Recientemente la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, presentó el Plan Nacional Hídrico 2024-2030 en el que se plantea una nueva política de gestión integral y transparente de vital líquido, para garantizar el acceso a toda la población y mitigar el impacto ambiental en su manejo adoptando medidas ante el cambio climático.
El Programa contempla una inversión de 20 mil millones de pesos en 2025, para 16 proyectos estratégicos, que permitirán la tecnificación de los distritos de riego, incrementando con ello en 51 por ciento su productividad, así como la devolución de 2 mil 500 millones de metros cúbicos de agua, equivalentes al abasto durante dos años de la Ciudad de México.
Ello implica un mejor aprovechamiento del recurso, ya que actualmente se destina el 75 por ciento del agua nacional a la actividad agrícola, 9 por ciento a la industria y la generación de energía, en tanto solo el 15 por ciento se destina al consumo humano.
Como parte de este Plan, el 25 de noviembre, se suscribió el Acuerdo Nacional por el Derecho Humano al Agua y la Sustentabilidad, en el que el vital líquido debe dejarse de ver como una mercancía, para asumirse como un derecho humano inalienable, dejando atrás la visión neoliberal que permitió, con la reforma a la Ley de Aguas Nacionales de 1992 durante el gobierno de Salinas de Gortari, el otorgamiento indiscriminado de concesiones, las que pasaron de 2,600 concesiones otorgadas entre 1917 y 1992, a 360 mil concesiones entre 1993 y 2003.
Dentro de los programas estratégicos se encuentra el Plan para la Zona Metropolitana del Valle de México, que redefinirá de manera integral el modelo de gestión hídrica en la región, revirtiendo un modelo que, a lo largo de cinco siglos, ha reñido con el desarrollo de la ciudad, pues su diseño se sustentó en drenar el agua de la Ciudad sin ningún tipo de aprovechamiento del agua existente.
Se trata de un asunto de larga data. En 1521, tras la caída de Tenochtitlan, la ciudad fue ocupada por los conquistadores, iniciando la destrucción del sistema de cinco lagos, que entonces estaba protegido de las inundaciones por un albarradón que regulaba la entrada de agua a la ciudad.
Desde entonces la Ciudad riñó con el agua. El albarradón fue destruido durante la conquista, lo que produjo graves y recurrentes inundaciones, por lo que en 1607 se ordenó la construcción de un canal en Huehuetoca a fin de drenar el lago de Zumpango, así como la desviación del río Cuautitlán hacia el río Tula, lo que, más adelante, dio lugar a la construcción del Tajo de Nochistongo, el cual, durante su construcción, en 1629, se registró la gran inundación de la Ciudad de México, cuando las aguas subieron hasta dos metros, durante cinco años.
Así se sucedieron: la construcción del túnel de Tequixquiac, el gran canal de desagüe en 1884 durante el porfiriato, el desecamiento del lago de Texcoco, la construcción del drenaje profundo, hasta la construcción del Túnel Emisor Oriente terminado en 2020, en el que se invirtieron 33 mil millones de pesos, para continuar drenando el agua de la ciudad, como el testimonio más reciente de una de las mayores irracionalidades ambientales de nuestra época.
El estiaje del presente año puso en evidencia la vulnerabilidad del manejo hídrico del Valle de México, lo que ha permitido reflexionar sobre la necesidad de replantear el modelo hasta ahora seguido. El Plan propuesto por la Presidenta Sheinbaum apuesta a revertir la situación aprovechando el agua que se encuentra dentro del territorio de la metrópoli, la cual consume 65 metros cúbicos por segundo de agua, cuando las precipitaciones por lluvia promedian más de 2 mil millones de metros cúbicos, suficientes para abastecer a la población metropolitana. Este esfuerzo representa un giro de 180 grados en la gestión del recurso, que requiere acompañarse de un profundo cambio cultural en esta metrópoli que debe dejar de reñir con el agua.
Secretario de Planeación, Ordenamiento Territorial y Coordinación Metropolitana de la CDMX