Durante años se ha debatido el papel que desempeña el futbol como espectáculo, como negocio y como un medio de control de masas. Quizá no hay fenómeno social en nuestra época que merezca tanto un análisis como el futbol. El futbol congrega multitudes, ofrece diversión, concita fanatismo, rivalidades y aspiraciones de éxito. De igual forma, transporta al ciudadano a la evasión de su vida cotidiana.
En el futbol convergen intereses atados a los negocios y a la política; desde la promoción de eventos deportivos durante las campañas electorales de los partidos, hasta los grandes negocios mediáticos que han hecho de la actividad deportiva un espectáculo que se apropia del tiempo libre de las personas.
La cancha se ha convertido en la nueva arena; el gol, en el pan que nutre frustraciones sociales insatisfechas. Como señala Gerhard Vinnai, el futbol, en tanto espectáculo institucionalizado de masas que obra consciente y solidariamente, esclarece las formas de dominación imperantes, que integran un sistema que manipula y fragmenta a las masas.
Por ello, no es un asunto menor lo sucedido durante el partido celebrado el 18 de octubre entre los equipos Veracruz y la Universidad Autónoma de Nuevo León, en el que los jugadores del equipo jarocho, en un justo acto de protesta ante la falta del pago de sus salarios, decidieron parar durante los primeros cuatro minutos de juego, lo cual informaron al equipo “universitario”, de quienes se esperaría un gesto solidario con sus compañeros, en un gremio sujeto a los abusos de los dueños de los equipos, quienes, como en el caso del equipo escualo, tienen capacidad para pagar hasta 150 millones de pesos para evitar el descenso, pero no para cumplir sus obligaciones con sus trabajadores.
Tras el primer minuto, y con los jugadores del Veracruz inmóviles, los Tigres anotaron dos goles, que le significaron una pírrica victoria, que pone en evidencia la falta de escrúpulos en un espectáculo que obtiene ventaja sobre un adversario inerme. Al igual que cuando un delincuente somete a una persona y todos los miembros de la banda la patean en el suelo.
Los Tigres no fueron solidarios con una causa laboral justa, protegiendo el interés de sus patrones, ni mostraron respeto alguno por su rival. Llama la atención, que tratándose de una franquicia que porta la representación de una institución pública de educación superior, ni el rector ni la comunidad universitaria cuestionaran dicho comportamiento.
Podrán alegarse mil motivos, como la confusión a la que ha aludido el entrenador Ricardo Ferreti; lo cierto es que sus jugadores, se convirtieron en hombres despojados de la investidura del ídolo deportivo, y dispararon alevosamente a gol en dos ocasiones.
Cómo ha escrito Jorge Valdano, el futbol es un deporte que forma hábitos, sentimientos y virtudes colectivas a través de sus ídolos articulando barrios, ciudades y naciones. O como señala Juan Villoro, el futbol ocurre en la agitada conciencia de los espectadores, por lo que es fundamental que los clubes, los futbolistas y los aficionados asuman comportamientos que abonen a la convivencia, la solidaridad, el respeto y la empatía.
Los dueños de los equipos, los técnicos y jugadores deben asumir que, cuando se porta la camiseta de un club se generan sueños, aspiraciones y valores en amplios sectores de la sociedad, y que por tanto cumplen una responsabilidad social.
El deporte debe significar, más allá del espectáculo y las ganancias, valores y, por tanto, la competencia no puede subordinarse al propósito de ganar sin importar los atropellos que se cometan. El deporte debe fomentar actuar con ética, privilegiar el disfrute y la pasión desinteresada de los aficionados. El saber ganar al patear una pelota, un bulto de trapo, una lata, una bolsa llena de papeles.
Lo acontecido en ese partido es la representación de una farsa de victoria. Los dos goles anotados impunemente por los Tigres dan cuenta de las miserias del futbol mexicano.
Subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración