De niño, en la década de los sesentas, mis recuerdos se remiten, una parte importante (hablemos, como se señalaba en distintos textos, de los “teleniños”), al contacto con el televisor. Todos los programas tenían mensajes, ideas de lo bueno y lo malo. En ese contacto estrecho con la televisión, y con la programación a la que podías acceder, recuerdo el programa Combate -152 episodios-: sus personajes, la hazaña cotidiana de vencer con un pequeño destacamento a todo un regimiento alemán, la música: tatatatatata tatata tata. Y lo jugábamos todo el grupo de amigos, así como en otra generación se jugaba a las “batallas en el desierto”. Ahora me entero que una gran parte del elenco tenía experiencia militar, y que el sargento Saunders murió decapitado por las hélices de un helicóptero, y con él dos menores de edad. Pero esta es otra historia. El período que abarcan los episodios va de 1962 a 1967. En el programa se combate a los nazis, al mismo tiempo que en la historia real se combatía a los vietnamitas. No hay disociación, si se considera el mensaje de dónde están los buenos, en las letras chiquitas del contrato de subordinación cultural.
Otro programa de esos mis “años maravillosos”, fue El Llanero solitario. El personaje surge en los años treinta (en ese proceso de echar aceite al engranaje estatal que posteriormente llevaría a los “treinta años gloriosos”). En la serie llevada a la radio, se inaugura la sintonía en 1949, muy pocos años después de la confrontación bélica, hasta 1957. Nunca escuché los programas de radio, pero en la tele no me perdí al héroe justiciero, blanco, que conocía a fondo el espíritu de los indios (algo similar a Tarzán con los animales, de lo que se burlaba jocosamente Mohamed Ali), y que en su papel justiciero, tal vez por ello se eligió la obertura de Guillermo Tell –G. Rossini-, como la música del programa, por ser un símbolo de la resistencia frente al autoritarismo. En la tele se trató de 221 episodios, la mayor parte en blanco y negro, lo que es difícil de procesar para las generaciones más jóvenes. Como en el caso de Combate, siempre hay mensajes, por ejemplo de dónde están los buenos de la serie.
El General Custer fue parte de los atracones de series (así se refiere Chul-Han a la experiencia con Netflix, pero esto tiene antecedentes como los que se exponen o el encadenamiento a las telenovelas). En un capítulo, en el que los indios dieron muerte a varios blancos, uno de los soldados exclama un “¡Dios todo poderoso!”, y Custer, a un oficial de mayor rango, le dice: se trató de “una masacre horrible”. Estas expresiones eran ordinarias en estos hombres buenos que lo único que hacían era matar indios y quitarles su tierra, con el argumento de imponer la civilización sobre la barbarie. Pero de niño jamás me di color de esto. Este programa tuvo una corta vida, del 6 de septiembre al 27 de diciembre de 1967 (de nuevo Vietnam tras bambalinas), se señala en una fecha, en otra se plantea que el período fue del 06/0967 al 03/01/68. Se interrumpió la serie por la queja de la Asociación de Derechos de la Tierra de los Indios Tribales. 17 episodios, ya no se hicieron más, pero en nuestra televisión mexicana se retransmitieron. Estos programas modelaron una visión del mundo, una forma de entender los conflictos y las soluciones, sobre todo aquellas que eran justas desde ciertas anteojeras, y que en la mirada infantil contribuían en su formación. No hay neutralidad, sí intención.
Vayamos ahora al Selecciones del Reader's digest, esa revista que estaba en muchas casas. Fui un lector asiduo de Selecciones, pues dos tías de parte materna, cada una en su casa, tenían libreros llenos con toda la colección en ese momento. Así que conocí La risa, remedio infalible (cómo aprender cosas divertidas, desde ciertas miradas), Humorismo militar (presentar la cara amable de los militares, por ejemplo, esos que combatían en Vietnam o a aquellos que se refirió P. Roth en el estremecedor libro Indignación, repensando la bronca de la intervención de EUA en Corea) o Soy la oreja de Juan –la escisión del cuerpo y la sobreespecialización-. Por supuesto que los artículos de “fondo” también fueron recorridos por mis ojos. Pero años después, me encontré con que “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia” -Nebbia). Y Fue A. Dorfman, ese estudioso de medios, el que me tambaleó con sus trabajos de Para leer el Pato Donald, y Superman y sus amigos del alma, y Reader’s nuestro que estás en la tierra, y empecé a pensar mal o desde otro polo las cosas, pues como dice Miriam C. Izquierdo Olvera, en la Revista de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, 1980, volumen 26, No. 100, al hacer la reseña del trabajo de Dorfman del Reader’s, “Actualmente, aparte de los medios masivos de comunicación, existen otros aparatos ideológicos que se relacionan y complementan entre sí como son: el sistema educativo, la familia, la organización urbana, la iglesia. Y en este sentido, se puede decir que el sistema ideológico es coherente, y su función es evidente al unificar, en una totalidad, los diversos componentes heterogéneos de un sistema”.
Hemos sido moldeados sistemáticamente por esa red de control de los “centros de encierro” (Deleuze), no puede dejarse pasar de largo. Braverman, en esta saga reflexiva, aludía a la exigencia del capital de formar sistemáticamente generaciones de futuros trabajadores bajo el comando capitalista.
Esta seducción en los programas de televisión formadores de generaciones, de las series de radio, de una estética particular filmográfica, de prohibir la llegada de ciertas cosas –por ejemplo las obras de la cultura rusa, músicos, bailarines, gente de teatro, etc., en una actitud neonazi que ya no quema las obras, sino las aparta, las excluye, las bloquea-, la defensa brava del modo de vida occidental, de los valores cristianos, del capitalismo, de la mcdonaldización de la sociedad, todo este ensamble complejo, ¿tendrá algún efecto esto en la lectura dominante sobre los acontecimientos en Ucrania versus Rusia? Yo creo que sí. Esto no es aplaudir los cañonazos rusos sobre Ucrania, pero tampoco se puede dejar de lado la historia negra de los que se presentan como adalides de la democracia (incluyendo al gobierno ucraniano), pues la verdad no cesan en llenarse las manos de sangre ni en utilizar la guerra como negocio y un factor de cohesión social nacional.
Para rematar esta reflexión, traigamos a M Foucault, cuando señalaba la importancia desde lo disciplinario como jerarquía y encauzamiento, de “distribuir los alumnos de acuerdo con sus aptitudes y su conducta, por lo tanto según el uso que de ellos se podrá hacer cuando salgan de la escuela; ejercer sobre ellos una presión constante para que se sometan todos al mismo modelo, para que estén obligados todos juntos ‘a la subordinación, a la docilidad, a la atención en los estudios y ejercicios y a la exacta práctica de los deberes y de todas las partes de la disciplina’. Para que todos se asemejen”.
Las convenciones sociales dominantes, rusofobia por todos lados, ¿no son el correlato de esa presión constante por distintos medios para someter a las mayorías a un mismo modelo, en el que prime la subordinación (la no crítica en la misma simetría frente a los crímenes en Vietnam, Irak, Afganistán, el amplio abecedario de la imposición con base en sus particulares razones occidentales, cristianas y democráticas), la docilidad, a fin de cuentas, una lectura de dónde están los buenos y de qué lado los malos?
Nomás no olvidemos que hay más de veinte bases militares de la OTAN instaladas en Europa, no alertando sus fusiles (Benedetti), sino apuntando directamente sus misiles hacia Moscú. Sin soslayar el dolor, la circunstancia y responsabilidad política demandan no echar gasolina al fuego, como lo ha hecho Biden, con su declaración de que puede estallar la 3era guerra mundial. Una parte de los países occidentales sufren, ¿nadie más sufrirá, aparte de los palestinos, libios y un largo etcétera? ¿Moscú no cree en lágrimas?