Quien esto escribe debe confesar algo: acudí a ver Longlegs (Canadá, E.U., 2024) absolutamente convencido por la muy efectiva campaña de marketing de la distribuidora (NEON) en Estados Unidos.
Se trató de una fuerte campaña en medios (digitales y no digitales) que extendían el misterio de la cinta mediante mensajes crípticos que el usuario debía descifrar. Aunado a eso, la distribuidora mantuvo un férreo control sobre la narrativa alrededor de la cinta: solo se mostró en avanzada a influencers y no a críticos de cine, todo esto en Estados Unidos.
Así, llegué a la película con una alta expectativa, justo como la gente de mercadotecnia quería que yo llegara: pensando que iba a ver la mejor película de terror del año, una experiencia brutal que no me dejaría dormir y que me llenaría de terror en la sala.
Y pues eso nunca sucedió. Longlegs es muchas cosas, pero no me parece que sea ni la mejor película de terror del año, ni una experiencia terrorífica como nunca en una sala de cine.
Dirigida y escrita por el otrora actor y hoy cineasta, el norteamericano Osgood Perkins, Longlegs (su tercer largometraje) ocurre en la década de los noventa, en pleno periodo presidencial de Bill Clinton. Lee Harker (Maika Monroe) es una joven agente del FBI que vive en Oregon y es reclutada para investigar una serie de asesinatos contra familias enteras (mamá, papá e hijos) que han sucedido por décadas.
No hay mayor pista que una esta serie de sangrientos homicidios excepto por los crípticos mensajes que deja el supuesto perpetrador, un tipo que firma sus cartas (llena de símbolos sin aparente sentido) con el nombre de Longlegs.
Los primeros cuarenta minutos de la cinta son sin duda los mejores. La atmósfera ominosa, el ritmo pausado, el rostro parco y siempre frío de Harker (Maika) quien irremediablemente nos remite a otra joven y novata agente de FBI llamada Clarice Sterling (Jodie Foster en El Silencio de los Inocentes, 1991), y claro, la presencia siempre al borde de un Nicolas Cage como el villano de esta historia.
Y esto no es spoiler, tan bien sabe el director que ocultar su nombre es ocioso, que pone su crédito como Longlegs justo en los créditos iniciales de la cinta. Resulta innecesario, y es que al escuchar ese grito chillón del asesino, todos sabemos de inmediato de quién se trata, así la cámara se tarde en revelarlo completamente a cuadro. Estamos frente a otra de esas actuaciones siempre desquiciadas de Nicolas Cage. ¡Cómo amamos a este tipo!
Pero la película va de más (mucho más) a menos. A no ser (y que conste en actas que no se trata de un arrebato nacionalista de mi parte) por la cámara del mexicano Andrés Arochi (ese manejo de la luz, de la oscuridad, del encuadre) y por la actuaciones de Maika y de Cage, la película se ahogaría en un mar de clichés con una trama que resulta por demás predecible (a pesar de varios cabos sueltos) y no pocas escenas de exposición que no vienen al caso.
Vamos, no es un mal filme, pero no es aquella cinta que los influencers y los del departamento de mercadotecnia nos vendieron. Lo sé, la culpa es mía por andarles haciendo caso.