La Ciudad de México se vistió de rosado este fin de semana en defensa del Instituto Nacional Electoral (INE). El Paseo de la Reforma fue el punto de encuentro para miles de mexicanas y mexicanos que se pronunciaron en contra de la reforma electoral que el presidente López Obrador ha propuesto desde principios de este año, con el fin de recortar el presupuesto de este instituto autónomo, además de que la elección de los consejeros del instituto y los magistrados electorales sea mediante el voto popular y no por designación de los legisladores. Lo que se traduce como la desaparición de este organismo autónomo de la forma en la que lo conocemos.

La democracia pareciera sufrir una amenaza con estas propuestas y decisiones. La voz del pueblo es clara al unísono en cuanto a no desaparecer estas instituciones que precisamente sirven como mediadores entre el poder actual y los grupos políticos de oposición. Sin embargo, de seguir alimentando “el voto popular” para regular el poder, estaríamos en una incapacidad para reconocer esta institución como imparcial.

¿Por qué el Presidente propondría algo así?

Las regulaciones de López Obrador en las instituciones son un juego de poderes que parecen tener como fin único el enroque para sostener el discurso de la Cuarta Transformación del Presidente, al mismo tiempo que es evidente el desequilibrio institucional que está ocasionando. La seguridad pública, los megaproyectos, los recintos culturales, los aeropuertos y los bancos en manos de militares son un claro ejemplo de la desproporción y, sobre todo, incongruencia del discurso del “voto popular” y “la voz del pueblo”. A estas alturas del partido ni siquiera es de extrañar que propongan más militares para ocupar cargos públicos o bien para tomar el control de una institución como el INE.

Así como Mario Vargas Llosa nombró al priismo la “Dictadura Perfecta”, en la que se usaba el discurso de la democracia al mismo tiempo que ésta era secuestrada por el poder de las instituciones y sindicatos a lo largo y ancho del país, hoy pareciera que el gobierno de López Obrador acudiera a esas prácticas para perpetuar su discurso.

Esta Ciudad es el claro ejemplo de la hecatombe que representa ese falso discurso. El modo de tomar la agenda pública diariamente y minimizar todo movimiento que no vaya a fin de sus intereses. Diariamente, durante las mañaneras del Palacio Nacional, los periodistas son descalificados en su labor por cuestionar las decisiones del Presidente frente a la agenda pública. El rechazo constante al pensamiento disidente tiene lugar ahí frente a millones de mexicanas y mexicanos que escuchan la risa de López Obrador como hoy, cuando aseguró que, aún frente a la oposición, “tiene un plan B” para llevar a cabo la reforma electoral sin violar la Constitución Mexicana.

Por eso la labor de nuestra posición como ciudadanos está en el claro ejercicio de levantar la voz por todos los medios y todas las formas, no sólo por contradecir el discurso, sino para estar presentes en nuestra forma de participar activamente por y para nuestra democracia, en nuestra pluralidad, pero también en el verdadero camino hacia construir el país que queremos y merecemos todos los mexicanos.

Twitter: @alepuente100

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