Quienes lo vieron comentan que, auténticamente molesto, el presidente arrojó con fuerza los tres folders que le habían entregado en mano, haciendo que los papeles al interior se regaran sobre el piso y sillas de la oficina. Se trató de una justificación que presentaron, (por tercera ocasión), un par de secretarios para dejar de lado el infructuoso “abrazos, no balazos”.
El resultado fue desastroso: AMLO montó en furia mientras les reiteraba que por ningún motivo, (ni bajo circunstancia alguna), modificaría o “reinventaría” su política de trato hacia quienes delinquen. Los ahí presentes aseguran que el tabasqueño sentenció, sin chistar, que se “moriría en la raya” con esa idea, al igual que lo hizo sosteniendo a Hugo López-Gatell.
Los dos secretarios, (evidentemente involucrados en la seguridad del país), optaron por recular y tomar asiento para continuar recibiendo la reprimenda, sabiendo que a partir de ahora, bajo ningún motivo, habrían de cuestionar o proponer un cambio en la “estrategia” de combate a la delincuencia en el país. Nos iremos con ella hasta el final del sexenio.
Varios minutos duró el monólogo de AMLO justificando la necesidad de “abrazar y no balear”. Lo sabemos: inútil resultó siempre la propuesta de modificar el manejo de la pandemia en el país, (y la consecuente destitución de López-Gatell), de la misma manera, inútil resultará hacerle cambiar de opinión en temas de seguridad. Quedó claro hace un par de días, en aquella acalorada reunión.
Esos folders que el presidente lanzó por los aires traían, (a manera de arranque), un “lapidante comparativo” de asesinatos con los dos gobiernos previos, además de la cifra a la cual podría llegarse a finales del 2024 en caso de no cambiar la estrategia. El tabasqueño ni siquiera la vio, se quedó en la primera hoja.
De igual forma, en su momento, el presidente recibió una proyección de contagios y muertes que podrían evitarse con un “golpe de timón” en el manejo de la pandemia, (la cual incluía la salida del estratega responsable), tampoco la consideró argumentando que “sus números eran diferentes”, y que los defendería “a capa y espada.” Así fue.
Aquellas hojas que acabaron regadas en el piso fueron la última intentona (al parecer) por cambiar el “abrazos, no balazos” de López Obrador. La “revolución” vino de su equipo, y esa misma tarde se supo que quien lo intente de nuevo se irá del gabinete. Por cierto, cuando acabó la reunión nadie se abrazó ni despidió de puño o mano, a ninguno le quedaron ganas.
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