El temblor de 1972 que destruyó la ciudad de Managua, al igual que el sismo de 1985 en México, fue determinante para la caída de la dictadura somocista. Estos fenómenos naturales hicieron evidentes las grietas estructurales de la desigualdad y la necesidad de un cambio político encaminado a la justicia social.
Sin duda, la lucha por la democracia en América Latina tiene múltiples interpretaciones históricas, pero un elemento insoslayable es el de los movimientos revolucionarios que lucharon por la vía armada contra las dictaduras militares impuestas en nuestro continente. No es menor decir que prácticamente en todos los países de nuestra América existió algún movimiento político armado que buscara la toma del poder.
En esta historia, la revolución sandinista fue inspiración y ejemplo. Si bien en los años sesenta el referente más importante fue la revolución cubana, la juventud revolucionaria de los setenta y ochenta centró su atención en la lucha del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Su trascendencia radica en la profunda transformación política, cultural y social que permeó en la sociedad, con gran influencia de la teología de la liberación. Las expresiones culturales del sandinismo desde esta perspectiva construyeron una mirada de hermandad y generosidad cristiana desde un ámbito político que hizo partícipes a los imaginarios políticos de la sociedad y las cosmovisiones de las comunidades, como lo recuerda Ernesto Cardenal en diversos textos.
La participación política de las mujeres en espacios de toma de decisiones estratégicas removió el machismo imperante en las milicias revolucionarias. Tal como lo recuerda Cardenal en sus memorias: “La revolución inició un proceso de superación del machismo. La proporción de las mujeres en el gobierno, en el partido y en el ejército fue mayor que en ningún otro país del mundo, incluyendo Cuba”.
Un ejemplo extraordinario es el papel de Dora María Téllez, quien, a sus 22 años, fue pieza clave en la estrategia militar para el triunfo de la revolución sandinista al liberar la ciudad de Managua de la Guardia Nacional y con la toma del Palacio Nacional, el 19 de julio de 1979. Posteriormente, dentro del gobierno fue ministra de Salud, donde dictó una política de salud colectiva que entre otras cosas logró —gracias a la participación popular— erradicar la polio en Nicaragua.
Con la democratización de América Latina las estrategias del cambio se transformaron. Pese al asedio político y militar al que se enfrentó la revolución sandinista, ésta logró avances considerables: el analfabetismo disminuyó de 50 a 12 por ciento, se incentivó la cultura con la participación intelectuales como Julio Cortázar, Sergio Ramírez, Gioconda Belli o Ernesto Cardenal. Fue el primer país que puso a discusión los problemas étnicos en los estados nacionales con el tema de los miskitos, lo que impulsó el debate sobre la autonomía de las comunidades indígenas en la constitución nicaragüense.
El proceso de la lucha sandinista ha tenido muchos altibajos, pero no puede tirar por la borda su triunfo más importante: la instauración de la democracia. La derrota de la dictadura militar de Somoza le brindó a este país y a América Latina la esperanza de la transformación política, económica y social. En la arena política, duró 11 años en el poder y aceptó la transición política que le permitiera madurar sus errores y dar un impulso al sandinismo democrático.
De ahí que preocupe a quienes acompañamos el proceso nicaragüense, ver que la obsesión por el poder hace tirar por la borda los avances y la vocación democrática del sandinismo. El gobierno nicaragüense tiene la obligación de preservar el legado democrático de la revolución. Los derechos humanos y los derechos políticos de todas las personas deben estar garantizados. Debe liberarse al menos a 136 personas, detenidas por causas políticas de acuerdo con un informe hecho llegar a la CIDH, incluyendo a personajes como Dora María Téllez y Hugo Torres (dirigentes históricos del sandinismo), así como a quienes pretenden disputar el gobierno nacional en las próximas elecciones. A los adversarios se les derrota en las urnas, no en las mazmorras.
Hay quienes sostienen que las transiciones en el poder pueden llevar a la pérdida de las conquistas de los procesos revolucionarios. Si bien ha habido innumerables intentos por revertirlos, la sociedad es la mejor posicionada para defenderlos. La lucha política en la actualidad tiene su mayor fortaleza en la inclusión, en repensar permanentemente la noción de democracia, de lucha contra la desigualdad, y del papel del Estado y de la sociedad en un régimen de libertades, lo que permite que los procesos revolucionarios no terminen convirtiéndose en el mismo verdugo que combatieron.