Sundown, el séptimo largometraje del cineasta mexicano Michel Franco, representa un hito (por demás loable) en su filmografía. Esta es la primera vez que Franco no recurre al escándalo ni al famoso shock value con el que suele perturbar a su público hasta llevarlo a un límite insostenible. Todo lo contrario.
Sundown es la historia de un hombre al cual ya nada parece importarle: ni el futuro, ni el pasado, ni el presente. Si por él fuera podría pasar el resto de sus días en una típica silla de playa, con unas coronitas a lado, sintiendo la marea de Caletilla (Acapulco) golpeando sus pies. Una vida de ensueño, si a mí me lo preguntan.
Neil (siempre efectivo Tim Roth), es un millonario inglés que está de vacaciones en uno de los resorts más exclusivos de punta diamante. Albercas privadas, atención las 24 horas, bebidas a discreción, una vista magnífica a la bahía y la mismísima Ely Guerra amenizando las comidas en un lujoso restaurante.
Le acompaña Alice (Charlotte Gainsbourg), quien suponemos es su mujer, y dos adolescentes, que suponemos son sus hijos. La paradisiaca experiencia se interrumpe cuando suena el teléfono de Alice y le comunican una triste e inesperada noticia: su madre ha fallecido. Impávida, le ordena a todos empacar para regresar de inmediato a Londres en el primer vuelo disponible.
Llegando al aeropuerto los espera un avión que está por despegar, pero en ese momento Neil se da cuenta que olvidó su pasaporte en el hotel. Le pide a los demás que no lo esperen, que regresará por su pasaporte y los alcanzará al día siguiente, pero esto no sucede, de hecho Neil no regresa al hotel de lujo: toma un taxi y le pide al chofer que lo lleve a cualquier hotel.
Neil se hospeda en un lugar de poca monta en Caletilla, nada que ver con el lujo que apenas en la mañana vivía: un catre, un baño, vista a la nada. Mil pesos diarios por una habitación que no costaría ni la mitad. Neil, inmutable, paga y de inmediato se va a la playa, atestada de turistas, de músicos y de militares con el rostro cubierto que recorren el lugar en todo momento. Nada de esto perturba a Neil quien en su rústico spanglish pide unas cervezas y se pone a ver el mar.
Líneas arriba mencioné que esta película no recurre al escándalo, me retracto: en un mundo capitalista y productivo, no hay peor escándalo que alguien que decide que ya nada importa, que no importa el dinero, el tiempo, el lujo, el consumo. A Neil parece que ni su familia le importa, solo quiere estar en paz, viendo el mar y bebiendo cerveza.
¿Por qué? ¿Cuál es la razón de todo esto? Astuto, Franco se guarda todas las respuestas a las preguntas que poco a poco van poblando la mente del espectador. ¿Acaso este hombre está huyendo de un matrimonio aburrido?, ¿se cansó de ser millonario y ahora quiere vivir como pobre?, ¿le gusta mucho la playa y el clima cálido de México?
Con Sundown, Michelle Franco entrega una cinta irresistiblemente visible, que a cada paso va sembrando intriga y misterio. Tim Roth encarna la pasividad absoluta. Incluso cuando la violencia ya inherente del puerto le golpea en la cara (Franco no desperdicia la oportunidad de mostrar la faz más incómoda de este país), Neil sigue estoico e imperturbable. Y si el celular suena insistentemente, pues mal por el celular porque será enviado al fondo de un cajón hasta que la pila se agote.
Desgraciadamente la cinta va de más a menos. Franco no logra sostener el misterio y parece obligado a dar respuestas a las tantas preguntas que el filme va generando. La ruta de escape sale peor: en lugar de respuestas nos da justificantes. Eso termina por traicionar un poco a su personaje y a la película misma.
Quién diría que a una película de Michele Franco le faltaría coraje para abrazar con toda consecuencia a su personaje, un hombre que naufraga viendo al sol, que ya no le importa el lujo o el dinero, sino las cosas simples de la vida: un pan, algo de vino, y una mujer que nos acompañe para llegar a toda velocidad hacia ninguna parte.
Sundown se puede ver en salas de cine.