Hay una máxima en el periodismo que dice que el periodista nunca debe ser la noticia. La nota -dice el manual básico del oficio- está afuera, lejos de las mesas de redacción, lejos incluso de las opiniones del mismo periodista.

En México, ya desde hace algunas décadas, resulta imposible cumplir con aquella regla: las cifras de periodistas asesinados crecen día con día, la denostación y el menosprecio hacia el oficio de informar, preguntar -y por ende incomodar- se acentúa no sólo desde los grupos criminales, sino que se promueve todos los días desde Palacio Nacional.

Que el periodista no sea noticia deja de ser una regla de estilo periodístico, se convierte en un señal de peligro: cuando el periodista se convierte en la nota, ello indica que el sistema político sufre un grave fallo, y la víctima final de ese fallo será siempre la sociedad en su conjunto.

En Estado de Silencio, el director y guionista Santiago Maza hace la crónica de tres casos de periodistas que, por el simple hecho de cumplir con su deber, han sido amenazados a tal grado que se vuelven desplazados, familias obligadas por el miedo y/o por la inacción del gobierno a huir de sus hogares para refugiarse incluso fuera del país.

Para el ciudadano informado, estos historias son noticia conocida: el caso de Jesús Medina, periodista independiente de Morelos que luego de varios reportajes sobre los talamontes ilegales en Tetela y sobre las protestas de vecinos ante la imposición de una termoeléctrica cerca de río Cuautla, es agredido afuera de su casa y perseguido por hombres armados. Su única opción es migrar hacia la Ciudad de México.

El caso de Juan de Dios García Davish y su esposa, María de Jesús Peters, reporteros que en su momento exhibieron el trato inhumano que se le da a los inmigrantes en México, reciben una llamada de Ramón Roca -”servidor y amigo” (sic)-, el comandante del Cártel de los Zetas quien le hace una cordial pregunta: “¿quiere ser amigo o enemigo del cartel?”. Ante la amenaza y la falta de apoyo del gobierno, la pareja de periodistas huye a Estados Unidos.

Y por último, la historia de Marcos Vizcarra, joven reportero que, no sin un dejo de idealismo, se le ocurrió salir a las calles a reportear los acontecimientos del culiacanazo en octubre de 2019, para al final ser amenazado por hombres armados que le reprochaban estar reporteando y amenazan con matarlo.

“Mi peor error ese día, fue salir a hacer mi trabajo”.

La idea original del director Santiago Maza era hacer una serie documental, y es que en México sobran casos de periodistas asesinados, violentados, secuestrados, torturados u obligados a dejarlo todo con tal de no probar en carne propia las amenazas del narco.

Aquella idea no pudo llevarse a cabo. Diego Luna (uno de los productores del documental), cuenta que poco a poco se fueron quedando solos en su intento de sacar la serie adelante. Fue cuando se decidió que esto se convirtiera en un documental.

Y aunque Estado de Silencio cumple como un documento testimonial sobre estos y algunos otros casos emblemáticos de periodistas amenazados y asesinados, la cinta va más allá, mostrando a los hombres y mujeres tras la placa de periodistas: el miedo que han sufrido les va mermando la salud, padecen de ansiedad, de melancolía y hasta tristeza no solo por tener que dejar sus hogares, sino peor aún, por tener que dejar su oficio, que es su vida.

“Los periodistas nos vamos quedando solos [...] a nadie parece importarle lo que está sucediendo”.

Pleno en “cabezas parlantes”, el documental estaría trunco si no se reconociera el factor que ha hecho del periodismo en México un blanco de todo tipo de insultos y agravios: la mañanera de Andrés Manuel López Obrador. Y es que, bajo el rasero de que todo periodista que no le aplauda es un corrupto y chayotero, el jefe del ejecutivo se la pasó seis años insultando -desde la infame mañanera- a todo aquel periodista que le fuera incómodo o simplemente lo tocara con el pétalo de un cuestionamiento.

Afortunadamente, Meza y Luna dejan en claro que el de López fue uno de los regímenes más hostiles hacia los periodistas, con un número de profesionales de la información asesinados mucho mayor que en sexenios anteriores y con la narrativa implantada a todos niveles del gobierno de que todo periodista que no aplauda es un enemigo del estado.

Con todo, el documental no deja de caer en contradicciones garrafales: citar a Epigmenio Ibarra, uno de los más acérrimos defensores de López Obrador y sus actitudes contra la prensa. O peor aún, cuando una de las cabezas parlantes parece justificar a Obrador citando la supuesta “campaña” en su contra cuando fue candidato a la presidencia.

Para los periodistas que aparecen en este documental, el narcoestado no es una sospecha sino un hecho consumado. El crimen decide en este país, y su mandato es claro: silenciar al periodismo crítico, que no es otra cosa que silenciar a la sociedad en su conjunto.

Estado de Silencio abre la discusión sobre estos temas y en el fondo pide a la sociedad que haga su tarea: defender a los periodistas, esos seres extraños que cuando ven algo arder, no corren a refugiarse, sino al contrario, van hacia el fuego para reportar, cuestionar e incomodar con el poder de una simple pregunta.

Estado de Silencio se puede ver en Netflix.

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