Uno de los grandes méritos de Hasta Los Dientes (México, 2018), la ópera prima documental de Alberto Arnaut, es que nunca se erigía en un panfleto o una provocación barata hacia el gobierno. Lo suyo era narrar y exhibir, incluso hasta con cierta frialdad, una realidad nacional y un clamor de justicia.

En aquella detallada crónica sobre el caso de los estudiantes asesinados afuera del Tec de Monterrey en marzo de 2010 -quienes según el gobierno eran peligrosos delincuentes “armados hasta los dientes”- el director mexicano evita tirar línea o bando, haciendo gala de una narrativa emotiva, eficaz, pero en última instancia sumamente encabronante sobre este crimen que al momento sigue impune.

El encabronamiento permanece, ahora con un nuevo caso al cual el cineasta ha decidido dedicar su segundo largometraje. En A Plena Luz: El Caso Narvarte (México, 2022), Arnaut y su equipo narran la historia del infame “Caso Narvarte”, un multihomicidio ocurrido en aquella colonia de la Ciudad de México el 31 de julio de 2015.

En su momento el escándalo fue mayúsculo, en primera instancia por lo sanguinario del crimen -donde fueron privadas de la vida cuatro mujeres y un hombre-, después por tratarse de un brutal asesinato ocurrido a plena luz del día en una colonia de clase media en la CDMX (lugar donde supuestamente estas cosas no pasan), y por último, porque entre las víctimas estaba un fotoperiodista, Rubén Espinosa, quien junto con la activista Nadia Vera, habían huído del régimen opresor del exgobernador (hoy preso) Javier Duarte, pensando que esta, la Ciudad de México, sería un lugar seguro.

Tal y como lo hizo en su pasado documental, Arnaut se preocupa principalmente en humanizar a las víctimas. Así conocemos a los padres, hermanos, amigos y demás parientes de todas las personas asesinadas, incluyendo a Alejandra Negrete, mujer que hacía la limpieza en el departamento, así como Nadia Vera y Yesenia Quiroz, inquilinas y roomies del lugar.

Los nombres de Alejandra, Nadia y Yesenia dejan de ser “la señora de la limpieza”, o las colombianas. Se trata de mujeres y hombres que simple y sencillamente estaban en su casa hasta que la fatalidad tocó la puerta.

La duda persiste: ¿por qué los mataron?, ¿quiénes fueron los asesinos? Quien espere que este documental de respuesta a estas dudas quedará decepcionado. A Plena Luz desglosa el caso luego de una exhaustiva investigación del expediente y presenta los testimonios de los abogados y amigos de las víctimas, pero en ningún momento pretende dar con él o los asesinos, o los motivos por los cuales ocurrió esta masacre.

Eludiendo la revictimización -y resolviendo el problema de tener poco material gráfico del caso-, la producción del documental recurre a una maqueta del departamento así como a un set donde actores con el cuerpo y rostro cubierto recrean todas las teorías sobre el asesinato: ¿fue el narcotráfico?, ¿fue un conflicto de trata de blancas?, ¿fue el estado?, ¿fue un tema pasional?

El guión escrito a ocho manos por Pedro G. García, Salma Abo Harp, Cristina Soto y el propio director, da espacio a todas las posibles aristas. Queda en el espectador creer lo que mejor le convenga, pero el documental nunca es tajante respecto a cuál de las teorías sería la más cercana a la verdad.

De hecho, luego de ver el documental, la teoría de que esto podría ser un caso relativo a drogas (y en el que el periodista y la activista fueron simplemente un daño colateral) toma más fuerza.

Pero el documental no está exento de errores. El primero es la entrevista exclusiva que da a cuadro Javier Duarte, el ex gobernador de Veracruz. Su presencia, más allá de ser aberrante toda vez que sabemos el tipo de personaje que tenemos enfrente, no sirve de nada. El entrevistador es incapaz de sacarle alguna declaración interesante o de ponerlo en jaque respecto a los hechos que rodean este asesinato y las decenas de muertes de periodistas ocurridas durante su mandato. Vamos, el hombre no dice nada.

Y segundo, dar rienda a la versión de que “los medios” participaron en la difusión de la investigación oficial, una que estigmatizaba a la chica colombiana por ser sexo servidora y donde se insinuaba que las víctimas estaban en una fiesta escandalosa con drogas y alcohol.

En un sexenio donde los periodistas se han convertido en uno de los blancos favoritos del odio presidencial, y siendo este un trabajo sobre la violencia hacia los periodistas, resulta en una terrible paradoja que el documental mismo de rienda suelta a la percepción de que la prensa “apoyó” la versión del gobierno, cuando en realidad lo único que hicieron la mayoría de los medios es hacer su trabajo, que no es otro sino dar la nota, sea del bando que sea.

A Plena Luz es efectivo en mostrar la torpeza y la displicencia de las autoridades frente al caso: cuando uno de los familiares le reclama a las autoridades por lo pobre de una investigación que mostraba culpables pero no motivos ni modus operandi, la procuraduría contesta: “esas son exquisiteces”.

Como dije arriba, el encabronamiento permanece.

A Plena Luz se puede ver en Netflix.

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