A vuelo de pájaro, asistimos a un encadenamiento tecnológico que produce nuevas formas de socialización y sumisión: imprenta, telégrafo, teléfono, cine, radio, televisor, ordenador, iPhone, Inteligencia Artificial. Este encadenamiento tecnológico ha transformado profundamente las formas de socialización y sumisión, nuevos géneros de comunicación, vigilancia y orden social (contribuyendo en la tarea, junto con otros dispositivos, de los “medios del buen encauzamiento” -M. Foucault), sin duda con matices. La (r) evolución de las tecnologías, desde la imprenta hasta la inteligencia artificial, ha redefinido dinámicas sociales, subsumido a los sujetos, abriendo un repertorio de nuevas condiciones sociales, oportunidades para los negocios (E. Musk, M. Zuckerberg et al) y desafíos para el quehacer científico y de la construcción democrática.
La imprenta rompió con la arbitrariedad cultural de la iglesia, generando la oportunidad de accesibilidad a las masas, de la construcción de memoria, de la expansión educativa. Inentendibles los procesos de la Reforma y de la Ilustración, sin la galaxia que nos abría a la universalidad. El telégrafo contribuyó decisivamente en la comunicación a larga distancia, con implicaciones en el mercado, la política y el marco internacional. Más cerca en su embrujo para las generaciones presentes, la radio y la televisión fueron vehículos poderosos de construcción de audiencias, de edificación de imágenes generadas en el ejercicio de la transmisión cultural y política (pienso en el centenario de Radio Educación y los que “de puntitas” nos movíamos, en “sólo para solititos”, “su casa y otros viajes”, en esos años radiantes, que ya no son tanto, como señalaba un locutor de esa emisora hace algunos días). Estos medios de difusión de masas contribuyeron a la creación de una opinión pública global, así como propiciaron en distintos momentos la centralización de la información en manos de pocos actores políticos, editorializando la información.
Con la llegada de las computadoras, en especial las personales, de fácil traslado, la comunicación se expandió de manera notable. El dataísmo hizo presencia. Chul-Han entiende al dataísmo como “una forma pornográfica de conocimiento que anula el pensamiento”. Es un llamado de atención que no ´puede ignorarse, más allá de que nos hechicemos con el acceso a cantidades infinitas de información -difícil de procesarse-. En apariencia, permite una democratización del conocimiento, en parte, porque la algoritmización, como tarea de control diseñada estratégicamente, anula la diferencia y la posibilidad de pensar en la plaza pública. Sumemos a esto el riesgo de la información insuficiente, sesgada o de plano intencionalmente falsa, las “fake news”.
En estas estamos y hacen su aparición los smartphones, especialmente el iPhone. Conectividad e interacción social permanente, ubicua. Siguiendo la reflexión inicial, podemos comunicarnos instantáneamente, pero también nos han hecho más vulnerables a la "sumisión" a la tecnología, a la tentacularidad de las redes sociales, a la ansiedad por las notificaciones y a la gravitación de las plataformas en el
comportamiento social. Toda esta discusión, que está estrechamente ligada a la inteligencia artificial (IA), nos lleva a pensar en un salto cualitativo en la tecnología de frontera de la IA, la que todavía no procesamos de manera suficiente. Así como J. Womak, D. Jones y D. Roos, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, reflexionaban sobre la máquina que cambió el mundo (el automóvil), la tarea pendiente es revisar los diferentes planos en que nos relacionamos con la tecnología, en particular con la IA: automatización de tareas; procesamiento de datos que cambian los procesos de trabajo, desplazamientos mayúsculos de fuerza de trabajo, exigencia de nuevas calificaciones y recalificaciones, así como las dimensiones de la ética, entre otras. No soslayemos las fronteras y alcances tecnológicos de la IA al contribuir en la predicción de acciones, influir en las decisiones (más lejos que nunca el “libre albedrío”).
Estas tecnologías impactan al sujeto, lo encuadran y producen. Son movimientos paradójicos, pues al tiempo de que podemos aludir a la sumisión social (emparentado a los orígenes del social-conformismo planteado por Marcos Roitman), al mismo tiempo hay posibilidades de mayor acceso a la información y a las herramientas de comunicación. Sin embargo, las condiciones tecnológicas, que son la materialización de las relaciones sociales, en la constante interacción con dispositivos tecnológicos, crea una dependencia emocional y psicológica (necesidad de validación social, de likes, de emoticonos, como resguardos digitales, desplazando las zonas de cohesión social y reconfigurándolas). Son procesos no necesariamente identificados por el sujeto, poco legibles en su condición ordinaria, pero están allí, nos acompañan y no es difícil afirmar que controlan hábitos y cotidianidad, en los contenidos que circulamos y la personalización que produce.
Todo esto está relacionado con la preocupación que generó en mi una lectura necesaria: La generación ansiosa. Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes, de Jonathan Haidt (2024). Señala Haidt: por diversas razones históricas y sociológicas, el juego libre empezó a decaer en la década de 1980 y esa caída se aceleró en la de 1990. Los adultos de Estados Unidos, Reino Unido y Canadá empezaron a interiorizar cada vez más que, si alguna vez dejaban salir a un niño a la calle sin supervisión, sería presa de secuestradores y delincuentes sexuales. El juego en el exterior y sin supervisión decayó al mismo tiempo que el ordenador personal se volvió más común y atractivo como lugar donde pasar el tiempo libre”. Con escalas, México no es lejano a esta noción de seguridad. Así, “La idea central que sostengo en este libro es que estas dos tendencias —la sobreprotección en el mundo real y la infraprotección en el virtual— son las principales razones por las cuales los niños nacidos a partir de 1995 se convirtieron en la generación ansiosa”. Revisando profusa bibliografía, evidencia empírica y estudios de caso rigurosos y amplios, Haidt expone una gráfica elocuente, que distingue generacionalmente el problema de la exposición a ciertas tecnologías en las poblaciones más jóvenes, con sus impactos concretos.
En una colaboración anterior ponía el acento de preocupación por la caída en la capacidad lectora (de libros). El problema, como se vio líneas atrás, es harto más complicado. Tenemos que releer a lo que nos enfrentamos.
El desplazamiento de lo corpóreo, lo sincrónico, la comunicación cara a cara, está poniendo en el escenario social los costos e impactos en todas las dimensiones de la vida social de las redes sociales y su influencia en segmentos poblacionales juveniles. Lo que de manera transversal atraviesa al conjunto de reflexiones es la coincidencia en que el uso intensivo de redes sociales está asociado con el aumento de la ansiedad: producto de la sublimación de una imagen idealizada, de las implicaciones de la comparación social, de la caída radical de las interacciones sociales cara a cara, de la disminución del juego y de las actividades físicas colectivas o individuales, a la par de la erosión de condiciones para negociar. Sí, tenemos que leer esta nueva realidad, a la vez de que es tiempo de poner manos a la obra y hacer una crítica radical en los usos de las tecnologías y sus implicaciones en la población infantil y juvenil.
(Profesor UAM)