The Substance (Reino Unido, Francia, E. U.. 2024), el segundo largometraje de la cineasta de origen galo Coralie Fargeat, es un tanque armado hasta los dientes, una película que no sabe de sutilezas: es un filme agresivo, sangriento y asqueroso en más de un modo. Un golpe de contundencia absoluta en contra de todo espectador que se atreva a plantarse frente a la pantalla. Una metáfora brutal sobre la belleza y sus costos. Una cinta que no tiene empacho en bañar a su audiencia con sangre, fluidos, y agujas que perforan cuerpos una y otra y otra vez.

Estamos frente a la gran cinta de la era del Ozempic y las fiestas de Bótox. Un filme que no tiene problema en mostrar en todo esplendor las nalgas perfectas de su protagonista, para horas más tarde retratar con el mismo compromiso el cuerpo decadente, pútrido, avejentado, de la misma mujer. El tiempo es el enemigo de la belleza.

La directora y guionista, Coralie Fargeat, es una mujer de armas tomar. Su cinta es un violento delirio, super estilizado, donde la cámara en close-up eterno se convierte en una pistola que apunta con el mismo ímpetu tanto a los actores como al público.

A Fageat no le interesa sugerir nada, absolutamente todo está en pantalla, siempre con una paleta saturada de color, con una edición violenta, con música machacosa, con un encuadre que no deja nada a la imaginación: si alguien se debe suturar una herida, la cámara será la aguja, si alguien tira algo a la basura, la cámara estará al fondo del cesto, si una chica en leotardo es la persona más hermosa de la televisión matutina de los Angeles, hay doce cámaras cada una apuntando en closeup a sus pechos, a sus ojos, a su sonrisa, a sus nalgas.

En este Hollywood de cuerpos perfectos, autos lujosos y dinero a raudales es donde habita Elizabeth Sparkle (Demi Moore en el gran papel de su carrera), una hermosa mujer con una exitosa carrera tras de sí pero que ahora se conforma con ser la protagonista de un popular programa de ejercicios por televisión.

Elizabeth está por cumplir 50 años y eso en el lenguaje de Hollywood significa retiro. Su asqueroso productor, Harvey (les digo, la directora no sabe ser sutil) le comunica a Sparkle que su carrera está acabada, a los 50 uno es viejo, es momento de retirarse, gracias por participar.

De algún modo, Elizabeth se entera de ‘The Substance’, una especie de tratamiento que promete sacar “la mejor versión de ti”, o dicho de otra forma, es una especie de suero rejuvenecedor que en realidad lo que consigue -luego de una serie de inyecciones, sueros y demás procesos perfectamente explicados- es que de tu propio cuerpo literalmente surja otra versión de ti mismo, en esta caso una versión mucho más joven, bella, firme y sin arrugas, que se hace llamar Sue (la no menos comprometida Margaret Qualley).

El proceso exige seguir ciertas reglas y claro, alguien no cumplirá con ellas, lo que desatará una pesadilla que roza lo surreal, bordea lo gore y se instala por completo como una de las cintas de “body horror” más contundentes en la historia del subgénero.

Así como la directora no es sutil a la hora de filmar, tampoco lo es al momento de mostrar sus cartas: referencias obvias al cine de Stanley Kubrick, adopción total a la “nueva carne” de David Cronenberg, ineludible remembranza al Réquiem for a Dream (2000) de Aronofsky (aunque sin la moralina de aquella mal lograda pero memorable cinta). Amén de las referencias obvias a Dr. Jekyll and Mr Hyde y hasta a The Witches (1990) de Nicolas Roeg.

The Substance es todo un tour de force, tanto para el público como para sus dos protagonistas. Destaca el compromiso de Demi Moore, que rebasa todo límite de su carrera previa. Moore se confronta con su propia belleza en un filme que debería hacerla acreedora al menos a una nominación al premio Oscar.

La cámara -en apariencia hipersexualizadora- del cinefotógrafo Benjamin Kracun no es sino otra arma de ataque frontal que la directora usa para mofarse de los patéticos hombres que rodean a estas mujeres hermosas: lobos que si bien viven de vender carne, no pueden sino babear frente a la belleza que nunca sería suya a no ser por su dinero.

Ante la disyuntiva de hacer un panfleto sobre la belleza real, Fargeat se decanta por entregar una cinta perversamente surreal, atinadamente absurda, premeditadamente excesiva, que empata a la obsesión femenina por la belleza con una adicción incontrolable que hace del adicto el engranaje de un sistema de explotación.

Orgullosamente trazada con el crayón más grueso posible, Fargeat no sabe o no quiere detenerse: cuando pensamos que la cinta está por terminar, la directora y guionista lleva el relato hasta las últimas consecuencias en escenas que nos recuerdan a Carrie (De Palma, 1976): un festival de sangre, gore y monstruos, porque claro, no hay ente que provoque más horror y asco en Hollywood que una mujer vieja, arrugada, o que no sonría.

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