Hay algo en lo que La Jauria, nuevo estreno de Amazon Prime, es particularmente efectiva: su capacidad para provocar enojo e indignación a cada capítulo. Es, ni duda cabe, una serie encabronante.
Basada en el infame caso de La Manada -donde un grupo de adolescentes españoles violó a una joven durante los festejos de San Fermín en 2016- y mezclado con macabros sucesos como el de La Ballena Azul -dónde adolescentes participaban en terribles retos vía internet- esta serie se sitúa en Chile e inicia con la desaparición de Blanca (Antonia Giesen) una adolescente activista de la llamada Marea Verde.
Alumna de una escuela católica con denuncias de acoso sobre uno de sus profesores, las amigas y compañeras de Blanca hacen un paro en la institución, impidiendo el paso de los alumnos y generando toda clase de comentarios sobre su condición de mujeres y activistas. Su voz no encuentra eco ni en sus padres ni en los profesores.
Al tiempo, el caso de Blanca llega a manos (convenientemente) de tres policías mujeres, la detective Olivia Fernández (Antonia Zegers), la novata Carla (María Gracia Omegna) y la muy ruda y malencarada Elisa (Daniela Vega, a quien recuerdan por su extraordinario papel en Una Mujer Fantástica, 2017). Ellas encuentran que existe un juego por celular donde hombres se ponen de acuerdo para atrapar y acosar mujeres, en una especie de revancha machista atroz.
Escrita al tiempo que las calles en Chile eran tomadas por el movimiento feminista, La Jauría parece más una maqueta de un producto sin terminar que una serie bien planificada. El elemento que indudablemente genera interés es la trama, misma que sirve como oportunidad perfecta para la guionista Lucía Puenzo de tratar temas como el abuso, el machismo y las víctimas de estos, que no son exclusivamente mujeres.
Y es aquí donde la serie genera todo el enojo del televidente. Aquella secuencia donde los agresores niegan la violación porque según ellos “fue algo consensuado” provoca doblemente ira no sólo por verlo representado en imágenes sino porque los argumentos fueron los mismos en el caso real de España, donde un juez puso libres a los violadores porque en el video “se ve que ella lo disfruta”.
Darle accesibilidad y visibilidad a estos temas mediante una serie es una buena noticia, celebrable por sí misma. El problema es que no ofrece nada más. El thriller policiaco no funciona, los diálogos suelen ser rebuscados, las escenas repetitivas, el ritmo es cansino. La serie nunca encuentra una personalidad propia ni destacable.
Los giros de tuerca y el cliffhanger de rigor están presentes (son los que generan cierta adicción a seguir viendo), pero como trama policiaca carece de los resortes que provoquen tensión, suspenso y emoción en la audiencia.
Y por supuesto, está la muy criticada estrategia de mostrar (en varias ocasiones) la violación que da inicio a toda la investigación. Algunos apuntan a la contradicción de sexualizar y alimentar con estas imágenes el morbo que quieren condenar.
Pero la contra (con la cual estoy de acuerdo) es que no mostrarlo es casi negar que existe, y eso justo el problema: el público debe saber que estas cosas están pasando, que son cercanas y que el acoso sistemático a la mujer es real, palpable y diario.
Esta serie tiene un gran tema y las mejores intenciones, lástima que faltó una manufactura que hiciera de esto una experiencia fascinante y no una escala necesaria por lo atroz de su historia y lo importante de su denuncia.