Alejandro Alemán

Cuando iba a la secundaria (hace muchos, muchos años), si el profesor de educación física faltaba a clase (o caía una lluvia torrencial) nos mandaban a todos los alumnos al auditorio y, para entretenernos, nos ponían películas intrascendentes que en el mayor de los casos además eran aburridas.

Lo anterior viene a cuento porque Napoleón (USA, UK, 2023), el largometraje 29 de la extensa filmografía Ridley Scott, me parece que tendrá el mismo destino que esas películas que me ponían en secundaria: aburrir adolescentes y actuar como sustituto de un profesor (o de un buen libro sobre el tema).

La idea sonaba muy atractiva: Ridley Scott, el director de Los Duelistas (1977), de Gladiator (2000), de Kingdom of Heaven (2005) a cargo de realizar una película sobre Napoleón que además sería protagonizada por Joaquin Phoenix. ¿Dónde firmo?

La mala noticia es que ninguno de los dos entrega lo esperado, que no es sino el nivel que ambos nos tienen acostumbrados en sus cintas previas.

Como pocas veces, Scott peca de ser insustancialmente académico. La película es tal cual una sucesión de eventos, y en la mayoría de los mismos el director o no tiene tiempo, o no tiene presupuesto, o simplemente no le da la gana detenerse demasiado. Es, pa’ pronto, un wikipediazo de la biografía de Napoleón.

La cinta inicia con el final de la revolución francesa y la decapitación de María Antonieta. Scott nos tiene reservado un lugar en primera fila para ver tan importante suceso sin que perdamos de vista una sola gota de sangre. Momentos después veremos como el caballo de Napoleón sufre una herida brutal y sangrienta. Scott insiste en que seamos testigos de cómo muere en batalla el pobre animal. Y en otra escena, el magnánimo Napoleón masacra a unos manifestantes a cañonazo limpio, aquí también le es importante a Scott que los veamos morir, pero más aún, nos muestra a los sobrevivientes, la mayoría ya sin un brazo o una pierna.

Es la famosa era del terror ante la cual el Napoleón de Scott (y de Phoenix) observa sin inmutarse. Después viene su primera gran batalla (o al menos la primera en la película), la de Toulón. En las batallas Scott muestra su mejor cine, años de experiencia filmando a campo abierto lo avalan. Incluso no queda claro hasta qué punto lo que vemos es CGI o tomas reales. Bien ahí.

Pero luego, de regreso a los diálogos en su mayoría insípidos, de vuelta a los letreritos en pantalla y las fechas en letra cursiva. De buenas a primeras Napoleón pasa de ser un don nadie a ser Don Napoleón, pero eso no le interesa mostrarlo a Scott ni su guión, escrito por David Scarpa. “El destino trajo a mi esta chuleta” dice en algún momento Napoleón. Probablemente sea el guión diciéndonos: “bueno ya, ustedes saben Napoleón se vuelve el gran conquistador, ¿qué caso tiene que les contemos lo que ya saben?”

Lo que sí le interesa a Scott es su relación con Josefina. La conocemos despeinada, con el pelo corto pero alborotado, ex prisionera de la era del terror. Pero nada de ello importa, porque Josefina está interpretada por Vanessa Kirby, ¿y quién no se enamoraría de ella? Así inician (con voz en off) las famosas cartas de Napoleón a su amada Josefina. En esas misivas se siente la ardiente pasión del conquistador por la hermosa doncella, pero todo queda en palabras, porque en las imágenes Scott tampoco muestra mucho.

Vanessa Kirby le roba la película a Phoenix,e incluso a Scott mismo, quien para esta versión (de dos horas y cuarenta minutos) decidió recortar mucho de su historia. Qué mal, porque en algún momento pensé que esto debió ser una película de Josefina y no de Napoleón. Aunque Kirby tampoco tiene mucho con qué trabajar, su presencia bien vale la entrada al cine, e incluso me atrevo a decir que hasta una nominación.

Porque es claro que el principal objetivo de esta cinta son los Oscar, pero ni el director, ni Phoenix merecerían estar en ese podio. No por esta película. Kirby en cambio se adueña del show, conquista nuestra atención y le da a esta cinta la dosis de interés que tanto necesita.

Mucho se ha comentado sobre el humor en la película, y en efecto, hay varios momentos donde es imposible no soltar la carcajada. No veo el problema en ello, al contrario, son pequeñas islas de entretenimiento en una película carente de texturas, plana en su relato, impersonal hasta decir basta, con un Joaquin Phoenix extrañamente calmado, que se ve bien en el traje pero que en realidad no aporta nada al personaje por el cual existe el llamado “complejo de Napoleón”.

Phoenix claramente no quería caer en el cliché del “líder enloquecido”, pero vamos, ¡es Napoleón! Qué bien nos hubiera caído un poco del delirio de Joker (2019) o de Beau is Afraid (2023) en el Napoleón de Joaquin Phoenix.

Al parecer hay una obsesión de Scott por recrear pinturas famosas de Napoleón. La escena de la coronación es idéntica a “La Consagración” de Jacques-Louis David, el pintor oficial del emperador y que en la película tiene un pequeñísimo cameo. Lo mismo se detiene en escenas como Napoleón frente a la esfinge, disparando cañonazos a las pirámides en Egipto, o inspeccionando un sarcófago. Ambas imágenes provienen de dos famosos cuadros de JL Gerome y Maurice Orange, respectivamente.

Este Ridley Scott, juguetón, al que no le importa recrear escenas que (según la historia oficial) probablemente nunca sucedieron, es lo mejor que le puede pasar a la película. Pero se trata de apenas algunos momentos.

El gran problema con Napoleón, la película, es que carece de la profundidad que el personaje merece. Aquí solo tendremos los hechos, no hay análisis, no hay profundidad, no hay en el horizonte siquiera una razón para que esta película exista. Al final, cuando ha llegado la famosa batalla de Waterloo (uno de los momentos más logrados de la cinta), no sabemos ni cómo llegamos aquí ni tampoco hemos descubierto nada nuevo sobre el personaje (a menos claro, que tengan cinco años, o sean los alumnos aburridos de secundaria a quienes les pusieron esta película).

En los créditos finales, Scott hace recuento de los muertos en cada batalla napoleónica: un total de tres millones de personas muertas. Un dato que no aporta nada, como la película misma.

Salgo de la cinta con una idea que no abandona mi cabeza desde entonces: ¿se imaginan lo que Kubrick hubiera hecho con Napoleón?

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