En Amour (Haneke, 2012), cinta dirigida y escrita por el austriaco Michael Haneke, conocemos a George (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva) una pareja octogenaria de músicos que viven en un departamento bastante espacioso en Francia. Son gente culta que va a la ópera, que tiene su casa llena de libros, un piano en la sala, y sus conversaciones versan las más de las veces sobre el arte y la literatura.

Un mal día Anne enferma, el doctor les informa que padece de algún mal degenerativo, de la noche a la mañana la muy elegante señora ya no puede caminar, depende de una silla de ruedas para moverse y conforme la cosa se pone peor, depende incluso de su marido para bañarse o ir al baño.

Haneke filma con su clásico estilo -frío en los encuadres, firme en la cámara- todo el drama que vive esta pareja, mostrando una verdad inalienable: podremos ser las personas más cultas, más refinadas, haber leído todos los libros, pero llegado el momento, la enfermedad (y eventualmente la muerte) vendrá por nosotros, y en el peor de los casos no sólo nos perderemos la salud sino hasta la dignidad. En esos momentos, de nada servirá todo el bagaje cultural, nos iremos de esta vida postrados en una cama.

En La habitación de al lado, el nuevo largometraje de Pedro Almodóvar y primero filmado en habla inglesa (aunque no fuera de España, ya que muchas escenas se rodaron en Madrid), el director manchego nos presenta una situación similar a la de Amour, nunca con la misma intensidad, pero sí con algunas conclusiones compartidas.

Basada en la novela Cuál es tu tormento, de la escritora neoyorkina Sigrid Nunez, en La Habitación de al lado conocemos a Ingrid (Julianne Moore) una exitosa escritora cuyo libro más reciente va sobre la incomodidad que la autora siente frente a la muerte, misma que ella describe como algo “antinatural”. En la firma de autógrafos de aquel libro se entera que una vieja amiga tiene cáncer y decide visitarla en el hospital. Así conocemos a Martha (Tilda Swinton), una periodista, reportera de guerra que lucha sola contra el cáncer, ya que no se lleva bien con su única hija.

Ingrid y Martha reconectan, platican casi diario de sus vidas, del arte, de escritores, hasta que llega la terrible noticia: el cáncer ya hizo metástasis, el doloroso tratamiento de quimioterapia no sirvió de nada. Es ahí que Martha toma una decisión, ha comprado en el mercado negro una pastilla y dice estar lista para irse: “antes de que el cáncer me alcance, yo lo alcanzaré a él”.

Pero Martha necesita a alguien cerca, y decide pedirle a su amiga Ingrid que esté presente, literalmente en la habitación de al lado, para cuando ella decida quitarse la vida, Ingrid pueda hacerse cargo. “Cuando veas que mi puerta está cerrada, es la señal de que me habré ido”. Toda una prueba para alguien que dice ser tu amigo.

Como es de esperarse, La Habitación de al lado es un derroche de estilo almodovariano: los típicos colores fuertes y brillantes inundan las habitaciones, la ropa, los vestidos y los suéteres finamente tejidos que portan sus protagonistas. Cada fotograma grita “Almodóvar”.

El juego visual se vuelve incluso más sofisticado: junto con su encargado de fotografía, Eduard Grau, el director recrea en pantalla fotogramas que emulan pinturas de Hopper, Andrew Wyeth y probablemente de algunos otros pintores que se escaparon a mi vista.

Almodóvar no está interesado en mostrar el largo suplicio de la quimioterapia, ni tampoco los vericuetos mentales de Martha en su proceso de eutanasia. De hecho, la mujer presume estar no solo preparada sino expectante al momento que ello suceda.

En el inter solo vemos a dos amigas -sabemos más de Martha que de Ingrid- hablando sobre viejos amores compartidos, sobre viejas anécdotas de trabajo, sobre autores, escritores y cineastas. Lo mismo ven, divertidas, un filme de Buster Keaton que recitan algún verso de James Joyce.

Almodóvar parece decir lo mismo que Haneke: el arte al final será también insuficiente, la muerte vendrá por nosotros de igual forma. La diferencia es que Haneke si enfoca su cámara al sufrimiento, mientras que Almodóvar enfoca hacia el estilo, hacia los colores, hacia la arquitectura y hacia dos actrices que juntas son oro puro. Si por algo hay que ver esta película es por Tilda y Julianne.

Pero no hay más. No estamos ante el Almodóvar más inspirado, no hay grandes revelaciones ni giros de tuerca. Hay una débil crítica respecto al derecho a la eutanasia, pero este no es el primer filme que habla al respecto ni tampoco el mejor.

Es un filme que nos enseña que, si nos vamos a ir, nada nos impide al menos hacerlo con gran estilo. O como dicen en inglés: If you gotta go, go with style.

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