Ser mujer en México es percibir la realidad con una óptica particular: las noticias de feminicidios y desapariciones como los que suceden casi cada semana en la Ciudad de México son una cosa que pareciera estar cerca de cada una de nosotras, porque, en vez de ser erradicada, día con día vemos cómo la violencia sigue imparablemente, cobrando víctimas.

La violencia y su percepción es quizá la primera línea de batalla. Debemos comprender como ciudadanos lo que le da fuerza y legitima la violencia, lo que pareciera que la justifica. El mismo fenómeno de las narcoseries y todas sus variantes como símbolo de la narcocultura, parecieran estar en los espacios que se ocupan para hablar de los feminicidios y las víctimas resultaran un producto del mercado.

Hace unos días le dieron a Cristina Rivera Garza un importante premio literario precisamente por su libro El invencible verano de Liliana, en el que, como conté anteriormente, narra y desenmaraña el feminicidio de su hermana sucedido hace 30 años, lo cual lo ha convertido en un libro con muchísima relevancia sobre el tema en el último año.

Durante la premiación, Felipe Garrido menciona desatinadamente que le hubiera gustado saber más del feminicida y no sólo eso, sino que propone que el libro prácticamente debería ser otro. Ese término que se denomina mansplaining para imponer el conocimiento de un hombre sobre el de una mujer es otro tipo de violencia.

Las mujeres no somos un número como víctimas de feminicidio, como tampoco somos un tema de consumo para las editoriales donde los feminicidas son los protagonistas. Los feminicidas ya tienen demasiada exposición como para convertirlos en bestsellers.

Es hasta hace muy poco que las mujeres tienen esta accesibilidad para publicar en un mundo que ha sido casi siempre escrito por hombres como para que hoy le digan a las mujeres cómo y qué deben escribir.

Ser mujer es reconocer que la violencia no está sólo entre las relaciones sentimentales, sino también en las familiares y laborales. Hace mucho que se ha hablado de cómo a lo largo de los años la brecha salarial entre hombres y mujeres ha desfavorecido sin razón a las mujeres. Hasta septiembre de 2020 una mujer que trabajaba en la formalidad ganaba 13% menos que un hombre con las mismas condiciones. Ahora imaginemos la incalculable cantidad de mujeres trabajadoras del hogar que no cuentan con salarios dignos. Es decir, otro tipo de violencia: la económica.

Una sociedad machista es la que ha generado que estas cifras sean difíciles de calcular, puesto que millones de mujeres se convierten diariamente en amas de casa sin remuneración alguna, al sostén de sus parejas, que sin contrato ni condiciones no pueden exigir aún en sus vidas domésticas la remuneración justa que obtendrían si se les permitiera trabajar.

Los matices de esta situación por supuesto son muchos; sin embargo, la realidad también es que la cultura de esta estructura familiar tan convencional en México ha hecho que sean las mujeres quienes sacrifiquen principalmente sus objetivos profesionales por sostener las tareas del hogar.

Quizás el principal problema de esto es que NO se entiende esta desigualdad como un problema, pero lo es. Nos resulta tan impensable que los roles se inviertan de manera general como que esto verdaderamente sea un problema y, sin embargo, por eso mismo debe ser nombrado y entendido.

Si queremos una ciudad mejor, debemos comprender de fondo los problemas que nos someten y por un momento en la historia, comprender que la violencia de género existe y está muy encarnada a nuestra realidad del día a día.

Twitter: @alepuente100

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