En alguna escuela pública de Alemania los profesores están desesperados por ciertos robos hormiga que han estado sucediendo dentro del plantel. Sin nada de tacto, la directiva interroga a los alumnos esperando encontrar a un delator, lo cual por supuesto no sucede. Ya cuando de plano se les acabaron las ideas, hacen báscula en el salón para ver quien trae dinero de más en sus bolsillos. Para mala suerte de uno de los niños (que a la sazón es de origen turco) ése día traía mucho dinero en la bolsa y se convierte en sospechoso.

¿Esto es legal?, ¿ético?, ¿humano? ¡por supuesto que no!, no es ni siquiera inteligente. Eso lo sabe Carla Nowak (impresionante Leonie Benesch) maestra de recién ingreso que con asombro ve la cantidad de estupideces que están haciendo sus compañeros profesores con tal de atrapar al supuesto ladrón.

En esas estamos cuando a Carla se le ocurre dejar abierta su laptop, con la cámara encendida, y apuntando justamente hacia su chamarra donde previamente ha dejado su cartera con algunos euros, todo esto dentro del salón de profesores. Cuando regresa, en la laptop se ha grabado el video incriminatorio: no se ve el rostro del ladrón, pero a cuadro se nota la característica blusa que porta. Carla sabe ahora quién es la ladrona.

Lo que parece como el fin del problema no es sino la punta de un iceberg inmenso que desatará una crisis tan monumental como impensable. Como dicen los gringos: la mierda pegará en el ventilador y salpicará absolutamente a todos en un conflicto que cada vez se hace más y más grande.

En su cuarto largometraje - El Salón de Profesores (Das Lehrerzimmer, Alemania, 2023)- el realizador y guionista alemán Ilker Çatak entrega mucho más que un simple whodunit: aquí en realidad no importa quién es el misterioso ladrón que ha puesto en jaque a todo el personal y alumnos de una escuela, lo interesante es ver cómo el guion (escrito por el propio Çatak junto con Johannes Duncker) se convierte en una inteligente alegoría socio-política sobre la justicia, la libertad de expresión y en general sobre cómo la polarización se convierte en el cáncer de todo sistema político y social.

El agravio se hace colectivo: maestros indignados porque “alguien” está grabándolos sin permiso, alumnos molestos con el constante acoso de los profesores, padres de familia que -con razón- presionan a los profesores que nomás no saben cómo poner orden, y hasta los alumnos que hacen el periódico de la escuela exigen respuestas, esto último en una fantástica escena donde los pequeños periodistas hacen las preguntas más incisivas a una Carla que ya no sabe dónde meter la cabeza.

Pero la cosa no queda solo a nivel guion: la incisiva cámara de Judith Kaufmann contagia la tensión de la bien intencionada Carla que a cada paso que da más se va hundiendo en un pantano de contradicciones, reclamos, enojo y franca ira en su contra. Para muestra la ya mencionada escena de la entrevista para el periódico de la escuela: los paneos de Kaufmann, los cortes del editor Gesa Jäger y la expresión de horror de la sorprendente Leonie Benesch, nos hacen pensar dos veces si acaso será buena idea dedicarse a la docencia.

A partir de una anécdota que parece mínima, Ilker Çatak arma una cinta cuyo tema es universal. Y es que resulta imposible no ver reflejada la polarización actual de nuestro país en ese salón de clases donde se vuelve absurdo tomar partido. La tragedia es que todos podrían tener razón, pero ello no implica que alguien salga victorioso de este conflicto.

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