Como se ha titulado en distintas fuentes de información, estamos frente al escenario del proceso electoral más grande en la historia mexicana. Algunos datos para ubicar el tamaño del proceso: del conjunto de ciudadanos que tienen credencial para votar, es decir, directamente aludiendo a la lista nominal, estamos hablando de 99,084,188 del total, incluyendo el voto en el extranjero. Solamente considerando el voto nacional, el número asciende a 98,409,061 electores.
La lucha voto por voto, casilla por casilla, tiene como telón de fondo la disputa electoral (y algo más, por su significación en lo ordinario de la vida política y social en el territorio) por 20 mil 286 cargos; en 31 de 32 entidades se renuevan congresos locales, se informa desde el Instituto Nacional Electoral (INE); más todavía, en 30 de 32 entidades se renuevan gobiernos municipales y alcaldías; sin cerrar la complejidad, aparte de la disputa por la presidencia, en 9 entidades federativas se renueva la confrontación por la titularidad de las jefaturas del Ejecutivo, todas importantes, algunas más por su composición poblacional, su fuerza económica en la producción de riqueza nacional o su ubicación geográfica de relieve en la contribución para el equilibrio político nacional: Chiapas, Ciudad de México, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz, Yucatán.
En este laboratorio gigante, lo que resulte tendrá implicaciones para México y América Latina, en la recomposición de fuerzas que están en disputa. No en vano el evento de Vox, caratulado como “convención de patriotas europeos”, a días del proceso electoral para el Parlamento Europeo, a realizarse en Madrid, que contará con la crema y nata de la ultraderecha mundial: el presidente de Argentina (sin agenda oficial que lo respalde), Javier Milei, José Antonio Kast, ex candidato chileno a la presidencia, la diputada de la Asamblea Nacional de Francia, Marine Le Pen, Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, Giorgia Meloni, primera ministra de Italia (en participación virtual ambos), André Ventura, de la formación de ultraderecha Chega, asiduo participante en los ejercicios de la fuerza falangista Vox y Amichai Chikli, ministro de Asuntos de la Diáspora de Israel, tan conservador como el primer ministro de Israel, entre otros. Hurgando si hay presencia de mexicanos, no encontré registros. La propia candidata X. Gálvez planteó su distancia (aunque vale señalar que varios senadores del PAN -la impronta de El Yunque- y, para hacer justicia de una alianza a toda prueba, se hablaba de uno del PRI -pero este partido dijo que siempre no-, hicieron guiños y firmaron documentos cuando vino Santiago Abascal en 2021).
Como planteaba Rosa María Marcuzzi, en un evento realizado hace poco en la Universidad Autónoma Metropolitana (en abril), reflexionando sobre la realidad argentina en donde se transitó del bipartidismo con la presencia de la Unión Cívica Radical y del Partido Justicialista -en la historia amplia del siglo XX, al ascenso de dos coaliciones-, en esas estamos en México sustancialmente: de una parte, Fuerza y Corazón por México, conformada por el Partido Acción Nacional (PAN), el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) -sobre todo esta última fuerza con riesgo de perder el registro-, extraña amalgama si se revisa la historia de la fundación de estas fuerzas políticas. Ahora sí que podemos recordar al politólogo Luis Javier Garrido, cuando señalaba que “todos somos priistas hasta que demostremos lo contrario”. De otra parte, Sigamos Haciendo Historia, coalición electoral mexicana del denominado progresismo, amalgamando fuerzas de izquierda, centroizquierda y socialdemócratas, formada por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), el Partido del Trabajo (PT), y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM). También, como en el caso de la alianza de Fuerza y Corazón por México, la coalición Sigamos Haciendo Historia genera escozor en algunos segmentos sociales, en particular en sectores más inclinados al pensamiento de izquierda. La otra fuerza en la contienda, de las fuerzas nacionales, es Movimiento Ciudadano. Quizá por la presencia de amplios sectores más jóvenes, pueda dar alguna sorpresa que lo posicione en la agenda política para las próximas elecciones (2030), así como en la recomposición en la geografía mexicana.
Si nos apoyamos en la información del pasado proceso electoral, la participación de las mujeres es mayor a la de sus pares masculinos. Señalan fuentes del INE que del electorado que acudió a las urnas en 2018 (62.3%), en ocho puntos porcentuales fue mayor la participación de las mujeres: 66.2% del voto de las mujeres frente al 58.1% de los hombres. Seguramente esta cifra se incrementará al tener a candidatas mujeres para la presidencia de la República y para las gubernaturas y jefatura de gobierno de la CDMX. Asimismo, hay una fuerte concentración del voto en los grupos de edad que van de 20 a 39 años, presentando una tendencia a la baja conforme avanza la edad, y vuelve a crecer de manera de manera significativa en los grupos de mayor edad, de 65 o más años, en donde hay una mayor concentración hacia el voto al oficialismo. Ilustremos esto con la siguiente gráfica elaborada por el INE (2024).
En los grupos más jóvenes de electores, los que por primera vez van a votar, y en los grupos de edad hasta aproximadamente los 25 años, es en donde de acuerdo a la Encuesta Nacional de Usos del Tiempo (INEGI) hay mayor permanencia en las redes sociales. Seguramente van a participar y también llevarán dentro de su equipamiento cultural mucho de lo que circula en las redes (los ejercicios de votación en espacios universitarios recuperan parte de esto, pero no de manera suficiente, al menos como un supuesto). En parte, al hacer un análisis detallado del comportamiento electoral, veremos en los resultados los efectos de las guerras sucias que inundan las redes, de mentiras repetidas sistemáticamente, es decir, de la manipulación de la información y de la desinformación, como caras de la misma moneda en clave de disputa electoral estratégicamente diseñada. Allí destaca el papel de los bots.
Como parte de lo que se aprecia en el escenario, y también ligado por supuesto a las redes, es la construcción de la polarización. El caso argentino ha dado lecciones sobre esto, de allí las reflexiones del relieve de movimientos subterráneos, de cómo no se previó el ascenso de un movimiento ilegible, materializado en votos; la última, la presencia de destacamentos de bots vivientes que se hacen pasar por estudiantes y formulan preguntas a modo al vocero presidencial de ese país, Manuel Adorni, de paso criticando a los periodistas profesionales incómodos. Es pertinente aludir, en esta breve reflexión, sobre el peso de las encuestas (las propias casas encuestadoras como parte del juego), su interpretación abusiva, para generar tendencias artificiales que pueden impactar en el comportamiento político.
Hay mucho en juego. Por ejemplo, en la próxima concentración de la Marea Rosa, etiquetada como ciudadana -como si fuera sinónimo de neutralidad y pureza-, vale develar los operadores políticos que están detrás de esta iniciativa, acarreando agua a su molino, montándose en la buena fe de mucha gente y en sus ganas de sacar lo que se tiene dentro. La claridad en las reglas del juego debe trabajarse, en todas las reglas, vale decir.
(Profesor UAM)