¿Quién es Mr. Rogers? Los que alguna vez vieron su programa de televisión lo describen como “El Tío Gamboín” de los gringos. Otros más dicen que en realidad fue al revés: el éxito televisivo de Mr. Rogers causó que alguien de la televisora de San Ángel levantara el teléfono y ordenara la creación de un personaje similar.
El chiste es que Frederick "Fred" McFeely Rogers fue un educador, ministro presbiteriano, compositor y presentador de televisión que en 1968 crea para la PBS el programa Mr. Rogers Neighborhood, una emisión dedicada a los niños donde el famoso Mr. Rogers cantaba canciones, hacía shows de marionetas y platicaba con los niños, siempre en un tono sumamente amable, pausado y calmado.
El asunto es que a pesar de tanta tersura, el señor Rogers tocaba temas sumamente complejos pero que definitivamente eran importantes para los niños: la muerte, el divorcio, la frustración, el derecho a sentirse diferente pero no por ello no ser feliz. Se trataba de un personaje mucho más complejo que el viejo Tío Gamboín.
Sabiendo esto es que acudo a A Beautiful Day in the Neighborhood (2019) , el tercer largometraje de la directora Marielle Heller donde Tom Hanks (nominado al Oscar por su trabajo en esta cinta) interpreta a Mr. Rogers.
La primera sorpresa es que esto no es una biopic per sé, o al menos no una biopic convencional. La historia que detona la cinta no es la de Mr Rogers sino la de Lloyd Vogel (Matthew Rhys), un periodista de la revista Esquire al que le encargan hacer un pequeño perfil sobre el tal Mr Rogers.
Vogel es conocido por su pluma ácida y destructora, pero su ferocidad no anda bien calibrada estos días: viejos traumas de infancia (la muerte de su madre siendo él apenas un niño) se reactivaron cuando su desentendido padre reaparece como si nada en la vida del periodista, desatando la furia y la depresión en Vogel.
En esas condiciones es que el periodista entrevista a Rogers quien de inmediato detecta el conflicto que tiene el periodista. De hecho, en algún punto de la cinta, Rogers le confiesa a Vogel que justo el carácter duro de su pluma es lo que le hizo aceptar la entrevista.
La primera impresión que proyecta Mr. Rogers es la de alguien sumamente bondadoso, paciente, buen escucha y afable. La elección de Tom Hanks para hacer este papel es de genialidad absoluta: ¿qué otro actor podría transmitir de manera creíble toda esa vibra de paz y buena onda?
Y es justo en ese momento donde pensé que la película tomaría un giro. Pensé que el cínico Vogel lograría entrar en el sucio secreto de Mr Rogers y conoceríamos la verdad sobre este hombre imposiblemente bueno e increíblemente pacífico.
Pero no. Al contrario, el encuentro de estas dos personalidades, tan diametralmente opuestas, sirve no sólo como homenaje a Frederick McFeely, un hombre que al parecer era todo un dejo de bondad, sino que se usa como pretexto para mostrarlo tan humano como es. Y es que si bien este hombre tan apacible no estaba exento de tener sus propios problemas (algo relacionado con uno de sus hijos con el cual hay distanciamiento) la diferencia es que el Sr. Rogers tiene una vasta inteligencia emocional que le permite manejar todos los contratiempos que la vida le presenta con un rostro de serena tranquilidad.
La película entonces desarma todo cinismo posible, y lo hace sin convertirse en un panfleto de autoayuda, un curso de los optimistas o incluso una cinta cursi. Lo hace mostrando a un hombre que simple y sencillamente sabe manejar sus emociones y sabe afrontar con tranquilidad los problemas de la vida.
El mecanismo de la película está tan bien armado que nuestro escepticismo -como el de Vogel- poco a poco va cediendo ante la realidad de que puede existir gente tan buena y bondadosa como el señor Rogers.
La historia está basada en hechos reales: el periodista de Esquire, Tom Junod, efectivamente escribió en 1998 un reportaje sobre Mr. Rogers. Y si bien Junod ha desmentido algunos detalles de la película, el hecho es que ambos hombres se convirtieron en amigos de toda la vida.
Estamos pues ante una pieza de cine muy inteligente, que parece inocua pero que al final resulta un reto para el público acostumbrado a las biopics de siempre y las figuras de blanco o negro.
La escena final probablemente es la mejor: Rogers, tocando el piano mientras apagan las luces del estudio de TV, toca con furia todas las notas graves del piano, se trata de uno de sus métodos para liberar el stress cuando está enojado. Así, con esa sutileza, nos damos cuenta que Rogers es un ser humano, extraordinario tal vez, pero humano al fin.