“No hay que hablar de progreso, hay que hablar de Buen Vivir”, planteaba Boaventura de Sousa en el evento de CLACSO realizado hace pocos días en la UNAM (uno de los lugares donde se realizó, “Las Islas”, entrañable punto de encuentro ineludible para los estudiantes de la UNAM). Años antes (octubre 2013), y viene a cuento, en charla en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, de Sousa aludía al origen histórico de la Universidad, como institución conservadora en la que, paradojas incluidas, su comunidad –estudiantes, docentes, trabajadores- son fuerza de cambio, para “desmonumentalizar” la universidad y encarar la hegemonía del pensamiento de los vencedores. En los convulsos años 60s, la compositora chilena Violeta Parra aludiría a parte de esa comunidad: “Me gustan los estudiantes porque son la levadura, del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura, para la boca del pobre que come con amargura, ¡Caramba y zamba la cosa, viva la literatura!”. Sin entrar a los detalles, la institución Universidad y el trabajo académico son, hoy por hoy, parte de un debate candente en México.
Regresando a de Sousa, su reflexión invita a repensar y cuestionar múltiples conceptos: desarrollo, crecimiento, progreso, colonialismo, decoloneidad, naturaleza, “Vivir sabroso”. Sobre esto último, en entrevista Francia Márquez alude al Vivir sabroso, tomando distancia de su simplificación, de entenderle como algo folclórico. La reciente elegida vicepresidente en el proceso electoral de Colombia apuntaba que Vivir Sabroso para el pueblo negro, en sus “entrañas”, en la densidad de la identidad cultural, es vivir “sin miedo, en dignidad...con garantía de derechos” (de seguridad). Se trata de puntos de articulación entre la militancia, la acción política y la tarea científica, al menos de una parte de la comunidad científica.
E. Dussel lo relaciona con la influencia de las culturas originarias, con una cultura y vida distintas: expresión en multilenguas de “un proyecto de vida que unifica la existencia humana y le permite dar sentido a lo que acontece”. Cumplimiento de exigencias míticas y comunitarias, en relación con reglas del universo, con un orden distinto. Eso es el Buen vivir, en contraste con la lógica del capital, por ejemplo claramente expresada por Poulantzas. Comparando la vida entre estas comunidades (donde la naturaleza es “viviente”, “interpelante”, el hombre como naturaleza, no ésta como objeto, argumentará Dussel) versus el homo urbanus, productos junto al vínculo de la industrialización de la revuelta del calendario en “un proceso de producción y de reproducción que tiene una orientación y un objetivo, pero no un término. Un tiempo mensurable y estrictamente controlable por los relojes, los cronómetros de los capataces, los fichajes y los calendarios precisos. Tiempo que también plantea aquí, por su segmentación y serialización, el problema nuevo de su unificación y universalización: controlar el tiempo refiriendo las temporalidades múltiples a una medida homogénea y única, que no reduce las temporalidades singulares (tiempo obrero y tiempo burgués, tiempos de lo económico de lo social, de lo político) sino codificando sus diferencias” (Poulantzas, 1980).
J. Rifkin, célebre académico por su intensa actividad intelectual y un libro central por la polémica que ha desatado (El fin del trabajo. Nuevas tecnologías contra puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva era), planteaba en una colaboración periodística en El País (05/01/2007): “El año 2007 será un gran hito en la saga humana, con una magnitud similar a la era agrícola y la revolución industrial. Según Naciones Unidas, por primera vez en la historia la mayoría de los seres humanos estarán viviendo en grandes zonas urbanas con poblaciones de 10 millones de habitantes o más. Nos hemos convertido en el Homo urbanus”.
Este es el tamaño de los problemas que encaramos como humanidad. Estamos en esta condición histórica, con un mundo dividido, fragmentado, en el que coexisten diferentes formas de pensar la geografía, las naciones y, sobre todo, la naturaleza y lo humano (¿desde la física o desde la biología, cómo contribuir en la bisagra teórica?). Traigamos a P. Bourdieu en nuestro auxilio. Se trata en general de una batalla cultural en los intersticios de la dominación del capital, en la capacidad de construcción de sentido común, al tiempo que se expresa esta disputa en el propio campo científico. Recordémoslo: “En la lucha simbólica por la producción del sentido común o, más precisamente, por el monopolio de la nominación legítima como imposición oficial –es decir, explícita y pública– de la visión legítima del mundo social, los agentes comprometen el capital simbólico que han adquirido en las luchas anteriores y principalmente todo el poder que poseen sobre las taxonomías instituidas, inscritas en las conciencias o en la objetividad, como los títulos” (Bourdieu, 1990). En el caso específico de los académicos, la confrontación es por el monopolio legítimo de la arbitrariedad cultural, encarnada en el control de los medios (revistas, consejos editoriales, programas académicos, comisiones dictaminadoras, coordinaciones docentes, programas de posgrado, distribución de asesorías de tesis, entre otras) para el control de los sujetos.
Debate abierto, muy importante de encarar por su complejidad y desembocaduras en el quehacer científico.
para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.