Probablemente lo conocen. De día, es un estudioso de la estrategia, llega muy temprano a trabajar; de hecho, es el primero, a la hora de analizar al rival, su trabajo es preciso y detallado.
Sin temor a equivocarme, es el mejor director técnico mexicano en la actualidad, su metodología —pero sobre todo su trato humano con el jugador— sobresale en los entrenamientos. Relajado, sonriente, a veces severo —como todo buen guía— en sus instrucciones, buscando la perfección y el bien colectivo, consiguiendo conformar un equipo protagonista, de esos que sólo se consiguen con base en repeticiones.
No le tiembla la mano con los jóvenes, bien asesorado por su presidente deportivo (además que se deja aconsejar) y asistentes. Sabe escuchar a sus asistentes.
Al término de los entrenamientos es sonriente y bromista con la prensa, al igual que en sus conferencias. Amable con los aficionados, siempre accede a la foto y autógrafos. Si usted no sabe de quién hablo, les presento al doctor Miguel Jekyll.
El problema con Jekyll es cuando cae la noche de los resultados y bebe la pócima de la derrota. Desafortunadamente, aparece Miguel Hyde, ese que no quiere ver nadie, porque —cuando se muestra— es peligroso, incontrolable, perverso.
Cuando las cosas no caminan, los insultos a los árbitros llueven, utiliza palabras hirientes, inapropiadas para una sociedad que está tratando de erradicar la discriminación; incluso, esa transformación ha llegado a la violencia.
Años atrás tuvo un episodio que obligó a sus jefes a darle las gracias como entrenador de la Selección Mexicana, y no por falta de capacidad, sino por descontrol emocional. A partir de ese incidente, Hyde no desapareció; simplemente, Jekyll se hizo cargo y no quedaba de otra si quería regresar al club más ganador del futbol mexicano.
Todo era tranquilidad, hasta que el sábado apareció una derrota humillante contra el Cruz Azul y, con ésta, la personalidad malévola de Miguel.
La transformación empezó desde la cancha, parecía que el saco reventaría y después el intercambio de palabras; de ahí la expulsión, y ya en el túnel del Azteca surgió una vez más la peor versión de Herrera, aunque en esta ocasión las consecuencias no fueron tan graves. Sólo tres partidos le dio la Comisión Disciplinaria, cuando debieron ser cinco.
El reglamento es claro. Una vez más, aplicaron eso de que dependiendo el sapo es la pedrada. De nueva cuenta, torcieron el reglamento para manejar la situación.
Ojalá que este personaje cambie, ojalá pueda dominar a sus demonios, ojalá pueda controlar sus impulsos, ojalá se acaben las crudas morales, ojalá deje de escupir palabras que nacen desde el hígado.
Ojalá no se le olvide que hoy existen dos candidatos para dirigir a México en el Mundial de 2026 . El primero es el Tata , el segundo es Miguel Herrera y sus dos caras, esas con las tendrá que vivir siempre el técnico americanista.
@alexblanco23
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