En una de las primeras escenas de Iron Claw (E.U., Reino Unido, 2023) -tercer largometraje del realizador canadiense Sean Durkin- el muy estricto paterfamilia Fritz Von Erich (Holt McCallany) le informa a tres de sus hijos -Kevin (Zack Efron), David (Harris Dickinson), Mike (Stanley Simmons)- quién de ellos es su favorito y por qué. “Pero recuerden, el orden de esa lista puede cambiar”.

Con esa escena nos queda claro que en esta cinta los movimientos más rudos no serán precisamente los que suceden en el cuadrilátero sino en el comedor de esta típica familia texana, que en la década de los setenta se volvió todo un ícono de la lucha libre norteamericana.

La historia está basada en el caso real de la familia Von Erich, cuyo padre (en realidad se llama Jack Barton) es un viejo luchador que en sus años de gloria luchó incansablemente aunque nunca logró el título de campeón. Su obsesión por el pancracio lo llevó a formar junto con sus hijos una familia de exitosos luchadores que todos los domingos se presentan en el cuadrilátero local para deleite del respetable.

Sobre la familia -dice Kevin, con voz en off- pende una supuesta maldición (su hermano mayor murió siendo apenas un niño) que el padre decidió combatir con toneladas de ejercicio y entrenamiento diario. “Si somos los mejores, los más fuertes, nada nos podrá pasar”.

Y en efecto, casi todos sus hijos son auténticas esculturas griegas, de cuerpos perfectos y musculatura envidiable que harían titubear a más de un luchador y suspirar a más de una fan. Es el caso de Pam, una fanática de las luchas que espera afuera de la arena para ligarse a Kevin, quien en su vida ha estado tan cerca de una mujer.

Sin perder tiempo en detalles, con una cámara (a cargo del cinefotógrafo Mátyás Erdély) que por momentos emula el cine documental y por otros un melodrama televisivo, Iron Claw avanza como un relato típico de unión familiar (concretamente entre los hermanos) quienes entre ellos se apoyan incluso cuando alguno no muestra tanto interés en la lucha (toda una secuencia donde los hermanos se escapan para escuchar a Mike, el músico de la familia).

Pero el halo de la tragedia pende sobre los hermanos así que de un momento a otro sucederá todo tipo de tragedias. Resulta notable que el guión (escrito por el propio director) jamás se deja llevar por el morbo o la violencia gráfica, al contrario, mediante cortes directos omite todo viso de sangre o incluso de melodrama.

Esta debe ser una de las mejores películas de Zack Efron. No he visto muchas de sus cintas (está difícil entrarle a cosas como Baywatch o Dirty Grandpa), pero aquí lleva el peso completo de la película y lo hace sin titubear. No solo es el narrador y centro moral de la historia, sino que también carga con algunas de las escenas más dolorosas de todo el filme.

Así, más que una película sobre lucha libre, estamos frente a la trágica historia de una familia cuya ambición la lleva al abismo. El “Iron Claw” del título es el movimiento insignia del padre (un agarre a una sola mano presionando la cabeza del oponente que lo deja inmóvil), pero conforme la película avanza entendemos que la verdadera garra de hierro es el padre, sus obsesiones y la forma en cómo utiliza a sus hijos para cumplir los sueños de gloria que el mismo nunca consiguió.

Aunque el resto del reparto tiene su pequeño momento para brillar, en general todos quedan en segundo plano, es Efron quien lleva esta historia desde su explosivo inicio hasta el anticlimático desenlace donde el director decide abandonar la historia para dejar el cierre a cargo del típico recurso de las epílogo a cuadro con fotos, en esta caso, de la auténtica familia Von Erich.

Lo cierto es que los Von Erich merecían un mejor desenlace: tanto en su vida como en su película.

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