Cerca de ocho meses después de haber iniciado, el conflicto actual entre el Estado de Israel y Hamas continúa generando una cuenta inconmensurable de sufrimiento humano: decenas de miles de muertes, toma de rehenes, detenciones arbitrarias, violencia sexual, desplazamiento forzado, tratos inhumanos, crueles y degradantes y una atroz crisis humanitaria. La vida para las personas en esa región del planeta se ha vuelto en los últimos meses aún más “horrible, brutal y corta”, para retomar la descripción del “estado de naturaleza” en el Leviatán, de Thomas Hobbes. Instancias jurisdiccionales internacionales investigan ya las violaciones al Derecho Penal Internacional y al Derecho Internacional Humanitario perpetradas por ambas partes en conflicto. Todo ello entre repetidos llamados a un cese al fuego por razones humanitarias, de parte de organismos internacionales, gobiernos y diversos líderes sociales y religiosos del mundo.

Sin importar los miles de kilómetros de distancia que puedan existir, el conflicto se ha trasladado a distintos escenarios sociales y políticos en prácticamente todo el mundo. Personas y grupos sociales se están manifestando de distintas maneras en diversas latitudes; a menudo tomando posturas polarizantes favor de uno u otro lado. La carga de sentimientos y emociones, totalmente legítimas, en este traslado del conflicto a todo tipo de escenarios sociales a escala global es muy densa. En efecto, difícilmente podría ser de otra manera, dado el horror y el enorme sufrimiento humano que las redes sociales y los medios tradicionales comunican día a día, con perturbador detalle gráfico y narrativo.

Quizá el espacio social al que el conflicto se ha extendido de manera más intensa es el de las universidades. En las últimas semanas hemos visto como los campus universitarios en los Estados Unidos se han tornado en espacios de alta tensión social y política, en que estudiantes de diversas ascendencias, religiones o simpatías se enfrentan entre sí, con las autoridades universitarias e incluso con la policía. No debe de sorprender a nadie que eso esté pasando con tanta intensidad en los Estados Unidos, dado el peso específico y el papel central del gobierno y las empresas de ese país en la geopolítica y la economía política de la guerra en Medio Oriente.

El conflicto entre el Estado de Israel y Hamas también se ha trasladado a México y se ha manifestado en ambientes universitarios en nuestro país. Estudiantes y personal académico se han movilizado, han expresado sus posturas e incluso han demandado a las instituciones en que estudian o con las que colaboran que se posicionen en uno u otro sentido o que tomen ciertas acciones a favor o en contra.

¿Cuál es el papel que las universidades mexicanas juegan en este contexto? Si bien el peso específico de lo que se diga o se haga desde México, en general, y en las universidades mexicanas, en particular, es de poca relevancia práctica (política, económica y social) en la definición del curso que tomen las cosas en Israel y Palestina, ¿qué postura deberíamos asumir desde las universidades de México y qué acciones deberíamos de implementar?

Tengo claridad de que, desde una perspectiva moral y normativa, es necesario tomar una postura inequívoca a favor de las víctimas de la violencia, en todos los conflictos, independientemente de la parte beligerante a la que pertenezcan los perpetradores; así como una postura firme que reivindique los méritos y la validez de las normas internacionales de derechos humanos, el Derecho Penal Internacional y el Derecho Internacional Humanitario, junto con la legitimidad de la autoridad de los órganos internacionales especializados en la materia. En el caso del conflicto actual entre el Estado de Israel y Hamas la postura universitaria debe de ser, entonces, a favor de las poblaciones civiles en ambos lados y a favor de las normas internacionales existentes y las determinaciones que tomen los órganos internacionales competentes. Este tipo de enfoque haría posible un punto de encuentro entre los distintos sectores de las comunidades universitarias, aunque su relevancia en la práctica política, diplomática, económica y social de la guerra en sí sea nula. En este sentido, tengo también la claridad de que el principal papel de las universidades en México ante el conflicto tiene que ver con lo que pasa dentro de nuestros propios entornos universitarios; es decir, con la convivencia, el tejido social y el cuidado de las personas que integran nuestras comunidades universitarias. Ante la polarización que se está viviendo en el seno de nuestros propios entornos, las universidades en México nos tenemos que esforzar para que prevalezca el reconocimiento y la valoración de las diferencias, en un marco de respeto, entendimiento y cuidado mutuo. Las universidades de México deben de ser santuarios de la pluralidad y la convivencia respetuosa entre personas y grupos que piensan de manera muy diferente. Sin duda, las universidades, como instituciones y comunidades diversas por naturaleza, ganamos poco posicionándonos a favor de una u otra parte (en este o cualquier otro conflicto) y logramos mucho propiciando que los distintos grupos dentro de nuestras comunidades se encuentren, dialoguen y busquen aceptarse y valorarse, a pesar de sus distintas perspectivas y sus convicciones encontradas, aún en contextos de una emotividad muy cargada.

Las universidades de México, por otro lado, estamos llamadas a generar y compartir conocimiento; generado de manera rigurosa, sistemática y con base en evidencia. De esta manera, quizá la principal contribución que podemos hacer en el contexto actual es generar y compartir conocimiento académico informado, libre de sesgos o develando de forma explícita los mismos, sobre el pasado y el presente del conflicto y, de manera particular, sobre los horizontes para la paz y la reconciliación. En otras palabras, poner sobre la mesa información y argumentos, para que la propia comunidad universitaria y la sociedad en su conjunto puedan desarrollar y, en su caso, ajustar sus propios puntos de vista y convicciones.

El sufrimiento humano en Israel y Gaza y la propia movilización solidaria, empática y comprometida del estudiantado universitario en México, de todas las perspectivas, interpela a las universidades del país y nos llama a actuar de manera más decidida. La propuesta de estas líneas es en el sentido de que dicha acción sea a favor de todas víctimas y a la luz de las normas internacionales; en defensa de la pluralidad, el dialogo y el reconocimiento mutuo entre quienes tienen diferencias sustantivas de opinión y convicción, y por la generación y difusión de información balanceada y objetiva y de argumentos a favor de la paz y la reconciliación.

Vicerrector Académico de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México


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