Ya sea por coincidencia, rivalidad o calculada estrategia de mercadotecnia, lo cierto es que el estreno simultáneo de Barbie y Oppenheimer no podría ser más armonioso: ambas películas son opuestos casi perfectos en todos los sentidos, al grado que incluso comparten un elemento fundacional al que refieren y hacen homenaje: el cine de Stanley Kubrick.
El juego viral retaba al espectador: ¿cuál ver primero? La respuesta es en realidad irrelevante, toda vez que en la pregunta va explícito que se verán ambas, lo cual es justamente lo que espera un Hollywood mermado por los efectos de la pandemia y que ahora se debate con una huelga de actores y escritores que no ve fin próximo. Necesita que ambas cintas sean un éxito en taquilla.
Iniciemos con la oscuridad. Basada en el libro ganador del Pulitzer “Prometeo Americano”, escrito por Kai Bird y Martin J. Sherwin, Nolan entrega el primer estudio de personaje de su carrera y lo hace a gran escala. J. Robert Oppenheimer (1904-1967) fue físico teórico, director del laboratorio Los Álamos y líder del infame Proyecto Manhattan, aquel cuyo objetivo era crear la primera bomba nuclear, destinada originalmente para detener a los nazis pero que terminó siendo un vulgar despliegue de poder en Hiroshima y Nagasaki.
La cinta muestra el arco que vivió Oppenheimer (perfecto Cillian Murphy) desde ser un torpe estudiante de física, hasta convertirse el “padre de la bomba atómica”, para luego ser humillado por una cacería de brujas macartista a cargo de su rival, Lewis Strauss (Robert Downey Jr.).
La película inicia como una biopic más, pero el último tercio de la película se convierte en un drama judicial que muestra la humillación a la que fue sometido Oppenheimer por temas políticos. Resulta que el hombre que le dio el poder del átomo a los Estados Unidos se convirtió en un ser incómodo para el gobierno de la nación más poderosa del orbe (y cuyo poder deben, en gran medida, al mismo Oppenheimer).
Christopher Nolan apuesta por una edición vertiginosa (imposible no pensar en el JFK de Oliver Stone, 1991) que teje una narración fragmentada (similar a lo que hizo en Dunkirk, 2017, aunque aquí con mucha más eficacia) y que prácticamente no da respiro en las tres horas de duración de la película (tres densas horas, sin duda, pero nunca aburridas). Es justo el montaje lo que rescata a esta cinta de ser un la biopic ultraconvencional que algunos de sus diálogos dibujan: “¿Conoce al doctor Gödel?”, “Hola, soy Niels Bohr”.
La cinta supondría una nueva etapa en la filmografía del director, toda vez que en esta ocasión no recurre a complicados gimmicks para llamar la atención: aquí no habrá una narración dentro de una narración dentro de otra (Inception), no contará la historia en orden inverso (Memento), ni tampoco dará vuelta atrás al tiempo (Tenet). Aquí si acaso el único truco es el cine mismo, filmar en celuloide, apostar por tres horas en un formato amplio, IMAX, que si bien no parece sumar demasiado, tampoco resulta para nada despreciable, sobre todo en las escenas donde la pantalla se llena de partículas, de rayos, de explosiones atómicas que poco a poco se volverán cada vez más destructivas.
Nolan parece regresar a los terrenos de su mejor cinta: The Prestige (2006). De nueva cuenta tenemos a dos hombres enfrentados (Oppenheimer y Strauss), apasionados y dispuestos a todo con tal de cumplir su meta. El director no recurre a grandes despliegues técnicos para generar tensión, lo logra con simples conversaciones (el no-juicio, la reunión para decidir dónde tirar la bomba) y encuadres simples.
¿Héroe o villano? Nolan no cae en ese juego, no juzga a su personaje pero tampoco lo exenta del inevitable dilema moral: la necesidad casi orgánica de seguir adelante en nombre de la ciencia y las consecuencias que esto conlleva. El director tampoco recurre a la revictimización: no muestra jamás las escenas de Hiroshima y Nagasaki, confía en que el espectador es lo suficientemente inteligente para saber de aquellos horrores.
Pero si la intensidad de las actuaciones y el enorme formato en que está filmada fuera poco, la película termina por ser absolutamente avasalladora gracias al diseño sonoro. Nolan recurre de nueva cuenta al músico de moda (el mismo del tema de The Mandalorian) Ludwig Göransson, quien si bien por momentos parece emular al otro compositor fetiche de director -Hans Zimmer- rápidamente encuentra su impronta para incluso arrebatar la narrativa al propio director y apoderarse tanto de la película como de nuestra atención.
Oppenheimer es una cinta cuyos temas siguen siendo actuales y vigentes: la reacción en cadena no termina, y el horror ante un conflicto nuclear de carácter mundial sigue latente.
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Si hay algo que Nolan no sabe hacer es abordar personajes femeninos. En toda su filmografía las mujeres son personajes secundarios que sólo sirven de apoyo al personaje principal y nunca son beneficiarias de mayor tacto, desarrollo o un arco interesante.
Por eso Barbie resulta el opuesto perfecto a Oppenheimer. Si aquella describe un mundo lúgubre dominado por las decisiones de hombres poderosísimos, en la fantasía feminista de Greta Gerwig (escrita por ella y su esposo, Noah Baumbach) son las mujeres quienes han tomado el control absoluto de todo (incluso de la economía) en la llamada Barbie Land.
Como lo dice el eslogan, Barbie es quien ella quiera ser: abogada, premio Nobel, escritora, barrendera o presidenta de la nación. Este mundo fantástico sirve de inspiración para las niñas del mundo real, por lo que las Barbies creen que su contribución puso fin a los problemas del feminismo.
Usted y yo sabemos que eso último no es verdad, y pronto la Barbie estereotípica (Margot Robbie, perfecta para el papel) también lo descubrirá. Luego de un episodio de crisis existencial (tiene pensamientos sobre la muerte y, lo peor, le empieza a salir celulitis), Barbie se verá obligada a viajar al mundo real y corroborar de propia mano si las Barbies acabaron con el machismo.
Greta Gerwig hizo la tarea: su película está claramente inspirada por muchas cintas cuyas referencias no tiene empacho en mostrar. El cine de Kubrick, Bob Fosse, Tati y las Wachowski, los colores vivos de Les parapluies de Cherbourg (Demy, 1964) y la imagen de Catherine Deneuve, viejos musicales como Vaselina (1978) y cintas de culto como El Padrino (1972). Pero si la directora muestra un amplio bagaje cinéfilo, la cinta no puede escapar a dos películas que en este contexto resultan fundamentales: Toy Story (1995) y The Lego Movie (2014).
¿Puede una muñeca de piernas largas y silueta perfecta ser un ícono feminista?, ¿Acaso Barbie no ha contribuido al atraso del feminismo?, ¿No es su figura un estándar inalcanzable que genera frustración?
El guion no elude estas preguntas (tan obvias como incómodas), al contrario, sobre estos temas construye la película y da respuesta a ellas mediante grandes dosis de humor y cine. Si, estamos ante una cinta divertidamente feminista y femenina, que no obstante la autoparodia (esos ejecutivos de Mattel), no deja de ser apenas y el manual básico del feminismo aprobado por al menos dos corporaciones que (como bien lo dice la película) son dirigidas por hombres.
Por ello le resulta difícil a Greta alejarse de The Lego Movie, una comedia hilarante, llena también de referencias cinéfilas pero que jamás ocultó ni se avergonzó de su objetivo principal: vender juguetes.
No que Barbie no sea un lavado de cara para Mattel y Warner, y claro que su objetivo es vender más juguetes, pero Greta Gerwig logra conciliar los intereses de las empresas con los de su propia filmografía: una que por supuesto tiene agenda feminista y femenina, que siempre apunta hacia las relaciones madre e hija y que aquí da a las mujeres la injerencia que no tienen en el mundo real.
¿Es autocomplaciente? Tal vez, ¿pero qué son la gran mayoría de películas de superhéroes o las sagas tipo Rápidos y Furiosos sino cintas autocomplacientes del superego masculino que se regodea en sus juegos infantiles?
No veo problema en que en esta cinta las mujeres ganen, derroten al heteropatriarcado y expongan (aquel magnífico monólogo a lo Gone Girl, 2014, que seguramente será tachado de sermoneador pero que no por ello deja de ser revelador) la complejidad no solo de vivir en un mundo dominado por los hombres sino incluso a la expectativa misma que el feminismo le impone a la mujer.
En todo caso la pregunta es: ¿qué sigue? Si bien Barbie resulta en una divertida comedia con temas feministas y mucha exposición de marca, no parece que el truco le pueda salir dos veces a Gerwig. El éxito rotundo que tendrá esta película obligará a una secuela, ¿puede Mattel convencernos dos veces de que su producto no ha retrasado el feminismo sino al contrario, lo ha empoderado? Francamente lo dudo.