Hace 178 años, en un emblemático texto, se señalaba: “Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”. Esto lo escribían K. Marx y F. Engels, a mediados del siglo XIX. Pinta canas, pero sigue vigente la afirmación. Tracemos algunas ideas para atender su vigencia y confrontarla posteriormente con una situación del ahora.
Alguien que recoge ese guante, entre otros, es R. Panzieri. Para Panzieri las máquinas son programadas con intenciones específicas, materializan las posiciones dominantes en la sociedad humana: “En el uso capitalista, no sólo las máquinas, sino también los ‘métodos’, las técnicas organizativas, etc., son incorporados al capital, se contraponen a los obreros como capital: como ‘racionalidad’”. G. Deleuze también aporta lo suyo: “Es sencillo buscar correspondencias entre tipos de sociedad y tipos de máquinas, no porque las máquinas sean determinantes, sino porque expresan las formaciones sociales que las han originado”. En la realidad, no marchan las máquinas y la tecnología de un lado, y del otro lado los intereses de grupos y clases sociales, donde hay posturas claramente parciales: todo está relacionado, lo que cuestiona que la tecnología sea neutral.
Es decir, están Marx, Engels, Panzieri y Deleuze adentro, alertándonos, sin determinismos, a nosotros, hombres y mujeres (no máquinas), de que también somos programados, formateados. Y está la acción del capital empeñado en esta tarea. Sintetizando una elaboración más compleja, E. Carr planteaba que "En cuanto nacemos, empieza el mundo a obrar en nosotros, a transformarnos en unidades sociales, de meras unidades biológicas que éramos”.
Para afianzar lo dicho, rompamos el orden del almanaque. M. Weber hacia anotaciones muy importantes en el sentido que estamos explorando: “El actual sistema económico capitalista es un inmenso cosmos. El individuo nace en él; le es dado como un edificio en el que debe vivir y al cual, al menos como individuo, le resulta imposible cambiar. En la medida en que el ser aislado se encuentra entrelazado con las interrelaciones del mercado, el sistema le impone al individuo las normas del comportamiento económico”.
Volvamos a rebelarnos frente al calendario. Situémonos en nuestro presente. Con base en información de Oxfam International, J.G. Toklatian -sociólogo argentino (en entrevista con E. Tenembaum, 25/08/24)-, apunta que “3 mil ultramillonarios tienen el equivalente del 13% del Producto Bruto mundial […] 1% con más riqueza que el 95% de la población […] Hay 26 ultramillonarios que tienen el equivalente a 4 veces el Producto Bruto argentino y las 10 más grandes (corporaciones) tecnológicas del mundo tienen un PBI de 18 billones de dólares, por encima del chino, que es más de 17.6 billones de dólares […] Se trata de nuevos actores que no estamos viendo”.
Para ver, metámonos a las corporaciones que se ligan a los apellidos de los ultramillonarios E. Musk, M. Zuckerberg, B. Gates, J. Bezos, todos ellos vinculados al denominado “capitalismo de la vigilancia” y a la Inteligencia Artificial (IA) -y a la capacidad de predecir comportamientos, dislocar algorítmicamente lo social, cabildear poderosamente en pos de alcanzar “sus” objetivos, incluso intentar someter a naciones de distintos tamaños y fortalezas (el ejemplo brasileño destaca en la coyuntura reciente)-.
Desigualdad social y empoderamiento de ultramillonarios no son historias nuevas. Lo que sí, de orden reciente, la acción política para las nuevas formas de intervención del capital en la sociedad. De nuevo, atendamos información proporcionada por Toklatian (y verificada, con terror): los gobiernos de Dinamarca, Austria, Reino Unido y Estonia tienen en Estados Unidos de América, aparte de su embajador convencional, sendos embajadores en Silicon Valley (sí, en California, en el corazón del poder de las billeteras y de las tecnologías de frontera). Nuevas formas de hacer política y nuevas subordinaciones de naciones al capital concentrado: “Dinamarca creó un cargo diplomático que considera a Silicon Valley como si fuera una superpotencia global. Sus retos muestran cómo los países pequeños luchan para influir en los gigantes tecnológicos”, The New York Times, 05/09/19). Más todavía, para compartir el vértigo: Open Austria es la representación austríaca en Silicon Valley.
El hilo conductor de todo lo que se ha expuesto destaca el peso de lo social en las formas de mirar, de aprehender, de desenvolvernos en sociedad, y algo central: no disociado del poder económico. Esta cargada influencia nos puede ayudar para pensar en la tensión de los márgenes de autonomía para la reflexión. Yuval Noah Harari, filósofo e historiador de Israel, plantea que “La creencia en el libre albedrío es más peligrosa hoy que nunca antes”. Así lo señalaba en una entrevista para el periódico Página 12 (09/03/21).
Traigamos parte de su argumentación: “La gente toma decisiones todo el tiempo. Pero la mayoría de estas decisiones no se toman libremente. Son moldeadas por varias fuerzas biológicas, culturales y políticas. La creencia en el ‘libre albedrío’ es peligrosa porque cultiva la ignorancia sobre nosotros mismos. Nos ciega a lo sugestionable que somos y a las cosas de las que ni siquiera somos conscientes para dar forma a nuestras decisiones”. Pienso en el peso de las corporaciones que están en la tierra, en la nube, en todos lados.
Sigue Harari, de que “No debemos ser víctimas del determinismo tecnológico”, pero hasta ahora lo somos. “Todavía es posible evitar que esto suceda y podemos asegurarnos de que la inteligencia artificial sirva a todos los humanos, en lugar de a una pequeña élite”, aunque frente a la novedad entregamos gustosos nuestros datos, festejamos el alcance de las nuevas tecnologías: en el cine, como parte de la producción espiritual, un segmento de esto “encarnado” en el tránsito de “El Hombre bicentenario”, que quería humanizarse, en donde lo más claro de las historias comunes humanas es la muerte, a “Ex Machina”, donde el desafío
“humano” pasa por sobrevivir a costa de lo que sea (desafiando la finitud, la muerte), con un formateo que extrae y despoja todo de la sociedad humana, violentando las reglas que planteaba I. Asimov: Primera. Un robot no debe dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño. Segunda. Un robot debe obedecer las órdenes impartidas por los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes estén reñidas con la Primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, mientras dicha protección no esté reñida ni con la Primera ni con la Segunda Ley.
Pero más allá de la ciencia ficción y muy cerca de la distopía, pensando en los “nuevos actores”, concluyamos la cita de Marx y Engels planteada al principio del texto: “La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente”. Una pequeña nota sobre la producción espiritual de las corporaciones y la creación de los primeros embajadores “del mundo para la administración tecnológica”.
Profesor UAM