En Almacenados (2015) -cinta mexicana dirigida por Jack Zagha Kababie sobre un guión de David Desola (basada en la obra de teatro homónima del mismo autor)- un adolescente (Hoze Meléndez) llega a su nuevo empleo: encargado de una bodega vacía donde al parecer nunca ocurre nada. Lo recibe un anciano, el viejo encargado el cual, después de décadas de trabajar en la empresa, finalmente se retirará.
El viejo (Juan Carlos Ruiz, correcto como siempre) le muestra con cierto desgano lo que hay que hacer: cuando llegue un camión llenas estas formas, la mercancía se descarga aquí, a tal hora es la comida, y hay que pasar la tarjeta del checador siete minutos antes de la hora porque el reloj está adelantado. “¿Estamos?”, cierra el viejo casi todas sus frases con esa, su muletilla favorita.
La cinta pues, transcurre toda en el mismo espacio cerrado con tan solo dos actores, y se sostiene gracias a los ingeniosos diálogos, las buenas actuaciones y a la pericia de su fotógrafo, Claudio Rocha, quien sabe manejar sus espacios.
En el caso de El Hoyo (2019) -ópera prima del español Galder Gaztelu-Urrutia con guión de David Desola-, el escenario resulta sumamente familiar: toda la acción sucede en una enorme celda, sólo hay dos personas por celda, y al iniciar, es un viejito, Trimagasi (estupendo Zorion Eguileor), quien recibe al nuevo preso, un hombre llamado Goreng (Ivan Massagué).
Trimagasi le explica a Goreng las reglas del lugar: cada día una plataforma baja del techo con comida, los presos de las celdas más arriba reciben los mejores manjares y los de abajo se tienen que conformar con las sobras que estos dejen. La comida permanece por tan solo un par de minutos, para luego bajar al siguiente piso. Claro, los de mucho más abajo no reciben ni sobras. “Obvio”, remata el viejo Trimagasi con su muletilla favorita.
Desola usa las mismas herramientas en los guiones de estas dos cintas: diálogos interesantes, aislamiento de los personajes, un personaje mayor de edad que alecciona al personaje más joven, una sola locación y el uso de las muletillas. Pero mientras que en la primera estos elementos servían para un análisis medianamente interesante sobre el sentido de la vida y del trabajo, en El Hoyo la metáfora peca de obviedad.
La alegoría sobre el capitalismo voraz que Desola proyecta en El Hoyo es más apantalladora que verdaderamente efectiva. Para hacer el juego más interesante, cada mes los prisioneros amanecen en un piso diferente. Así, con un poco de suerte te toca un piso alto, lo cual asegura un festín por espacio de 30 días, pero de lo contrario, puede significar un ayuno forzado de un mes. La cosa, claro, se arreglaría si todos se organizaran y comieran proporcionalmente pero, ¿por qué harían eso los de más arriba?
Peor aún, si la metáfora no quedó ya lo suficientemente clara, uno de los personajes recita fragmentos de El Quijote de la Mancha donde justo se habla de cómo la riqueza se debe de administrar y repartir equitativamente. Si, ya entendimos.
El interés se desvanecería rápidamente de no ser por todos los momentos de shock value (bastante gratuitos) con sangrientas escenas gore de mutilaciones y asesinatos, sin hablar de la forma en como todos los personajes comen cual si no hubiera mañana.
Lo peor es que una vez terminado de plantear todo el escenario y sus variantes, la película no hace nada interesante con ello, al grado que ni siquiera darle un final coherente a todo el relato. Esta película no termina, más bien la abandonan.
Mientras que filmes como Parasite, Snowpiercer o hasta El Cubo generan conversaciones que trascienden por días, El Hoyo se queda en una efectiva puesta en imágenes, diálogos bien escritos pero un subtexto básico y -como dice Trimagasi- obvio, demasiado obvio.
El Hoyo está disponible en Netflix.