Habrá quien se queje de que el cine mexicano no sale de los mismos temas (migración, violencia, narcotráfico), y tal vez tenga razón. Pero en todo caso, es el país el que tampoco ha salido de esos abismos.
Sin Señas Particulares no es otra película más sobre narcos y violencia, es un auténtico juego cinematográfico donde, bajo la dirección de Fernanda Valadéz y la extraordinaria cámara de Claudia Becerril, hacen de esta historia un western visualmente impresionante y temáticamente deprimente. Como el país.
Premiada en una decena de festivales entre los que destacan Sundance, San Sebastián y Morelia, la cinta sigue los pasos de Magdalena (espectacular Mercedes Hernández) quien va tras la búsqueda de su hijo adolescente, Jesús, que hace dos meses se fue para el “otro lado” (Arizona) con un amigo.
Magdalena recurre primero a las autoridades, y así inicia el infierno. Con toda parsimonia, los agentes del ministerio público ponen a la señora a buscar entre cientos de fotos de cadáveres que la policía tiene registrados. Uno pensaría que se trata de un archivo de años, pero no, es apenas los decesos de un par de meses.
Luego de una extraordinaria (pero desgarradora) escena en una morgue donde le piden identificar a su hijo, Magdalena se aferra a la tarea de continuar la búsqueda y no seguir la recomendación de las autoridades de rendirse y dar por muerto a su hijo.
Cargada de determinación, de angustia, de coraje, Magdalena se lanza a seguir, literalmente, las huellas de su hijo, recorriendo su misma ruta hacia la frontera, con la esperanza de que alguien pueda darle alguna pista, alguna información sobre su paradero.
Thriller con ecos de western. Valadéz recurre a las notas propias del cine de género porque de otra forma esto sería un documental. La decisión es osada pero entendible, el género hace posible una mayor conexión emocional con el espectador que, de entrada, erige una muy entendible barrera hacia este tipo de temas.
Lo visual inunda este filme. Los diálogos son pocos, nunca explicativos, pero las imágenes, el encuadre y el casi nulo uso de un score musical llevan al espectador a una zona entre la realidad y la ficción No se banaliza el tema, simplemente se utilizan las mejores herramientas del cine para narrar, sin chantajes ni shock value, una historia que se repite todos los días en el país.
Así, este viaje al infierno no deja de tener cierto grado de belleza apabullante en los colores que consigue la cámara de Claudia Becerril, en esos paisajes (muy propios del western) donde la figura pequeñita de Magdalena sigue caminando, abriéndose paso entre el crimen y la inmundicia de este país.
Mercedez Hernández es una auténtica joya. Con gran experiencia en teatro y una carrera de más de diez años en cine, usualmente se le asignaban papeles menores. Pero es justo en esta cinta donde sus capacidades actorales se ponen a prueba y salen triunfantes. Es tal naturalidad con la que aborda este difícil papel que por momentos uno duda si no estamos frente a un testimonio de una persona real.
El final, desgarrador y terrible, tampoco cae en lo terreno de lo imaginario. Y esa es otra de las tantas virtudes de este filme: su habilidad para mostrar la gran tragedia nacional desde una ficción que se despoja de su zona de seguridad para recordarnos que allá afuera los cuerpos se siguen amontonando y que cientos de mujeres están dispuestas a seguir buscando, a sus familiares, a sus hijos, y a la cada vez más ausente justicia.