Braverman, cuando registraba este hecho social: “durante los últimos cien años el capital industrial se abrió paso entre granja y mantenimiento de casa y se apropió de todas las funciones de ambos, extendiendo en esta manera la forma- mercancía a la comida y sus formas semi-preparadas o incluso totalmente preparadas”. La mantequilla dejará de producirse en las casas, las verduras y frutas enlatadas entrarán en la escena cotidiana en la preparación de alimentos. Remata esta idea Braverman señalando que “Lo mismo que con la comida sucedió con la ropa, productos del hogar y de mantenimiento de la casa: el radio de la producción de mercancías se extendió rápidamente” (Braverman, 1974).

Las redes del capital invadiendo todos los resquicios de la vida social versus el esfuerzo de “sembrar mi propia comida”, en una de las voces, como en otra, ahora de trabajadores de fábricas recuperadas, de que están defendiendo el derecho al trabajo. Es cierto, como señala E. de la Garza, que se trata de “formas de producción, circulación y consumo, que se dan en el margen del capitalismo”, pero, vale agregar, también lo confrontan. Retomando a Y. Villagómez, “los grupos sociales, poco a poco han construido dispositivos de coordinación que se vinculan a redes más amplias a nivel local, estatal o internacional, dedicadas a difundir una manera distinta de comprender la relación del hombre con la tierra, con las cadenas de producción, con el funcionamiento de las cadenas de comercialización y con la satisfacción de una necesidad tan humana e imprescindible, como es el acceso a alimentos de buena calidad”.

Falta mucho por hacer. Quizá, sin ánimo de atizar polémicas, podemos recordar a A. Sánchez Vázquez, cuando parafraseando la onceava tesis de Marx sobre Feuerbach, señalaba: “Los utopistas se han limitado a imaginar el mundo futuro de distintos modos; de lo que se trata es de construirlo".

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