La unión americana se resquebraja. La creciente división nacional cobró finalmente factura. Texas y California se han unido con una bandera que se despoja de las clásicas 50 estrellas para dejar solo dos. Son las llamadas Fuerzas Occidentales que combaten ferozmente contra la llamada “Alianza de Florida”.
Mientras, el presidente, parapetado en la Casa Blanca, lanza mensajes de unión y paz en cadena nacional. Pero él sabe que todo es inútil, las fuerzas separatistas están cada vez más cerca de la Casa Blanca. Las grandes ciudades están casi desiertas, los pocos habitantes que quedan buscan agua y comida. Hay francotiradores en el techo, aviones de combate en el aire, y batallas a nivel tierra.
En medio de esta pesadilla, entre las balas de uno y otro bando, está un tercer grupo al que no le interesa quien gane o quien pierda, solo le interesa contar la historia. Esos son los periodistas.
En Civil War (E.U., 2024) -cuarto largometraje del prolífico escritor (17 guiones incluyendo videojuegos y series de tv) y ocasional director, Alex Garland- el escenario es un Estados Unidos sumido en una guerra civil despiadada y sangrienta. Garland aprovecha los ecos del asalto al Capitolio del seis de enero de 2021 para imaginar un escenario absolutamente fatal pero a la vez irremediablemente fascinante: ver a una nación, a una democracia tan importante como la norteamericana, desmoronarse.
Para Garland (guionista entre otras del clásico 28 Days Later, 2002), la Guerra Civil se parece mucho al apocalipsis zombie: cuerpos sangrientos en el piso, autos abandonados en la carretera, desconfianza absoluta en el otro (¿serás un zombie?, ¿un separatista?), ausencia de razón, lógica o empatía. Es el momento de todas las venganzas, hay pase libre para ir tras ese vecino que te cae mal, o aquel que te vio feo. Todo se vale, todos están armados, todos tienen cuentas pendientes.
Pero a Garland no le importan los detalles políticos. ¿Cómo llegamos aquí?, ¡qué importa!, lo que a Garland le interesa es hablar de los periodistas, de aquellos que están aquí para redactar la historia, contar los hechos, tomar fotos de la masacre. Ellos son los ojos de la Historia, una que incluso algunos quisieran ignorar (aquel pueblo donde los habitantes deciden vivir como si no pasara nada), pero que justo por eso es vital que el registro prevalezca.
Lee (Kirsten Dunst) es una afamada fotógrafa que trabaja para alguna agencia periodística. En su carrera ha reportado muchas guerras y ha visto todo tipo de atrocidades, pareciera que la violencia ya no le perturba aunque sí se siente decepcionada de su país. “Cada que sobrevivía una zona de guerra pensé que mandaba una advertencia: no hagamos esto”.
Ante la inminente caída del gobierno de los Estados Unidos, Lee cree que la nota sería entrevistar al presidente justo antes de ser derrocado, por lo que habrá que viajar de Nueva York hasta Washington. A Lee le acompaña Joel (Wagner Moura), un reportero con gusto por la adrenalina y Sammy (Stephen McKinley Henderson) un viejo y obeso reportero de “lo que queda de New York Times”. No parece buena idea llevar a Sammy a un viaje donde correr seguramente será necesario, pero el respeto que le tienen a ese viejo reportero, mentor de todos ellos, puede más que cualquier otra consideración.
Pero la serie de malas decisiones no terminará ahí: al viaje se une Jessie (Cailee Spaeny), una jovencísima fotógrafa que minutos antes Lee salvó en un tiroteo y que quiere ser reportera. ¿Dónde están tus papás? le preguntan, y ella responde: “Sentados en algún lugar pretendiendo que no pasa nada”.
Estamos pues ante una emocionante y perturbadora road movie, cuyo tema central no es la guerra sino la supervivencia de los reporteros que en la primera línea de combate registran el avance de las tropas separatistas así como lo irracional de una batalla fundada en la división.
Garland no es precisamente sutil, usa con acierto su presupuesto ($50 MDD, poco para un blockbuster, mucho para ser esto un proyecto de A24) para crear atmósferas basadas en emociones contradictorias: una intensa y sangrienta balacera seguida una toma en calma de las hermosas flores en un prado, para luego mostrar una alberca llena de cuerpos ensangrentados y después una canción pop de fondo.
La edición a cargo de Jake Roberts, y la preciosista fotografía de colores intensos a cargo de Rob Hardy no dan respiro al público: ya sea con una secuencia de acción vibrante (que coquetea con la estética de cualquier videojuego del género) o con un instante de mutismo inesperado (dos francotiradores esperando el instante justo para disparar). El caos se retrata con suma belleza y algo de humor negro. Esta cinta nos recuerda, en no pocos momentos, a la misma tensión que Alfonso Cuarón retrataba en su opus magna Children of Men (2006).
La experiencia es inmersiva, Garland nos manipula con suma pericia en secuencias bien armadas y coreografiadas, pero sin dejar de lado el desarrollo de sus personajes. No obstante, el coqueteo con los videojuegos y el cine de terror pasan factura en el guión: al menos un par de decisiones tontas y un personaje que a la postre resulta tan insoportable como inverosímil, hacen de esta una cinta tan poderosa como exasperante.
Garland no oculta una absoluta admiración por el oficio periodístico, y la verdad es que esto no me molesta: no tengo problema con una película donde los (super) héroes sean los periodistas.