Murió Luis Echeverría, más no uno de los capítulos más infames de nuestra historia. Una historia de violencia y abuso del poder.
Murió Echeverria, más no la memoria del desprecio de este personaje a las libertades y la democracia. En particular a los jóvenes disidentes, a quienes calificaba, como lo dijo en su informe de 1974, como: […]estos pequeños grupos de cobardes terroristas, desgraciadamente integrados por hombres y por mujeres muy jóvenes que en México […] Surgidos de hogares generalmente en proceso de disolución, creados en un ambiente de irresponsabilidad familiar, víctimas de la falta de coordinación entre padres y maestros, mayoritariamente niños que fueron de lento aprendizaje; adolescentes con un mayor grado de inadaptación en la generalidad, con inclinación precoz al uso de estupefacientes en sus grupos con una notable propensión a la promiscuidad sexual y con un alto grado de homosexualidad masculina y femenina; víctimas de la violencia; […] estos grupos, fácilmente manipulables por ocultos intereses políticos nacionales o extranjeros que hallan en ellos instrumentos irresponsables para estas acciones de provocación en contra de nuestras instituciones.
Echeverría fue promotor de una política de terrorismo de Estado que desplegó desde la Secretaría de Gobernación y desde la Presidencia de la República; estrategias de contrainsurgencia, que salieron a la luz en los años 60 tras reprimir estudiantes en Michoacán y tomar militarmente su capital, Morelia. Ánimo represivo que se propaló rápidamente a todo el territorio nacional, bajo el manto de la Guerra Fría y el combate a la fábula de una “conspiración comunista internacional”, que derivó en la desaparición, tortura y ejecución extrajudicial de líderes sociales, dirigentes políticos, jóvenes y los movimientos contraculturales y de la diversidad.
Echeverría fue el artífice de las represiones del 2 de octubre de 1968, del 10 de junio de 1971, perpetrada por el grupo paramilitar “Los Halcones”, y de la Guerra Sucia.
Bajo la tutela de la Escuela de las Américas, creó estrategias de contrainsurgencia, como el “Plan Telaraña”, para desarticular las guerrillas encabezadas por Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, e instituciones represivas, como la temible Brigada Blanca; responsables de las graves violaciones a los derechos humanos cometidas para acabar con toda expresión de disidencia política y social.
Es emblemática la orden emitida por el titular de Sedena a la comandancia de la 35° Zona Militar de Chilpancingo, señalando: “Ratifíquese orden y sentido de incrementar actividades, a fin de localizar, hostigar, capturar o exterminar a las gavillas que operan en esa región”.
Echeverría fue artífice del golpe contra el periódico Excelsior, dirigido por Julio Scherer, en 1976, como una venganza personal, por las duras críticas que este medio publicaba de su gestión.
La represión y el control hegemónico del poder formaron parte de una política de Estado que implementó estrategias de contrainsurgencia a fin de consolidar un sistema de control.
Echeverría buscó crearse una imagen liberal al abrir las puertas al exilio chileno tras el golpe militar a Salvador Allende y al promover la Carta de Deberes y Derechos Económicos de los Estados, con la que pretendía liderar a los países en desarrollo y a la ONU. Fracasó.
La verdad y la muerte lo alcanzaron. No pudo limpiar la sangre que derramó y las profundas heridas que infligió al país. Echeverría murió solo, acompañado de los fantasmas del abuso del poder y la violencia de Estado, olvidado por quienes aplaudieron su ignominia. Ahora falta que la justicia lo alcance.
Subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración
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