“Algunos dicen que los pulpos son como extraterrestres, pero lo cierto es que si te acercas a ellos te das cuenta que somos muy parecidos en muchos sentidos”.
Lo anterior son las palabras de Craig Foster, cineasta sudafricano que, luego de 20 años de trabajo tras la cámara como documentalista, entró en un cuadro de depresión y agotamiento al grado de no poder “ver una cámara nunca más”.
Esposo y padre de un adolescente, Craig regresa junto con su familia a la casa de su infancia -en Cabo Tormenta, Sudáfrica-, para dedicarse a una vieja afición, el buceo. Sin traje de neopreno, vestido sólo con un short, visor, y un cinturón con algún que otro instrumento, el cineasta se hace a la mar y explora el bosque submarino.
Es ahí donde Craig encuentra a un pulpo hembra, al cual empieza a observar de lejos, reconociendo la naturaleza fantástica de este animal capaz de mimetizarse con su entorno, nadar a grandes velocidades y con una inteligencia cercana a la de un perro o un gato.
El fascinante animal poco a poco permite a Criag acercarse más y más, hasta que sucede lo increíble: el pulpo le pierde miedo al humano y lo toma de la mano con sus tentáculos. Es el inicio de una amistad que durará muchos días más, y que eventualmente ayudará a Craig a sobrellevar su depresión y a ser (en sus propias palabras) un mejor padre.
Dirigido por Pippa Ehrlich y James Reed, junto con la extraordinaria cámara de Roger Horrocks (quien por sí mismo merecería un premio), Craig va narrando en primera persona la íntima historia que vive con aquel pulpo.
La narración siempre con la voz tersa de Craig, tiene momentos de tensión (el acecho que sufre el pulpo de los cientos de depredadores marinos), suspenso (el escape para no ser atrapado por un tiburón), risa (la forma en que el pulpo se cubre con almejas haciendo una especie de escudo) y claro, un drama que nos lleva incluso hasta las lágrimas.
Y aunque la historia no deja de ser edificante, ya que pone en perspectiva nuestra relación con la naturaleza y el mar, en ninguno momento de este documental de apenas 80 minutos de duración pude dejar de pensar en otro amante de los animales: Timothy Treadwell, aquel amante de los osos inmortalizado por Werner Herzog en el extraordinario documental Grizzly Man (2005).
Y es que, como Craig, Treadwell era un hombre que encontraba la cura a sus problemas mundanos con la obsesión que profesaba por los osos, a quienes cuidaba, abrazaba y trataba como humanos. Hasta que finalmente vino el trágico final: un oso le arrancó la cabeza, lo mismo que a su novia.
La moraleja en el documental de Herzog es clara: no debemos cegarnos frente a la naturaleza, hay una jungla allá afuera y los animales no saben de amor, saben de instinto.
Un pulpo no es (hasta donde sé) peligroso para un ser humano, ¿pero no creen que hay mucho de Treadwell en la personalidad de Craig? ¿cómo entender pues esta relación con la naturaleza donde proyectamos en el otro características humanas?
La duda no le resta a la proeza de aquellas imágenes y el seguimiento que la cámara hace del drama que sufre el animal, al grado de provocar en el espectador una buena dotación de lágrimas.
Lo anterior sin duda le asegurará la victoria en la siguiente entrega del Oscar, pero no dejo de pensar, que si Craig hubiera vertido sus frustraciones en un animal más peligroso, probablemente sufriría el mismo destino que Timothy Treadwell.
Menos mal que se trata tan sólo de un pulpo.