Alejandro Alemán

Beetlejuice Beetlejuice: el gran regreso de Tim Burton

Alejandro Alemán
07/09/2024 |00:34
Alejandro Alemán
Autor de opiniónVer perfil

Tim Burton abandona los efectos por computadora y regresa a los mundos análogos de cartón con un espíritu que nos recuerda sus mejores cintas.

Por: Alejandro Alemán

Beetlejuice (1988) es de esas películas que hoy día sería básicamente imposible que sucedieran. El personaje original, según el primer guión de Michael McDowell, era un demonio homicida, escabroso y siniestro, que en efecto ayudaría a los recién fallecidos Maitland a exorcizar a los molestos vivos.

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El guión era de una rareza intrigante, con mucho humor, pero en última instancia imposible de filmar dada la sensibilidad norteamericana. Y es que la película básicamente se burlaba de la muerte, aceptándola como parte de la vida: una parte tal vez engorrosa, que implicaba hacer trámites, leer manuales y esperar haciendo fila. “El universo es un chiste, y nosotros somos el trasero de ese chiste”, declaraba, divertido, el guionista Michael McDowell.

Afortunadamente este proyecto, encontró en Burton a la persona indicada para dirigirlo. Aquella película, “extraña e inusual”, fue un éxito rotundo. Con un presupuesto de $8 MDD recaudó $75 MDD. Burton pasó la prueba y los estudios decidieron entonces darle las llaves del auto de lujo: Batman (1989), pero esa es otra historia.

Con más de treinta años de distancia, la noticia de una secuela de Beetlejuice sonaba a pésima idea, sobre todo teniendo en cuenta que la filmografía de Burton no iba por buen camino, al grado de que su nombre ya era sinónimo de desastre seguro (y si lo dudan una pequeña lista: Alicia en el País de las Maravillas, Sombras Tenebrosas, Miss Peregrine, Dumbo).

Afortunadamente esta cinta no es otra más de esa infame lista. Más cercana a la caricatura animada que a la cinta original -aunque siempre con el espíritu de sus mejores películas- Beetlejuice Beetlejuice (E.U., 2024) es casi un autohomenaje del propio Burton hacia la mejor de sus etapas: aquella donde la experimentación, la libertad, la improvisación y la creatividad aún eran posibles.

Delia Deetz (Catherine O’Hara) es ahora una muy famosa y muy millonaria artista contemporánea, que no solo exhibe sino que además dona dinero para escuelas de arte que llevan su nombre. Lydia, su hija (Winona Ryder) sigue viendo muertos, pero ahora se dedica a hablar de ello (con mucho éxito) en un talk show televisivo.

Contra todo pronóstico, Lydia tuvo una hija, Astrid (Jenna Ortega), completamente escéptica del tema sobrenatural y que extraña mucho a su padre, recién fallecido.

No tiene caso ahondar mucho más. Solo deben saber que, por alguna razón, Lydia regresará al submundo de los muertos y tendrá que recurrir a la ayuda de Beetlejuice (Michael Keaton, ¿quién más?), quien a su vez es perseguido por Monica Bellucci y por un policía (Willem Dafoe), quien en vida fue un actor de esos que hacen todas sus escenas de riesgo. “You gotta keep it real”.

La película está llena de efectos reales con múltiples gags que recuerdan a la cinta original y con un tono que privilegia (como sucedió hace casi cuarenta años) las ganas de divertirse y echar desmadre.

Si bien la incorrección política del personaje tiene otro tono (en aquella Beetlejuice era una especie de sátiro dionisiano con poderes de fantasma), la cinta no deja de ser una ametralladora que dispara a diestra y siniestra. Y es que aquí Burton se burla de medio mundo: de los talk shows, de los ecologistas, de los “aliades”, de los veganos, de la iglesia, de los “correctitos”, de los actores (¿se está burlando de Clint Eastwood y de Tom Cruise?), de los influencers, de la terapia de pareja, del matrimonio, de Netflix, y hasta de Disney.

Estéticamente, Burton dobla la apuesta: veremos secuencias animadas, referencias al gallio italiano, a Mario Bava, secuencias completas habladas en italiano, en blanco y negro,y así como homenajes a Carrie, a Trainspotting y claro, a Hitchcock.

Y casi rayando el exceso, Burton se da permiso para un poco de gore, en un final que definitivamente sorprende por lo oscuro y diametralmente opuesto al final de la cinta original.

Estamos pues ante un gozoso y divertido regreso de un autor que había perdido rumbo pero que ahora vuelve a sus raíces, aquellas donde las cosas se hacían con las manos, con actores, con maquillaje, y no con software.

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