¿Sabía usted que cientos -posiblemente miles- de personas en todo el mundo han descubierto los beneficios de dejar de comer? Así es, el cuerpo se limpia de toxinas, adquiere nueva fuerza y además, al comer menos, las emisiones de carbono se reducen por lo que los beneficios no solo son para las personas sino para el planeta mismo. Además, al soltarse de las ataduras de la comida, la economía global mejora, ya que dejamos de depender de las grandes corporaciones que se hacen millonarias con el sucio negocio de la comida.
Quienes ya hoy día viven sin comer, guardan para sí todos los beneficios que esto les otorga, tanto a su salud como a su economía, porque la sociedad en general no está preparada para esta gran revelación alimenticia.
Lo anterior es el argumento central de Club Zero (Austria, Francia, Dinamarca, Turquía, Catar, E. U., y media docena de países más, 2023), la más reciente provocación de la cineasta de origen austriaco, Jessica Hausner, cuya cinta compitió por la Palma de Oro en Cannes 2023 y que ahora, un año después, llega a salas de la CDMX.
El cine de Hausner siempre juega a perturbar al público mediante escenarios de sátira oscura que nos recuerdan mucho a los filmes de Yorgos Lanthimos pero que en comparación siempre se quedan cortas. Hay ideas interesantes, pero su ejecución no está a la altura del potencial presente en la trama.
Ello no le quita interés a sus películas, y vaya que con Club Zero nos roba de inmediato la mirada. La cinta sucede en una escuela privada para niños ricos, una nueva maestra ha llegado, Miss Novak (Mia Wasikowska) cuya especialidad es la nutrición. Ella ha desarrollado un programa llamado “comer conscientemente”, que supuestamente trae muchos beneficios al cuerpo.
El grupo que toma su clase es reducido, muchos de ellos buscan bajar de peso, reducir grasa corporal, o simplemente están ahí porque necesitan los créditos para una beca. Todos ellos, por cierto, ya son sumamente delgados.
Pero la miss Novak no es ninguna principiante en eso de convencer a la gente de cosas irracionales (como dejar de comer): habla siempre con un tono suave y calmado, lanza datos sin parar, con confianza absoluta en sus palabras, generando esta sensación de exclusividad: “no todos saben esto, y los que lo saben lo mantienen en secreto”. Ellos están mal, nosotros estamos bien. ¿Dónde he escuchado eso antes?
Del pequeño grupo solo quedan cinco, e incluso entre ellos hay quienes en principio no se comen (pun intended) las patrañas de la miss Novak, pero poco a poco, presionados por sus propios compañeros, al final todos se unirán a este movimiento que hace del comer uno de los peores males de la humanidad.
La cosa no queda ahí, ya que los alumnos han alcanzado el status de una dieta donde solo comen una cosa al día (usualmente un vegetal) la miss Novak les trae una revelación: los verdaderamente comprometidos con su cuerpo y con el planeta, son aquellos que no comen nada. “¿Pero eso se puede miss?”, preguntan los chicos. “Claro que se puede”, pero es algo que no todos saben, porque no están listos para ello.
Los encuadres cuasi simétricos así como los colores brillantes que registra la cámara de Martin Gschlacht nos recuerda al cine de Wes Anderson, pero en este caso su estética limpia, de espacios vacíos y ascépticos contribuye a la idea de un mundo donde cualquier tipo de suciedad está prohibida.
Mia Wasikowska resuelve sin problema a su personaje, cuyo tono no dista mucho del resto de los actores: actuaciones por momentos acartonadas, pocos diálogos y un monotono que con el tiempo resulta perturbador. La emoción en todo caso no está ni en las imágenes ni en las actuaciones sino en el machacante score a cargo de Markus Binder, una serie de tambores que eleva la tensión de lo que ocurre en pantalla.
Todo bien hasta aquí, pero mientras más sube la apuesta, uno espera un golpe de realidad que (spoiler) nunca llega. ¿En qué momento van a empezar a desmayarse estos jovencitos que llevan una semana sin comer absolutamente nada pero que dicen que se sienten más fuertes que nunca?, ¿En qué momento los padres de familia le van a seguir rogando a sus hijitos para que coman?, ¿En qué momento veremos a la propia Miss Novak comíendose unos taquitos de canasta o un triste sandwich como para entender cómo aguanta sin (según ella) comer nunca?
Y este es justo el problema con Club Zero, el planteamiento es muy interesante, el guión (escrito por la misma directora) parece apuntar a todos lados, burlándose de los padres inútiles, de los niños bobos, de los maestros tontos, de la mecánica que hace que una secta funcione, de la obsesión de esta sociedad con las dietas y el peso. Pero en realidad no sucede nada, no hay consecuencias dentro de esta locura colectiva de no comer y ver a la comida como una enfermedad.
La falta de visión de la cinta incluso puede abonar a la idea de que se trata de una película que promueve estos desórdenes alimentarios. Y es que, ya en el colmo de la corrección absoluta, resulta que la directora aclaró que ninguno de los actores fue sometido a un régimen para bajar (aún más) de peso, por lo que a cuadro solo se ven ojerosos, pero nada más.
Si hiciéramos una analogía con la comida, Club Zero es un platillo con una presentación formidable, pero con un valor nutritivo muy pobre. Mejor me echo el equivalente cinéfilo a unos taquitos de canasta, que ya se me antojaron. Provecho.