En algún lugar de Sinaloa, dentro de una especie de mansión rodeada de vegetación en medio de la nada, vive Tochtli (interpretado por el debutante Miguel Valverde), un niño de 10 años que posee todo tipo de privilegios por demás extravagantes: una colección de animales exóticos (muchos en peligro de extinción), un ajuar lleno de sombreros (su principal obsesión) y clases privadas con uno de los mejores maestros que el dinero puede pagar.
De madre ausente, el dinero también le provee al niño el cariño sincero de lo más parecido que tiene a una mamá: su nana Itzpapalotl (Mercedes Hernández), quien además de ser el ama de llaves y cocinera del lugar, trata con ternura al pequeño niño que lo único que tiene es dinero.
Lo que Tochtli no sabe, pero empezará a intuir, es de dónde viene tanta exótica opulencia. Pues simple: resulta que su padre, Yolcaut (Manuel García-Rulfo), aquel que todo lo puede, es el líder del poderoso cártel de Sinaloa, todo esto durante los años noventa en México.
Fiesta en La Madriguera (adaptación libre de la novela homónima del escritor jalisciense Juan Pablo Villalobos, no leída aún por quien esto escribe) es un relato de pérdida de la inocencia situado en un escenario inusual: el seno de una familia del narco.
A través de su mirada, el niño (y nosotros junto con él) iremos descubriendo “Aquellas verdades que no se pueden decir”, como que su preocupado y sobreprotector padre es un sanguinario narcotraficante, que el “Gober” que va a visitarlos es un político de lo más corrupto (gran secuencia con Daniel Jiménez Cacho en tête-à-tête contra un Manuel García-Rulfo capaz de sostenerle la mirada), que los compañeros de su papá no son más que achichincles que lo mismo fungen de corre ve y dile que como crueles torturadores.
Más excéntrico aún es la persona a cargo de esta adaptación. En un giro de timón absolutamente imprevisto, Manolo Caro adapta esta cinta alejándose prácticamente de todas las filias de su extensa filmografía (tanto en series como en películas) manteniendo dos pulsiones autorales: el gusto por los colores vivos y la observación obsesiva de las mecánicas familiares.
Para ello, Caro reúne a algo muy parecido a un dream team del mejor talento relacionado a cine en México hoy día: la cámara de María Secco, la edición de Yibran Asuad y Liora Spilk (¡la directora de ese extraordinario documental “Pedro”!), la dirección de arte de Margarita Laborde, el sonido de Axel Muñoz y por supuesto un elenco impecable.
Así, Caro pone en jaque al público, porque logra algo que a la distancia resulta perturbador: nos provoca empatía por las otras víctimas del narco, que a veces también son las propias familias de los narcotraficantes.
Fiesta en la Madriguera se puede ver en Netflix