Tratado de Invisibilidad (México, 2024), el cuarto largometraje documental de la directora Luciana Kaplan, es una dulce pero poderosa provocación que no debería dejar inmune al público que la vea.
Kaplan nos invita a ser testigos de una realidad lacerante, indignante y patética para un país cuyo slogan de gobierno es “primero los pobres”. Filmada en blanco y negro por su fotógrafo de cabecera, Gabriel Serra Argüello, y con fotos fijas de Bruno Santamaría, Kaplan sale a la calle y apunta su lente hacia una serie de personajes a los que rara vez volteamos a ver: aquellos que se encargan de limpiar, barrer, trapear los espacios públicos de esta ciudad.
Están en todas partes: en los parques, en las calles, en el aeropuerto, incluso en los cines. La provocación justo inicia con el primer testimonio: una de las mujeres encargadas del barrido en las salas de la Cineteca Nacional (quien por cierto dice que no le gusta el cine, “menos éste”).
Lo que encuentra la documentalista, una y otra vez, es la misma historia: mujeres mal pagadas, que no les dan el uniforme, los guantes, o los insumos necesarios para hacer su trabajo, que muchas de las veces ellas mismas tienen que comprar, no se les otorga ningún tipo de prestación, mucho menos un contrato, seguro médico o vacaciones, lo que sí hay es un sueldo ínfimo que puede ser aún menor si el humor de los supervisores así lo decide.
Todas ellas trabajan sobre el esquema de subcontratación, a pesar de que en sus uniformes puedan tener el logo del gobierno de la Ciudad de México, en realidad trabajan para empresas que “tercian” los servicios al gobierno, un esquema que las autoridades habían anunciado -con el bombo y platillo usuales- su desaparición por que en la 4T “no hay corrupción”.
Pero como tantas cosas en este gobierno, todo es una mentira, y para muestra aquí están los testimonios de Rosalba, Aurora, Claudia, y muchas trabajadoras más, todas ellas encargadas de la limpieza en distintas áreas del gobierno (el metro, el aeropuerto, las calles de la CDMX), y en todas ellas la historia es la misma: precariedad y corrupción.
La indignación que provoca ser testigos de su circunstancia tan precaria sucede de la pantalla hacia al frente, porque ellas ya están acostumbradas a esos salarios, a esas condiciones, al acoso de los jefes, a los regaños, a que simplemente sean invisibles tanto para el gobierno como para una sociedad que las ignora. No más, porque frente a la cámara de Kaplan, estas mujeres encuentran al menos una salida a sus frustraciones. Una forma de ser un poco menos invisibles.
Pero no todas quieren salir a cuadro, temen por sus trabajos, saben de casos de compañeras que por salir en noticieros y denunciar, han perdido la chamba. La directora de inmediato encuentra una solución: que las representen actrices. Así, Tratado de Invisibilidad se vuelve un experimento a tres pistas: es documental, es ficción, es denuncia, es un retrato vivo,
melancólico, conmovedor de una ciudad y las personas que cual hormigas limpian los espacios que todos habitamos, que todos ensuciamos y que todos terminamos por ignorar a quienes hacen esta labor tan menospreciada.
El gobierno actual, que por seis años viene presumiendo que ha erradicado la corrupción, es incapaz de ver lo que ocurre en la tarea más esencial, que es limpiar el piso y los baños de sus propias dependencias. Tratado de Invisibilidad justo hace visible esa problemática, y deja en nuestras manos la voluntad para hacer algo al respecto.
En su toma de protesta, la presidenta Claudia Sheinbaum dijo que al llegar ella al poder, “llegan todas”. ¿Qué espacio en su agenda tendrán estas mujeres?, ¿estará al tanto la presidenta sobre esta situación? Porque antes que poner primero a los pobres, es necesario, al menos, voltear a verlos.